Cambia el mundo.

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KATNISS.

Me encantan los brunchs.

Mezclar sin fisuras dos comidas diferentes significaba que podía comer lo que quisiera y que no tenía que levantarme al amanecer para prepararlo todo.

Es uno de los mejores inventos del mundo.. desde que a alguien se le ocurrió añadir chocolate a los cereales y a las pastas del desayuno. Quien tuvo esa gran idea se merece que le den el premio Nobel de la Paz.

Me metí otro pedazo de pancake con pepitas de chocolate en la boca y vi que Finn me observaba con atención desde su trona. Sus brillantes ojos verdes siguieron mis movimientos con el tenedor cuando lo bajé par coger otro trozo de pancake. Una lengua pequeña y rosada salió de su boca y pasó por su labio superior.

— Eres muy mono — le dije —, pero esto es mío.

Él me respondió con cuchufletas y dio un golpe con su puño regordete en la bandeja de plástico, y un montón de cereales salieron disparados en todas las direcciones.

— Voy a fingir que no he visto eso — comenté mientras me quitaba un cereal pegajoso del pelo.

El niño rió, y a los tres adultos de la mesa nos dio un ataque de risa.

— Te acaba de dar una buena lección — dijo Annie, disimulando un delicado bufido tras la servilleta.

— Qué egoísta — intervino Peeta meneando la cabeza —, no querer compartir tu comida con un bebe indefenso. Pero, ¿con quién me voy a casar?

Y me dedicó una sonrisa traviesa mientras yo lo miraba indignada y planificaba cuidadosamente mi venganza.

Con un deliberado sigilo, levanté la mano, medio llena aún de cereales mordisqueados, y los solté sin pensarlo encima de su cabeza. Algunos cayeron enseguida a la mesa, pero otros se le metieron entre los cabellos de color arena.

Finn nos obsequió con su risa infantil mientras Peeta sacudía su cabeza y hacía caer una cascada de cereales al suelo.

— Qué lío — dije, empleando el mismo tono de Peeta —. Qué falta de respeto por los camareros. Pero, ¿con quién me voy a casar?

Y sonreí con aire de suficiencia mientras me metía un buen bocado de pancake en la boca y él reía.

— Parejita, estáis locos — nos acusó Annie echando sobre el plato otro montón de barritas para que Finn las mordisqueara.

— Se ha pasado años con poco oxígeno en el cerebro — replicó Peeta señalándome.

Me volví hacia él boquiabierta.

— Ha dicho que estamos locos, los dos — me reí —, no solo yo.

— Sí, supongo que yo también lo estoy un poco. Pero es culpa tuya. Era completamente normal antes de conocerte.

Puse los ojos en blanco y pasé el último trozo de pancake por el plato para rebañar hasta la última gota de sirope de arce.

— Sí, completamente normal — repuse yo.

Peeta se rió por lo bajo, se recostó en el asiento, y dio unos sorbos a su taza de café mientras con la otra mano trazaba círculos en mi espalda. Consiguió que se me erizara la piel a pesar de que me acariciaba a través de la tela de la camisa. No era porque me hiciera entrar en calor o porque tuviera frío, era porque me estaba tocando, me estaba amando. No quería que aquello se acabara nunca.

— Ojalá no tuvieras que irte tan pronto — me lamenté, y miré a mi mejor amiga haciendo pucheros.

— Lo sé, pero en realidad no esperaba verte hasta la boda, así que esta visita ha sido un regalo, y todo gracias a tu generoso prometido.

Seguir Viviendo (Evellark) Where stories live. Discover now