KATNISS.
En cuanto el avión tocó tierra, empezaron las carreras.
Las clases ya habían empezado, había reuniones de empresa programadas y la familia había venido para nuestra celebración tardía de la Navidad. Y, por más que añoraba la tranquilidad de estar os dos solos en los refugios aislados de los que habíamos disfrutado durante la luna de miel, tenía que reconocer que era agradable volver a estar en casa. Un lujo de cinco estrellas no podía compararse con la comodidad de volver a dormir en nuestra cama. Y, aunque no había pasado tanto tiempo con mi nuevo esposo, verlo siguiendo de nuevo sus rutinas me hizo pensar en algo. Aunque a veces parecía estresarle, aquel trabajo, el legado de su familia, era su vocación. Lo veía en la forma en que se presentaba a los empleados, la pasión que ponía en sus palabras, y el esfuerzo que ponía en cada acción.
Además, no me importaba volver a verlo con su traje chaqueta.
No, para nada.
Tardé algunos días, pero finalmente conseguí deshacer todas las maletas que habíamos llevado en la luna de miel. La ropa se guardó en su sitio. Cada recuerdo encontró su lugar en la casa, y los pocos regalos que había comprado se envolvieron y quedaron colocados bajo el árbol hasta que llegara la noche y saliéramos hacia la casa de campo de la madre de Peeta.
El resto de los regalos los había comprado ese mismo día, en una rápida excursión de compras.
¿Compras de último minuto? ¿Yo? Nunca.
O al menos normalmente no. Pero había tenido el pequeño inconveniente de una boda, por no hablar de los cuatro exámenes finales, que me saqué con excelente, y entre lo uno y lo otro no había tenido tiempo de comprar regalos para mi ahora enorme familia.
Antes solo éramos mi madre y yo, y ahora tenía que comprar regalos para toda una familia.
Sonreí mientras miraba el enorme montón de regalos que había bajo el árbol, pensando en toda la gente con la que había sido bendecida en mi vida.
Antes solo éramos mi madre y yo, y ahora tenía que comprar regalos para toda una familia.
—¿Lista? —me preguntó Peeta desde la habitación, y apareció por el pasillo, vestido con unos vaqueros oscuros y un jersey gris.
—Sí, solo tenemos que cargar los regalos.
Peeta los miró.. y cuando vio cuántos había soltó un bufido.
—Vale.
Cuando le vi la cara me reí y me incliné para ayudarle a cogerlos. Pero de pronto sentí náuseas y me detuve, esperando que pasara. Era la segunda vez que me pasaba ese día, y pensé que quizá había pillado algo. En la clase de esta mañana faltaban un par de alumnos, y el profesor había mencionado que había un virus por el campus. Por fortuna, Peeta no se había dado cuenta, y me dediqué a empujar los paquetes hacia él mientras las náuseas pasaban. No quería perderme lo de aquella noche, sobre todo porque mis padres habían venido en avión expresamente. Podía coger la gripe de estómago mañana.
Hoy no. Mandé esa advertencia a mi mente, con la esperanza de poder aguantar unas horas y hacer de Santa Claus para mi familia.
Todos habían pospuesto la celebración para que nosotros pudiéramos alargar nuestra luna de miel hasta después de Año Nuevo.
—¿Todo listo? —preguntó Peeta.
Se echó las dos grandes bolsas al hombro como un moderno y guapísimo Kris Kingle.
Sonreí, tratando de apartar esos feos pensamientos de mi cabeza, y me limité a asentir.
—Me estás imaginado como Santa, ¿a qué sí?
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Seguir Viviendo (Evellark)
RomanceDicen que el amor puede superar cualquier obstáculo. Pero, ¿puede realmente sobrevivir a la muerte? Se suponía que éramos felices.. Felices para siempre. Tazas de chocolate, los pies descalzos en la arena y una vida plena donde todos nuestros sueño...