Capítulo 4

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Renato se despertó puntualmente a las seis.

No había necesitado un despertador desde la Academia. Por un segundo estuvo desorientado. Después de no dormir en su cama durante casi un año, se sentía extraño despertar en un colchón... y con alguien a su lado. Gabriel. La noche pasada resurgió, con un impacto doloroso sobre el pecho de Renato al recordar lo que había sucedido.

Se deslizó de la cama, dando un vistazo al lugar donde Gabriel dormía, con un brazo
echado sobre los ojos. La débil luz de la mañana lanzó una línea pálida en la mitad inferior de la cara de Gabriel, que tenía el ceño levemente fruncido.

Moviéndose lentamente, con rigidez, Renato recogió su ropa del ropero y se dirigió al baño. No quería despertar a Gabriel, no quería afrontarlo. Las cosas se habían salido completamente de control la última noche y Renato se sentía muy mal.

Realmente nunca habían hablado de sexo, era extraño, como hombres que eran, él pensaba que sería lo primero. Pero eso estaba muy bien con Renato porque su contribución era corta y dulce. Había oído de la reputación de Gabriel, carajo, viendo su reacción a las mujeres como Minerva, nunca le pasó por la cabeza que a Gabriel también le gustaban los hombres. Que le gustara él.

De pronto, las cosas tenían sentido. Las miradas que había captado por el rabillo
de su ojo. La forma en que Gabriel acercaba su silla durante sus sesiones semanales de
cerveza. Anoche. La pesadilla de Renato había atraído a Gabriel a su cuarto, su desesperación y la angustia lo hicieron entrar.

Renato dio un paso dentro de la ducha y dejó al agua caliente escaldar su piel. No podía creer cómo las cosas se habían equivocado. Su amistad con Gabriel se había vuelto muy importante para él; había llegado a depender de él. Y ahora todo iba a disolverse con torpeza.

Torpe porque Gabriel podría estar esperando que su relación… progresara. Torpe porque Renato le había dicho que no le importaba su toque, que era la pura verdad. Fue un salvavidas el sentir las manos de Gabriel sobre su brazo, sobre su hombro, en su pelo. Un escalofrío corrió por la piel de Renato. El vapor lo cegó durante un segundo y apoyó ambas manos contra los azulejos. El quería… quería más. Él quería que alguien lo sostuviera y acariciara su pelo y le dijera que todo estaba bien, aunque supiera que no lo estaba.

Su propia sexualidad nunca había sido cuestionada, nunca había pensado en ello.
Había conocido a Agustina en su pubertad y se había enamorado profundamente de ella,
perdieron su virginidad juntos, a los dieciséis años. Y eso fue todo. Podía mirar a otras mujeres, reconocer su belleza, su atractivo sexual, pero nunca le pasó por la cabeza dar un paso más allá. Agustina lo encendía. Agus satisfacía sus deseos sexuales. Entonces eso lo hacía hetero, ¿no es así?

Excepto que este encuentro con Gabriel lo había desconcertado. Cómo iba a decirle
a este hombre: «Sí, sentí algo por vos anoche. No, no estoy seguro de lo que es. Y deseo poder tratar de averiguarlo, pero sentir esto por otra persona es demasiado aterrador y abrumador».

Gabriel había rodado, boca abajo, tendido en todo el colchón. Seco y vestido, Renato se detuvo en el filo, viendo al hombre en su cama como si fuera la primera vez. Un cuerpo compacto, espeso cabello enrulado y castaño. Le gustaba la forma en que los ojos de Gabriel le sonrieron durante todo el día de ayer. Le gustaba sus ojos verdes. Le gustaba la forma en que Gabriel caminaba, poderoso. Ordenándole. Le gustó la forma en que la mano de Gabriel le había tocado la noche anterior, espantando el dolor con cada caricia.

«Decilo Renato. Como Agustina siempre hacía».

De repente, Renato se volvió y salió de la habitación. Se dirigió al cuarto de Emila y llamó suavemente a la puerta.

Ella estaba despierta, con su celular en la mano. Agustina no estaba de acuerdo porque aún era demasiado joven, pero Renato no tenía opción.

─Papi ─dijo adormilada─. Vamos a estar en casa todo el día. Cele me mandó un mensaje, su mamá llamó a la escuela y le dijeron que las clases se suspendieron por la tormenta.

─Sí, eso pensé. Gabriel va a quedarse durante el día, hasta que llegue a casa.

─¿Y María?─ Preguntó por su niñera.

─Ella no puede a la mañana. Y es casi imposible que llegue por la tarde por la tormenta. Sé que ustedes apenas lo conocen, pero es de confianza, seguime la corriente, ¿dale?

Emilia suspiró.

Renato tuvo que sonreír con eso. Cruzó la habitación soltándole un beso en la cabeza.

─¿Podrías tratar de asegurarte de que no atormenten a Gabriel demasiado? ─preguntó, mientras se daba la vuelta para marcharse.

─Papi, él es muy bueno. Me alegro de que hicieras un amigo como él.

Un dolor estaba comenzando a formarse detrás del ojo derecho de Renato. ¿La culpa? ¿Estrés? ¿Agotamiento? Todas las anteriores.

─Sí. Y gracias por haberlo invitado a quedarse ayer. Pienso que pasó un buenrato.

Emilia se enroscó bajo las mantas.

─Se veía solo.

─Sí.

─Chau, papi.

─Chau, pequeña. Nos vemos más tarde.

Cerró la puerta detrás de él y corrió escaleras abajo. Necesitaba salir de la casa tan pronto como le fuera posible. Antes que Gabriel despertase. Simplemente no podía hacer esto ahora mismo.

Renato apuntó una nota rápida para él y la dejó en la heladera. Prometió volver a casa lo antes posible. Diciéndole que lo llamara si surgía algún problema. Le dio las gracias de nuevo por este gran favor.

Rápidamente se abrigó y se dirigió a la puerta de atrás, la distancia más corta al auto, cubriéndose con un paraguas.

#1 F&F Quallicchio [Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora