Cocinar es difícil.

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PEETA. 

— ¿Seguro que no quieres que te ayude? — le pregunté, volviendo a apretar el botón de silencio del mando de la tele con el sonido del chocar de cacerolas desde la cocina. 

— ¡Estoy bien! — gritó Katniss. 

Me volví en el sofá y la vi moviéndose arriba y abajo por la cocina como una caótica ama de casa. Ataviada con un delantal rosa con volantes — que Annie le dio como regalo de bienvenida cuando Katniss se vino a vivir aquí —, corría de la nevera al horno y de vuelta a la encima donde tenía abierto el libro de recetas. Y entonces, repetía el proceso .

— ¿Seguro? '

Ella se detuvo en seco y al volverse me vio mirándola desde el sofá. Una sonrisa peculiar apareció en su rostro. 

— Puede. Vale, ¿en serio quieres que te diga la verdad?

— Por supuesto — contesté, levantando la cabeza para escuchar. 

— Estoy desbordada — gimió —. Comida de Acción de Gracias, incluso si solo es para dos personas. ¡Es difícil! No sé en qué estaba pensando. 

Me reí, y me levanté del sofá para ir con ella en nuestra inmensa cocina. Nunca entendí por qué Marvel me había elegido un sitio tan grande para vivir cuando volví a casa. Yo sabía que él era muy extravagante, y que su apartamento, que estaba varios pisos más arriba, era el doble de grande que el nuestro, pero la primera vez que entré en esta casa, lo único que fui capaz de ver era un espacio vacío. 

Ahora que Katniss estaba aquí, por fin lo sentía como un hogar. 

— ¿Me dejas por fin que te ayude un poco? — supliqué —. Sé que en estas fiestas se supone que los hombres tienen que mantenerse al margen y sentarse a ver el fútbol, pero preferiría pasar el tiempo contigo. 

— ¿Incluso si te hago trabajar? — preguntó. 

— Tengo muchos recuerdos entrañables de los dos en una cocina — susurro recordando una situación similar en la que los dos estábamos ante una encimera metálica tratado de preparar algo para comer. 

No era una cita, o al menos no lo había planeado así, pero fue la primera vez que la vi como algo más que una joven con la que estaba en deuda. 

— Creo que tus dotes culinarias han mejorado mucho desde entonces — comentó. 

— Gracias a Dios. 

Así que me puse con las patatas mientras ella empezaba a preparar el pastel de manzana. 

— ¿Recuerdas aquel día que estuvimos eligiendo manzanas el otoño pasado? — preguntó. 

Observé cómo medía la cantidad exacta de canela y la espolvoreaba sobre el cuenco de manzanas. 

— Sí. Estabas tan entusiasmada que volvimos a casa con un saco entero — recordé, y me reí. 

Ella me miró confusa. 

— No fueron tantas. Tal vez medio saco. Pero lo cierto es que ayer por la tarde, cuando estaba haciendo las compras de última hora, me acordé de aquel día y me paré a por unas manzanas. Me encantó ir a recoger fruta en el campo.. las pequeñas y preciosas canastas, el aire fresco y la libertad de poder elegir las manzanas que quisieras. Fue muy emocionante. Así era cómo me sentía durante el primer año después de salir del hospital. Y no quiero dejar nunca de sentirme así. 

Me paré con una patata a medias y dejé el pelador sobre el mármol. 

— Pues no lo hagas. Que hayas ido a recoger manzanas una vez no significa que no vayas a emocionarte la segunda o la tercera. 

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