22.- Hablar

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Ximena se ha enterado de todo; nadie sabe cómo. La mujer fue a la escuela para reclamarle al orientador, y claro, a su marido, casi gritando con ganas de ver al director y al padre de los Campos.

Fue ignorada y sólo consiguió miradas de desdén. Incluso la maestra Janet dijo de manera sarcástica que el puesto de conserje ya ha sido ocupado.

Para evitar otro drama, Alonso se vio obligado a convencerla de volver a casa. Sobre todo porque la vio muy mal.

Tener Lupus es complicado, más si se trata de querer moverse por todos lados luchando con dolores en los huesos, cabeza, y el de tener alergia al sol ya que la piel se irrita con facilidad.

Los hermanos de Miguel, le han culpado que su madre se sintiera mal, y él les da la razón, pero al mismo tiempo quiere irse de la casa, no, de la escuela, no volver.

Quizá exagera como dice Alonso, sí, tal vez sea eso.

Sin embargo, le da mucha vergüenza salir a la calle. Cuando lo hace, la gente lo observa, otros ni disimulan su asco.

Lo arreglara, puede hacerse otro flequillo o encontrar un peinado que le ayude a esconder ese defecto tan espantoso.

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—¿A dónde van con esas maletas? ¡Vengan acá! —llama Francisco a sus hijos más pequeños que arrastran sus mochilas, algunos juguetes, al perro, y Juanito sostiene un tarro de chocolates, soportando la tentación de comerlos.

—Nos vamos por unos días. Nos toca cuidar de Miguel —contesta Pedro—. Andando, mis valientes soldados.

Francisco sabe que si son capaces de llegar hasta la casa del niñero con o sin dinero. Se agacha para estar a la altura de los niños y poder impedir que cometan una de sus tantas locuras.

—Bueno, su hermana dice que él desea estar solo.

—La soledad mata —comenta Pedro—. ¿No dijiste que tu amigo Bruno casi se petatea por culpa de la soledad?

—Sí, es cierto. Pero por el momento debemos respetar el espacio de Miguel. ¿No les parece? Pero si quieren ayudarlo, pueden escribirle cartas y dibujarle algo. Eso levanta el ánimo de cualquier persona —sabe que no, pero no se le ocurrió otra cosa que decir.

—Podemos tratar de hacer un pastel de chocolate para él. Le gusta los pasteles de chocolate y un capuchino —sugiere Mariana.

—Entonces... Juan, ¿te acabaste todos los dulces? —Pedro agranda los ojos con sorpresa al ver que el tarro ha quedado vació. Francisco ya esta marcándole al doctor para que venga.

—Fue Tedy. Me dijo que lo hiciera —se excusa Juanito.

—¡Hagamos ese pastel! —formando una fila, los tres se van a la cocina marchando y dejando las cosas en el suelo. Carolina pasa por ahí y acaba por resbalarse. Francisco la socorre.

—¿Cuándo dice que va a regresar ese niño? Yo ya no puedo más —dice la enfermera. Tiene ojeras, el maquillaje corrido y el pelo despeinado.

—Sólo han pasado tres días, Carolina —dice Francisco. No quiere presionar al joven, no después de todo lo que le contó Rosalinda. Puede comprender la situación Alza la vista y ve a su hija bajando por las escaleras con prisa—. Rosa, espera. ¿Puedes darte un descanso de tu trabajo y cuidar de tus hermanos?

Rosalinda observa a su papá con el ceño fruncido. Se acomoda sus anteojos y cruza los brazos. De por sí se siente terrible lidiar con sus problemas de adolescente, los cuales si son importantes.

Corazón de ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora