Capítulo 14 [primera parte]

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Desde lo más profundo bajo el refugio de un sueño inquieto, Renato empezó a surgir de su inconsciencia, oía voces hablando al mismo tiempo, los chicos estaban de vuelta, y se mezclaban con algunos adultos, con el rugido sordo que acompañaba siempre a sus hijos durante las horas de vigilia.

Minerva, sin duda, todavía estaba ahí. Olía a algo delicioso, lo que significa que su compañera había invitado a alguien que sabía cocinar. Por un momento, Renato se acurrucó debajo de la colcha pesada y disfrutó del momento.

Familia, amigos, un momento de humor poco frecuente, la anticipación de sentarse con toda la gente que amaba, disfrutando de una buena comida.

El timbre interrumpió su ensoñación y una voz masculina gritó un saludo. Por un momento su corazón se paró, Renato pensó, «Gabriel está acá. Volvió». Pero la realidad, como solía ser, se estrelló demasiado rápido para poder saborear la posibilidad. Gabriel no había regresado. Él no lo haría. Debido a que Renato lo había sacado de su vida, y roto su corazón.

Unos escalofríos recorrieron su cuerpo. Hurgó bajo las sábanas. Había pasado tanto tiempo desde que se había aventurado hasta ahí, a su cama… y dormir, o más bien, dando vueltas sin descanso, fingiendo dormir, en el sillón lo había intentando durante un tiempo, pero ahora incluso ese lugar estaba embrujado.

Agustina se escondía ahí en la sombra, Gabriel abajo… y en la ducha. Si la experiencia real de estar con Gabriel en la ducha había alterado los pensamientos de Renato, los recuerdos amenazaban con romper sus nervios. El sonido del agua lo hacía excitarse, sin duda mantendría sus mañanas interesantes. Pero no fue sólo el sexo, era la intimidad, las caricias, la sola vista de Gabriel dándole la bienvenida cálidamente y la cara que echaba tanto de menos.

Algunas mañanas se doblaba por el dolor que salía de él, cuando se escondía en el baño. Avergonzado, por sentirse muy duro y excitado de repente, Renato apretó las mantas en sus puños. En los días desde que había obligado a Gabriel a irse, Renato había pasado sorprendentemente a sentirse adormecido y dolorido profundamente, no se había sentido así desde…

Desde...

Desde la muerte de Agustina.

Ahora la memoria de Gabriel, su bondad, su sonrisa, sus manos, su boca, se asentaron a su lado como el fantasma de Agustina «sus ojos, su amor, su espera».

Ninguno de los dos lo abandonó, pero él si lo hizo; a Agustina, por no dejarla descansar en paz. Y a Gabriel por dejar que el pánico y la vergüenza le empujaran a la distancia.

Estaba solo.

Los niños y su trabajo era lo único que le quedaba. Por mucho que sus niños alimentaran su alma y le dieran una razón para levantarse por la mañana, él sabía que no era suficiente. A veces no era fácil ignorar el vacío, y al hombre que necesitaba más que a su vida. El hombre que necesitaba consuelo, el compañerismo. Pasión. Amor.

Las imágenes pasaron por su mente. Cada una como si fuera una película personal de Gabriel y su tiempo juntos. No importa lo que hizo, no importa qué pensamientos se conjuró para luchar contra él, Renato no podía desterrar de su mente a Gabriel.

Su cuerpo quemaba.

Apretó las manos sobre la sábana, tratando de sofocar los sentimientos de lujuria que golpeaban sus venas. Había sido largo tiempo, muy largo, demasiado el que le había dedicado tiempo a su pene.

Con los ojos bien cerrados, él metió una mano bajo las sábanas, tratando de incrementar el roce con cada suave movimiento. Muy pronto su mano rozó contra el bulto entre las piernas. Renato dejó escapar su aliento que había estado conteniendo durante mucho tiempo; pequeñas luces parpadeaban detrás de sus ojos. Antes de que pudiera cambiar de opinión, apretó su miembro y se arqueó... en la cama.

#1 F&F Quallicchio [Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora