Capítulo 1: Mallas y tangas.

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Un quejido inundó la oscura habitación, un quejido que fue continuado por un segundo y por un tercero. La lluvia caía incesantemente golpeando contra los cristales y creando un atronador ruido. Todo el edificio estaba en silencio, nadie caminaba ya por sus ajetreados pasillos. La música había cesado, los murmullos se silenciaron, el caminar de la gente quedó atrás... Todo estaba en absoluta calma, la noche había caído en aquel imponente edificio.

Otro quejido se escuchó con algo más de fuerza pese a que la persona que lo emitía trató en balde de acallarlo al morderse el labio. Cerró los ojos un segundo y dejó lo que estaba haciendo tratando de reponerse un segundo. Al volver a abrir los ojos, descubrió que su compañero de cuarto aún dormía plácidamente y sólo entonces, volvió a su faena.

Siguió curándose las rozaduras de sus dedos del pie y algún pequeño corte que se había llegado a provocar por culpa de las uñas. Siempre tenía mucho cuidado de cortar bien las uñas para evitar heridas pero aun así y pese a todas las precauciones que tomaba para cuidar sus pies, siempre solían salir malheridos.

Terminó de curarse los dedos y buscó unos calcetines de algodón que pudiera ponerse. No le apetecía nada tener que salir de aquel cuarto con la intensa lluvia que caía, pero tenía que hacerlo. Caminó de puntillas por el cuarto tratando de olvidarse del dolor de sus dedos, de todo el pie.

Sus duros entrenamientos y prácticas le conducían siempre a ese intenso dolor. Agradecía ser un hombre y no tener que bailar de puntas pero pese a no hacerlo y tener los pies entrenados durante años, el dolor permanecía. Quizá había aumentado desde que hacía un par de semanas entró en la prestigiosa academia Juilliard.

El ballet para él no era un juego, nunca lo había sido, era entrenamiento, sacrificio, sudor y hasta sangre... pero tenía un objetivo muy claro en su vida, llegaría a un escenario y trabajaría en lo que siempre le había gustado. Todo su esfuerzo se vería recompensado en algún momento.

Tetsu abrió su cajón del armario y su mano se movió automáticamente hacia el suspensor, esa extraña prenda que utilizaba bajo sus mallas de ballet para evitar que su zona íntima se moviera libremente. Su mano se quedó estática justo cuando iba a cogerlo, llevaba años con la misma rutina, cogerlo, colocárselo, ponerse las mallas y salir a bailar. Sus ojos entonces vieron al lado aquel tanga. ¿Cuándo había cambiado el suspensor por el tanga? Resopló cansado y frustrado, ahora su sueño dependía de ponerse ese maldito tanga.

Desvió la mano hacia él y tras atraparlo, lo metió en su bolsa de deporte tratando de mirarlo lo menos posible, como si aquello supusiera que desaparecería todo lo que haría aquella noche con él puesto, pero sabía mejor que nadie, que nada de lo que hiciera iba a desaparecer. Cerró los ojos un segundo y trató de recordar su meta, el mayor escenario que podía imaginarse, el teatro lleno de gente que había ido a verle, los aplausos en reconocimiento de su trabajo duro, de su esfuerzo durante años y de la sangre que había derramado por el camino para estar en lo más alto. Todo en la vida tenía un precio y si su precio era ponerse un tanga, lo haría.

Salió en sigilo tras ponerse unas cómodas zapatillas y cerró la puerta con la mayor delicadeza que pudo sacar. Sus pasos por el angosto pasillo fueron cubiertos por el incesante ruido de las gotas golpeando contra las ventanas.

Aún recordaba la primera vez que llegó hasta la puerta de aquel imperioso y extraño edificio. Sus formas eran raras, lleno de cristales, lleno de elegancia, quizá la palabra que encontró una vez estuvo frente a él fue "artístico" y eso era, la Sede del arte, de la danza, de la música, de la escritura, todo lo que había al otro lado de la puerta era arte en estado puro y tenía que estar a la altura.

Tuvo que coger dos autobuses nocturnos para llegar a su puesto de trabajo. Caminó por el muro de ladrillos más cercano a la puerta observando toda aquella fila de gente que se moría de ganas por entrar al local. Pasó de largo y se acercó hasta el guarda de seguridad quien, con una sonrisa, le abrió la puerta para que entrase al local.

Mi vida secreta como striper (Kuroko no basuke)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora