7.- Tres diablillos

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— Bienvenido, yo soy Carolina.

Sonríe la mujer mientras le da una toalla a Miguel. La enfermera tiene la piel morena y sus labios gruesos,  la voz dulce es incluso, sus manos refinadas y bien cuidadas, o eso parece, le recuerda las manos de su madre.

— ¿Y cómo te llamas? —pregunta con curiosidad.

— Mi-Miguel Ángel —responde él mirando el techo que tiene una gran mancha, parece que algo exploto.

Una curiosidad rueda por la mente de Miguel. Siendo una enorme mansión, con un hombre que trabaja en una gran disquera, no hay ni rastro de empleados. Alguien debe de limpiar los dibujos que dejaron los pequeños.

— Para ser grande esta casa... No hay casi nadie. No sé, como... empleadas domesticas o algo así...

— ¿No te dijeron? —Carolina suena sorprendida.

— ¿Saber qué? —un mal presentimiento es presente. Cuando menos uno quiere en estos casos es estresarse.

— Bueno... los pequeños son tan traviesos que nadie quiere trabajar aquí.

— De-debe ser una exageración.

— No. No lo es. Mira, ahí están los pequeñitos...

Miguel se gira hacia los tres niños.

Un miedo recorre por su cuerpo. La mirada de esos niños son como los chiquillos que salen en las películas de terror que al final resultan estar poseídos por un demonio o que son la misma maldad. Por primera vez Miguel siente que se metió en un clásico de terror; una mansión solitaria con un hombre y una enfermera teniéndoles miedo a tres criaturas.

— El es Pedro —dice la enfermera colocándose detrás de los niños y señalando al mayor.

Pedro tiene el cabello descuidado y rojo, rojo como el cabello de Rosalinda -que coincidencia-. Tiene las rodillas raspadas y los zapatos llenos de lodo al igual que los demás, calcetas negras y agujeradas; una gran señal de ser hiperactivo.

— Ella es Mariana.

Mariana es morenita como don Francisco. Lleva una falda de ballet, una camisa color anaranjada, que no combina muy bien con la falda. Sus mayas también están rasgadas, y sus coditos tienen curitas y un moretón en el brazo. Su cabello  castaño le llega hasta las caderas. 

— Y Juanito.

Juanito, lo primero que le viene a la cabeza a Miguel es el insoportable de Juan, pero ahora espera que cada vez escuche ese nombre piense en el niño, el más pequeño de los tres. También es castaño y su rostro está manchado de chocolate al igual que sus manitas. Mastica algo, a lo mejor es adicto a los dulces. Miguel nota que el niño tiene las agujetas desamarradas.

— Ho-hola soy Miguel... —saluda agachándose para estar a la altura de los tres, estirando un brazo para saludar a quien sea, ninguno se mueve ni responde.

— Púdrete —dice el pelirrojo y le da una pisotón en el pie izquierdo, claro que el muchacho no tuvo una buena reacción más que quejarse de dolor.

La enfermera se asusta y socorre a Miguel, los dos pierden de vista a los niños.

— Lo siento —Carolina se ve apenada.

— Estoy bien... ¿Qué dice? ¿Qué me pudra? 

— Ven mucha televisión.

"Ya lo note". 

Primero le lanzan agua y después recibe un pisotón. No podía pensar en otra cosa más que echarle la culpa a su suerte o a Dios quien debe estar aburrido y para distraerse hace que le ocurra cada "desgracia". Aun qué Dios no puede hacer tales cosas sólo por aburrimiento y habiendo tantos seres humanos ¿Por qué a él?

Corazón de ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora