Capítulo V

103 18 80
                                    

La asamblea fue realizada en la misma arena de combate. Los soldados hicieron filas ordenadas para oír al rey que estaba en su asiento especial. La voz de líder rugía, se alzaba hacia los cuatro vientos rompiendo toda barrera posible e inspiraba un sueño, un ideal, una razón de vivir a cada elfo que lo estaba escuchando.

—¡Por ningún motivo vamos a tolerar actos oscuros y obscenos en nuestra raza! —todos los elfos lo miraban con devoción—. ¡No hay ningún sacramento que perdone tales atrocidades con una raza inferior como los humanos! ¡Somos elfos y quiero que cada uno tenga presente esto!

El rey lentamente deslizó sus dedos por su hermosa empuñadura para agarrar el mango de su espada: era de un material bastante resistente con pequeños adornos de diamante que se extendían por todo el objeto. Dentro de ella había una hermosa espada larga; era de color rojiza, con un mango de oro reluciente, en la punta llevaba un adorno con la simbología grabada del ejercito élfico que era un triskelion verde.

Sacó el arma con elegancia y la alzó con poder. Los elfos la quedaron admirando, esa arma fue la que le cortó la cabeza al rey de los humanos. Después de ser bañada con la sangre del ejecutado, quedó con ese color permanente y fue bautizada como: Matahumanos.

—¡La única condena para un elfo que se atreve a burlarse de nuevas reglas es esto!

Del suelo se abrió una trampilla secreta, todos los guardias se hicieron a un lado al ver que desde el suelo emergía uno de sus aliados. Y sí, era el elfo que se puso a violar a las mujeres: tenía un aspecto demacrado, su espalda estaba llena de sangre debido a los latigazos que había recibido, su boca fue cocida con alambres, sus pies y manos amarrados con una soga de espinas.

—Sufrimiento, humillación y un castigo indescriptible—la voz con ímpetu del rey intimidó a los que estaban escuchándolo—. Oí una vez sobre una historia estúpida del amor entre un humano y un elfo, que buen chiste ¿no?

La ironía del gran señor de los elfos soltó una carcajada en todo el coliseo, hasta él se rio de una manera exagerada. Pero la risa fue opacada por un golpe tan fuerte que hizo estremecer a los elfos y mantener una posición recta: el rey estaba furioso y apuntó con su arma al condenado.

—¡El final para un hereje es la muerte! ¡Patéelo hasta que su condenada alma salga de ese repugnante cascaron!

Los ojos del castigado se abrieron como platos al presenciar que todos los que, alguna vez fueron sus amigos, iniciaron con la orden de su amo sin dudarlo.

Como hormigas se abalanzaron contra la victima indefensa, patadas en todo el cuerpo llenaban de dolor al elfo que se arrepentía de romper la confianza de su señor, que para mala suerte ya era muy tarde para hacerlo. Se puso en posición fetal, rezando por una muerte rápida, pidiendo perdón a los dioses por tal horrible ofensa que le había causado a su raza. Se podían escuchar sus gemidos de dolor, trató de abrir la boca para gritar, pero los alambres le impedían dicha acción.

Luego de una indiscriminada agresividad, los soldados retrocedieron para dejar pasar a su mandamás que sostenía su arma en su mano izquierda.

Que sirva de lección para todos ustedes —el rey giró su cabeza en ambos lados para observar a su gran tropa, con su mirada amenazante estaba seguro de que no pasaría nunca más un agravante de esa magnitud.

Tomó la "Matahumanos" con una determinación increíble por acabar la vida con el traidor. Empuñó el arma con las dos manos, la elevó hasta tocar el cielo y en el momento en que iba a degollarlo, el sonido de un cuerno detuvo el golpe mortal. Todos quedaron paralizados al escuchar el sonido repetirse tres veces, ya que eso alertaba la cantidad de enemigos que había en el sector—en el caso de ser un ejército, el soplido se mantenía hasta que el aire de los pulmones se acabará—, pero en este caso, eran tres enemigos especiales que el rey, por su parte, pensó que debía existir alguna equivocación, porque ese cuerno no había sido tocado desde que los elfos, humanos y enanos se unieron para desterrar a la raza que los atormentaban: los dragones.

Número XXXIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora