Capítulo 11: En la oficina del alcalde Bourgeois

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André Bourgeois era el alcalde de París y en ese cargo ya llevaba varios períodos, y a pesar de su disfuncional familia, una esposa engreída y bastante estricta con quienes la rodeaban y una hija exigente y bastante similar a su madre, él era considerado un buen alcalde en la ciudad. Cometía de vez en cuando algunos errores como cualquier otra persona, como el programa del Basurero Espacial o el hecho de que tuviese que cambiar algunas cosas establecidas para darle la razón a su familia. Diariamente tenía que oficiar distintas cosas en función a su cargo, como inauguraciones de edificios, discursos a los habitantes, recibimiento de visitas importantes o ejercer como ministro en algunos matrimonios, un trabajo extenuante pero que para él era algo agradable de hacer y que le causaba mucho orgullo realizar. A su oficina había regresado hacía una media hora luego de la inauguración de un nuevo complejo de departamentos a las afueras de la ciudad. Había sido un día relativamente tranquilo para él; al llegar a primera hora de la mañana se encargó de promulgar varios decretos que habían quedado sobre su escritorio del día anterior, después de eso fue llevado a la inauguración de ese complejo y había regresado. Apenas llegó se puso a almorzar y después regresó a su oficina. Durante el resto de ese día le tocaba revisar otros papeles que tenía en el escritorio y luego tendría que oficiar de ministro en un nuevo matrimonio que estaba programado para esa misma tarde. Un día bastante tranquilo en resumen.


No tardó mucho en revisar y firmar los papeles pendientes que le quedaban por revisar, simplemente eran de los presupuestos asignados para la iluminación de los Campos Elíseos, la mantención de la Torre Eiffel y para los trabajos de jardinería de la Plaza del Trocadero. Aquella misma mañana había revisado con bastante rapidez los decretos que faltaban por promulgar pensando que no tendría tiempo para revisarlos en ese período entre que regresaba del almuerzo y el comienzo del matrimonio que debía oficiar, pero cuando terminó de revisar esos papeles del presupuesto se dio cuenta que había exagerado y que había sobrado mucho tiempo. Al mirar el reloj se dio cuenta que aún faltaba poco más de una hora para oficiar ese matrimonio y pudo haberlos revisado con más calma. A su alcance había una pequeña bandeja plateada con una taza de café y un par de macarons traídos por uno de los encargados del comedor mientras él revisaba los presupuestos. De vez en cuando bebía un pequeño sorbo de la taza y comía un trozo de los macarons, pero se mantenía enfocado en su trabajo. Cuando terminó de hacer esa tarea dejó los papeles archivados en una carpeta y la colocó en la esquina del escritorio junto a la bandeja y la taza ya vacía, quedando ya con una tarea menos que hacer.


Los decretos que había revisado en la mañana habían quedado en la esquina derecha del escritorio y aún permanecían ahí. Luego de que pasaban por sus manos un asistente se los llevaba, éste los transcribía a formato digital y luego los regresaba a la oficina para que el alcalde los guardara, pero ellos aún permanecían ahí. Eran los mismos papeles que él había revisado rápidamente esa mañana y que había dejado firmados la tarde anterior. Estiró su mano y los alcanzó, en total ahí contó 9 papeles, casi todos ellos relacionados a alguna orden que debía ser cumplida lo más pronto posible. Lo que faltaba hacer con ellos era colocarlos dentro de uno de los grandes archivadores que estaban colocados en uno de los tantos libreros que adornaban las paredes de la oficina. Tomó esos decretos y se dispuso a ponerse de pie para guardarlos, pero hubo algo que se lo impidió.


Tenía bastante tiempo de sobra y no se sentía apurado, por lo que se animó a volver a leer esos decretos que habían sido promulgados esa misma mañana y que no había visto con mucha atención, los había firmado el día anterior pero quiso volver a verlos.


El primero era una orden para revisar posibles fuentes de contaminación del río Sena cerca de un restaurante, el otro era para ordenar el cierre de una fuente de soda por temas sanitarios, otro era para limpiar la fachada de uno de los edificios patrimoniales de la ciudad que había sido víctima de vandalismo, y así sucesivamente. Sin embargo, todo cambió cuando llegó hasta el noveno decreto, sus ojos se abrieron hasta el límite cuando leyó aquel decreto que él no recordaba en absoluto.

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