Con sus ojos verdes, exageradamente enormes, observa la biblioteca, analizándola con la mirada, con la esperanza de que alguna fuerza lo obligue a entrar. Desvía la vista, justamente hacia un pequeño antro, escandaloso, iluminado con diversos colores llamativos.
"¿Cómo es posible que una biblioteca esté cerca de un antro?". Piensa que ambos lugares no tienen nada que ver el uno con el otro, teniendo en cuenta que las bibliotecas deben ser silenciosas.
Los jóvenes bailan, ríen y caen borrachos al suelo como si fuesen unas marionetas que les han cortado los hilos, jovencitas besándose con hombres mayores de edad. Humo por todos lados, peleas, cosas morbosas tentativas para observar más de cerca, con detenimiento. Una escena alocada, ya nadie se sorprende ver aquello. Las drogas, el alcohol y, claro, el sexo lo es todo para los jóvenes de hoy en día.
El muchacho de los ojos verdes dirige su vista hacia la biblioteca, no se encuentran tantos chicos de su edad, y si los hay, simplemente charlan, contando algún tipo de chisme.
La biblioteca está mucho más vacía y tranquila.
Sus ojos esmeraldas, escondidos detrás de sus anteojos, donde apuntan ahora es al suelo. Siempre encorvado, escondiendo su rostro con sus largos cabellos oscuros, debido a una cicatriz que se encuentra en su mejilla izquierda, la cual por más que trate de ocultarla, se logra notar aquella marca que le llega por la comisura de los labios.
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Cuando fue encontrado, tenía el collar del Arcángel Miguel, y si eso no fuera suficiente, se encontraba junto a una estatua de aquel arcángel. Su pálido rostro y sus ojos verdes hacían pensar que podría ser hijo de aquel ángel, por lo que lo bautizaron con el nombre de Miguel Ángel. No había duda, el nombre le quedaba como anillo al dedo.
Ximena Latidos, la profesora del orfanato "Sol y Esperanza", fue quien lo encontró cuando se dirigía a su trabajo. Ese día llovía mucho, el viento era agresivo que más que mojar y dar frío, daba dolor en las mejillas y destruía los paraguas con facilidad. Los llantos del bebé llamaron la atención de la maestra, se escuchaba más que el escándalo que provocaba el fuerte viento. Ximena lo halló debajo de aquella estatua que lo protegía del extremoso clima. Inmediatamente se encariñó con el pequeñito llegando a amarlo. Semejante a un amor a primera vista.
Una medalla y un conejo de peluche era lo único que estaba junto al bebé enfermizo, una de las razones por lo cual no era adoptado. Nadie quiere un niño enfermo.
Su primer recuerdo lo retrata sentado, apretando contra su pecho el conejo de trapo y siendo invadido por una gran tristeza. Con las pupilas fijas en los otros niños jugando futbol. El aroma de la tierra mojada y los mosquitos fastidiando a varios adultos que esperaban adoptar algún niño que cumpliera sus expectativas o llenara un vacio emocional.
Por alguna razón nadie se juntaba con él después de la tragedia, nunca supo el porqué, simplemente estaba solo. Jugaba solo en la escuela, nadie lo integraba en su equipo, es más, nadie lo tomaba en cuenta. Acostumbrado a que nadie le hablara, ni un "hola" si quiera, o algo para pedirle prestado, para el colmo o es así como lo veía, siempre le tocaba estar hasta el final de la fila o en la esquina donde apenas se nota su presencia y el pizarrón no sé podía alcanzar a ver. Los últimos lugares siempre estaban reservados para él.
Mientras los niños jugaban él leía, mientras los niños veían fútbol o la tele, el leía. Era la única manera de no sentirse tan solo.
Amaba los libros e historietas, ni decir de los mangas. Su amor a la lectura se lo debe a Ximena con quien tenía una conexión especial.
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Corazón de Ángel
किशोर उपन्यासSer adoptado no es un crimen, tampoco ser otaku, ni tartamudear, ni mucho menos tener cicatrices. Aún así, es ignorado por medio mundo, pero es algo muy normal para Miguel Ángel. Sin embargo, dejará de ser invisible cuando se convierte en víctima d...