Crimen y castigo.

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Caito tenía razón, nadie lo iba a salvar de ésta, salvarse solo dependía de él.

Tomás le había cortado un rulo más y, antes de que cortara un tercero, Carlitos relajó su cuerpo y respiro profundo antes de aflojar el mango del cuchillo dentro de su manga.

Con cuidado lo fue sacando de su escondite y lo empuño con fuerza. Movió su cuerpo apenas hacia adelante y uso toda su fuerza para tirar su peso contra el chico detrás de él.

La punta del cuchillo se clavo en la parte baja de su estómago, haciéndolo gritar de dolor y soltarlo. Carlitos aprovecho para empujar a Tomás, quien trastabillo varios pasos hacia atrás.

Salió corriendo del lugar sin mirar atrás, y llego hasta la enfermería.

Renato abrió la puerta con un sonrisa, pero al instante se le borro de la cara.

-¿Qué paso? – le pregunto asustado.

Carlitos se lanzo a sus brazos, temblando y llorando.

-Me agarraron en el salón – conto entre sollozos.

-¿Quiénes? ¿Qué te hicieron?

Pero Carlitos aún no podía contar nada, estaba con mucho miedo y mucha bronca, pero también estaba orgulloso de él mismo, no necesito que nadie lo salvara, se había podido salvar solo.

Renato cerró la puerta con llave y lo dirigió hacia la parte trasera de la enfermería. El lugar no era muy grande, apenas había tres camas similares a un hospital, y sobre la pared había un gran mueble lleno de medicamentos e insumo de primeros auxilios.

La enfermera solo se quedaba allí si algunos de los internos estaba enfermo, de no haber nadie se iba a su casa. Los celadores sabían atenderlos ante cualquier cuadro de enfermedad o accidentes en caso de suceder.

Carlitos jamás había estado allí y, cuando Renato abrió la puerta del fondo de la enfermería, se encontró con un pequeño cuarto muy acogedor. Tenía una cama grande en el centro, una mesita al costado y un pequeño armario enfrente.

-Es el cuarto de la enfermera – le comento.

Renato había puesto unas velas sobre la mesita de luz, y en el ambiente había un aroma dulce muy rico. Las sábanas estaban limpias y sobre la cama había un chocolate y dos cigarrillos.

Lo había arruinado todo otra vez.

-¿Hiciste esto por mi? – le pregunto.

-Haría más por vos, esto es todo lo que puedo hacer en este lugar.

-Perdoname, lo arruine.

-No arruinaste nada ¿Qué te paso?

Ambos se sentaron en la cama, y Renato espero pacientemente a que Carlitos se calmara.

-Caito y Tomás me agarraron en el taller de mecánica cuando venía para acá.

-¡Hijos de puta! ¿Y Lardy?

-No sé, no estaba.

-Debe estar cogiendo con Fausto, ¿Qué te hicieron?

-No mucho, me manosearon un poco, y Tomás me corto el pelo.

Renato inspecciono su pelo, comprobando que unos rulos habían sido mal cortados.

-Hay que avisarle al director.

-No, para, quedate acá conmigo, no quiero salir.

-¿Cómo te escapaste?

A Carlitos se le formo una sonrisa, y con orgullo le contó como se había escondido un cuchillo y como lo había usado contra Caito.

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