Capítulo 7: El pianista

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Los dedos le dolían demasiado, pero pese a ello, seguía tocando una y otra vez, mirando la partitura, acelerando el ritmo y tratando de ocultar sus gestos de dolor. La pieza tenía que salir perfecta, no podía fallar, no cuando su padre iría a ver esa función y tendría a cientos de ojeadores esperando ofrecerle un contrato si todo salía bien. La presión que sentía sobre sus hombros era demasiada como para que sus dedos le impidieran seguir tocando. Tenía que ser perfecto, la familia Akashi no podía ser de otra manera. No había margen para el error.

Desde el pasillo, Kise miraba al genio del piano. Ese chico le quitaría su plaza, estaba convencido de ello. Desde que le mandaron la aceptación a Julliard, jamás dudó que sería el mejor. Su trabajo duro se compenetraba perfectamente con su don y supo que no tendría rival... hasta que conoció a ese pelirrojo. Era brillante al piano, pero todavía cabía la posibilidad de que no pudiera participar. Sus dedos ya se resentían y, aun así, el muy idiota seguía practicando, día y noche sólo por complacer a su estricto padre. Una parte sentía lástima por el chico y otra deseaba que fracasase para optar a la tan deseada plaza.

No fue hasta mediodía cuando Seijuro dejó de tocar finalmente. Apartó por vez primera la vista de la partitura y miró el teclado. Había sangre en algunas teclas y por un instante, le dio miedo girar las manos. Temblaban y no sólo por el dolor, temblaban por el miedo que sentía de ver sus dedos malheridos. Los giró con lentitud. Todos estaban enrojecidos, pero por suerte, sólo un par de ellos tenían algo de sangre.

Se levantó del asiento del piano y tomó un pañuelo para limpiar las teclas, dejando de nuevo un blanco impoluto en ellas, casi como si nada hubiera ocurrido. Tras aquello, decidió pasar primero por la enfermería y hacerse con unas tiritas. No le quitarían el dolor, tampoco solucionarían demasiado pero... quizá con ellas puestas le impidieran forzar más sus dedos el resto del día. ¡No quería volver a tocar hasta el día siguiente! De hecho... tenía que ir a comer con su padre.

Odiaba esas cosas, que manejasen su vida como quisieran. No recordaba ni un momento donde su vida no hubiera estado planeada y ahora no iba a cambiar. Ser parte de la prestigiosa familia Akashi no era un don, era una maldición. Hoy... no era una comida normal con su padre, nunca eran normales, hoy... iba a ir a su "omiai". Simplemente... era una presentación de jóvenes desconocidos con idea de un futuro matrimonio, la idea principal... era reunir a los jóvenes para que se conocieran con sus respectivas familias.

La ceremonia era muy simple, antiguamente vestían todos con kimono pero en la actualidad, los hombres solían llevar traje occidental. Tras la comida, daría un paseo a solas con la joven y según la teoría, ellos decidirían si seguir adelante con el matrimonio o no, pero la realidad no era así, la realidad... es que ambos serían presionados para aceptar ese matrimonio. ¿Qué podía esperarse viniendo de una familia japonesa? Seguramente... la familia de la novia también lo sería, aunque dudaba viniera en kimono estando en Nueva York.

Se sentó en una butaca de la enfermería y empezó a ponerse las tiritas, una en cada uno de sus dedos. Las muecas de su rostro indicaban el dolor a cada gesto, pero siguió en su tarea. Era mejor llevar las tiritas a que pudieran ver sus heridas. Al final... su padre arreglaría todo diciendo que era un gran pianista, gajes del oficio, adornaría la verdad y el sufrimiento tras la música.

- Listo – susurró para sí mismo al terminar de ponerse la última tirita – vayamos al restaurante.

Se dirigió a la habitación y buscó su traje. Era obligación llevarlo, más viniendo de una familia tan importante. Su padre no esperaría un traje normal, sino el mejor de todos, de hecho... él mismo le había mandado hacer uno a medida. Ni siquiera le dejó escoger el color, ni los adornos, ni la corbata, todo estaba pensado por su padre para ese día. ¡Sólo eran negocios! Un pianista que pronto sería famoso, casado con la hija de un importante empresario en el mundo de los deportes, sus influencias crecerían como la espuma. Era bien sabido que el deporte movía el mundo y la mayor cantidad de dinero.

Mi vida secreta como striper (Kuroko no basuke)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora