8. Solfeo

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    La hora dictó las doce del mediodía, estaba sorprendido con la rapidez que el día se había ido, siempre en un parpadeo

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    La hora dictó las doce del mediodía, estaba sorprendido con la rapidez que el día se había ido, siempre en un parpadeo. Me ofrecí a llevar a Ho Seok a su casa, porque no soportaría que fuera en autobús, no quería que gastara su dinero y lo desperdiciara de esa forma.

     En cuanto entré a su barrio, mi auto acaparó la mirada de los vecinos, incluso de las madres y ancianos que desconocían el modelo, aunque fuera fácil de adivinar por la marca en la parte delantera. Estacioné en la calle, bajé y le entregué su caja de cereales, inmediatamente él lo estrujó en su pecho, abrazándolo como si fuera un tesoro que no iba a soltar jamás y debía de protegerlo. 

    Su gesto me hizo recapacitar un montón de cosas.

   —Ho Seok... —Sabía que me iba a arrepentir, apreté las llaves del auto en mi palma, me concentré en la locura que mis labios soltarían: —No vuelvas a gastar dinero innecesariamente. No necesitas venir a mi casa todos los días... Solo ven a mi cumpleaños y trae mi regalo, ¿está bien? No quiero preocuparme por ti. 

    —Así que lo sabe —murmuró, sonrió triste por primera vez. Él cambió su expresión y asintió, prácticamente renovado, dándome una reverencia de respeto y agradecimiento. En el fondo yo sabía que no me iba a hacer caso, ignoraría mi pedido por más que él dijera: —Si es su deseo, lo haré. 

   Lamí mi boca, pretendí que no me afectó, jugando con las tiras de mi abrigo gris.

    —Adiós, Ho Seok —lo despedí, deseaba irme pronto, correr lejos y verle el menor tiempo posible. 

     Mi garganta se había secado con esa simple frase y me quedé en el asiento sin moverme, esperé que él ingresara al interior de su casa, pero allí se quedó, con su enorme y radiante felicidad. Su mano se elevó, me despidió tantas veces que creí que se le iba a caer el brazo. Iba a reírme, recordé que no quería darle ningún tipo de placer, no quería perder y caer en su juego. 

      Porque sé lo que él ansiaba, lo que esperaba y buscaba más que nadie: A mí como su profesor. Eso, y que hubiera una mínima señal de alegría en mi rostro.

    O tal vez más.

    Mi compungida expresión se reveló, así que dejé el lygar, recorrí las calles y las memoricé. El clima frío a estas alturas del año, era de mis favoritas, porque las personas evitaban salir. Quedaban resguardados en sus hogares.

Bxllshit Botton ─ myg + jhsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora