CAPÍTULO 3 (2/2)

479 36 20
                                    

La sala no es tan espaciosa, es precisa para uno o dos pacientes máximo. El estado de Liz no es tan positivo como lo anticipaba. Varios cables conectan en sus brazos y pecho, sueros y dos bolsas de sangre al lado de la camilla. Desde el punto de vista de los doctores, y apuesto que el de la mía, Liz no está tan grave como cuando la trajeron. Se ve muy abatida, eso sí, y desnutrida, como si la viveza que la acompañaba a diario se hubiera extinguido jurándole jamás regresar. Tan pronto como pueda salir ruego que su vitalidad retorne a su cuerpo. Voy hacia ella con sigilo, sin embargo, mis malos pasos atraen milésimas de punzadas en los músculos de mis piernas, que no he terminado de curar. Debo esforzarme por no acentuar totalmente la palma de los pies al suelo. Y escoger la opción de caminar de puntillas no es lo mío, pero no queda de otra. Reprimo mis quejas y muerdo el interior de mis labios conteniendo palabrotas innecesarias. 

Después de varios insultos lanzados en mi mente, por fin estoy cerca de la cama. Al lado hay una mesa donde por encima reposa una libreta cuyo contenido guarda el diagnóstico correspondiente. Antes de despertarla lo chequeo y me entero que Liz no solo llegó aquí gracias al disparo de Sandra, sino que antes de eso, había sido envenenada. Mi conclusión es que la quiso fuera para tener el acceso libre y terminar con Patrick lo antes posible. Estoy estupefacto.

—Maldita infeliz. Menos mal acabé contigo —esa mujer era detestable, abominable, repulsiva y repugnante.

Cielos, hasta muerta me sigues causando un inmenso fastidio.

Si la actitud de Liz no mejora puede que me caiga mal o peor que antes, pero soy consciente que tampoco merecía ser lastimada. Merecen castigo quienes lastiman a los inocentes. Lo que hizo esa asquerosa mujer no tiene precio, ni nombre, ni lugar, ni perdón de Dios...Claro, si existe uno, después de todo el caos que arde en cada rincón de este mundo.

«No te mientas, Jonathan, tuviste ese sueño poco común con tu madre y Angela, tal vez no venga de un ser celestial, pero sí ten en cuenta que hay una vida más allá de la muerte. O quizá haya un nada, o un renacimiento, una ascensión. Interprétalo como quieras». Me memora mi otro yo desconocedor de existencias después de una muerte.

Dejo ese pensamiento en mi lista de "cosas por atender mas tarde" y me enfoco a lo que me atrajo aquí. Me acerco, seguido la sostengo del hombro y la muevo muy suavemente para que despierte. Al segundo intento comienza a dar señales de reacción y lo primero que da a ver son sus pesadas y oscuras orbes, sus párpados quieren volver a su posición, pero esta hace un esfuerzo y los abre poco a poco.

—Liz, vamos, despierta, necesito hablarte —Jonathan cálmate, la estás despertando de un sueño largo, dañado y profundo. Dale su debido tiempo, me aconsejo a mí mismo.

—¿Jo...Jona-than? —asiento un poco ansioso. Liz va recobrando la visión y el habla— Tú... por tu cul-culpa...

Callo su señalización con mi dedo índice sobre sus labios. Si no fuera por Samara, no estaría en una sala del hospital con esta boca floja. Después de todo lo que hemos hecho quiere restregarme la culpa. Vaya frase que dice: "Las mujeres desde cualquier lado, estado, sitio, momento, etc., siempre van a sacarnos de quicio. Siempre se acordarán de hechos que ni si quiera han sucedido. Pero ojo, lo recuerdan". Ahora creo en esas fieles palabras extraídas de una realidad muy vivida y muy contada, pero poco enfrentada.

—Mira niña, vengo con la bandera blanca, aquí está, ¿la ves? —elevo mi mano encerrada en un puño y la sacudo mostrándole un objeto invisible. Todo lo que tengo que hacer para no hacerla renegar y su cuadro no empeore— Usa un poco tu imaginación, bicho.

—¿A qu-qué has venido? —arruga el ceño.

Tranquila linda, yo tampoco me moría por verte, pero alguien más sí...

ME PERTENECES II : MI OSCURIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora