Un mar de emociones.

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KATNISS.

Menos de dos días. 

Dos días de citas con el médico, discusiones y decisiones apresuradas. 

Dos días deseando que las cosas volvieran a ser como antes. 

Aunque había tomado la decisión de irme, mi corazón seguía sintiendo la pérdida. Aún tendía el brazo buscando a Peeta en la oscuridad y gritaba su nombre en las horas oscuras de la madrugada. Tenía la esperanza de que pudiéramos reparar el daño. Que con el tiempo Peeta empezara a ver las cosas de otro modo y acabara por asimilar la idea de ser padre. 

Si no, tendría que dejarme marchar. 

Mis ojos se cerraron con fuerza mientras oía las olas romper muy cerca. Me arrebujé en el jersey y me recosté contra la tumbona que había en la terraza para admirar las estrellas que tanto había añorado porque las luces de la ciudad no me dejaban verlas. El apartamento estaba tranquilo esa noche. Después de mi aparición por sorpresa y la crisis inicial, mis padres me ayudaron a instalarme y me cedieron la habitación que quedaba más cerca del mar. Desde la cama podía oír el sonido tranquilizador de las olas y sentir el calor del sol en su recorrido por el cielo. 

Mi madre e tuvo abrazada mientras yo le contaba entre lágrimas todo lo que había pasado. De pronto entendió la llamada que le había hecho por las mañana; me abrazó con fuerza sin dejar de acariciarme el pelo y me dijo que todo iría bien.. aunque las dos sabíamos que no era así. 

Ya habíamos pasado por muchas dificultades en la vida. 

Después de eso, Haymitch apareció y quiso conocer todos los detalles desde el punto de vista de un médico. Hasta que pudiera solicitar que le transfirieran mi historial al día siguiente, lo único que tenía era lo que yo le había contado, y por desgracia no era mucho. 

—Te buscaremos al mejor obstetra de la ciudad —prometió —. Todo se arreglará. 

Yo asentí, y le di las gracias por su bondad de todo corazón. 

—Eh, ¿quieres que pidamos pizza o algo así? ¿Quieres ver una película? —se ofreció. 

Haymitch debió de entender que necesitaba estar sola, porque asintió. 

—Muy bien, niña. Te traeré algo.

—Suena perfecto. 

Y ahora estábamos solas las olas y yo. 

—Pensé que habías dicho que lo de sentarse a contemplar las olas era lo mío —dijo una voz profunda en la oscuridad. 

Cuando me volví, vi a Peeta entre las sombras, con una maleta en una mano y la llave de reserva que mi madre tenía escondida en una rana de cerámica en la otra. 

—He pensado que estaría bien probar —contesté muy tranquila, tragándome el nudo que se me había formado en la garganta al verle. 

Me puse de pie, sin dejar de toquetearme las mangas del jersey, y nuestros ojos se encontraron. Parecía más alto y más imponente cuando soltó su bolsa y avanzó hacia mí. 

—¿En la otra punta del país? ¿No sabes que también tenemos un océanos en la Costa Este? 

—Necesitaba espacio —repliqué con suavidad. 

Peeta salvó la distancia que nos separaba. Estaba tan cerca que podía sentir su aliento furioso contra mi cuello. 

—Yo no quiero espacio, Katniss. 

Su boca se cernió sobre la mía, incendiando cada terminación nerviosa, hasta que sentí que toda yo ardía por él. Me aferré a su cuerpo y lo atraje hacia mí. Cada palabra y cada emoción que había sentido los últimos dos días estalló cuando lo toqué. 

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