Mala influencia.

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¿Renatto?, ¿Qué clase de reformatorio tenía nombre de viejo inmigrante italiano?

Carlitos bajo del auto de muy mala gana, sosteniendo su pequeña valija, solo tendría que aguantar ahí los cuatro meses que le faltaban para cumplir sus 18 años, y después nuevamente a la libertad.

El lugar era antiguo, con paredes grises y puertas altas, seguramente había sido la casa de algún viejo rico que la dono para que impartan mano dura a jovencitos rebeldes como él.

Sus padres se detuvieron a saludar a un hombre alto y gordo que al parecer era el rector del lugar, Carlitos desde más atrás le dedico una expresión de asco y apartó la mirada, sus ojos fueron a dar contra una ventana antigua de altas puertas de madera, detrás de esta había un chico sentado en el piso, tenía unos shorts azules y estaba sin remera. Carlitos se acercó unos pasos para poder espiarlo mejor, tenía la piel blanca, el pelo castaño y por su cara de bebe, seguramente era más joven que él. ¿Qué habría hecho para terminar ahí?, aunque sabía que la pinta era lo de menos, el también parecía un ángel caído y sin embargo era tremendo hijo de puta.

-¡Carlos! – llamó su padre, sacándolo de sus pensamientos.

Volvió a seguir a los adultos, pero su cara había cambiado, ahora estaba adornada por una sonrisa de lado, tal vez ese lugar no sería tan malo después de todo.

De camino a la oficina del rector se pudo cruzar con varios chicos, todos lo miraban como un pedazo de carne que les gustaría comer. Sin duda no sería un mal lugar, pensó nuevamente.

Dentro de la oficina se hablo algo sobre "reglas" o "normas" a seguir, el no entendió mucho porque no eran palabras con las que estuviera familiarizado. Por fin sus padres se fueron, su papá le dio una palmada en el hombro y su mamá un beso y un abrazo. En ningún momento sintió miedo, jamás lo había sentido, era más bien ansiedad.

El rector lo llevó hasta una habitación y, cuando entró, pudo ver seis camas, tres de un lado y tres del otro.

-Este va a ser tu cuarto – le explicó el hombre - La cama contra la pared es la única que queda libre. A las ocho se cena.

Sin más que decir el hombre se fue dando un portazo. Carlitos dejo su pequeña valija en la cama indicada, el colchón parecía las plantillas de sus zapatillas, finito y nada cómodo. Sobre éste había un conjunto ambo azul oscuro, seguramente el uniforme, todos los lugares tienen uniformes.

Carlitos iba a desvestirse para ponérselo cuando escucho que la puerta se abrió dando paso a tres chicos. Los tres eran morochos y altos, justo como le gustaban a él. Jamás había tenido la posibilidad de estar con un chico, solo sabía que le gustaban de la misma forma que las chicas.

-Pero mira lo que hay acá – dijo uno.

-Una muñequita – comentó otro.

-Me hace acordar a mi novia – remató el tercero.

Carlitos simplemente los miraba, no le tenía miedo a ninguno de los tres ni a lo que pudieran hacerle.

Dos de los chicos se le acercaron de frente, y el otro se le pegó detrás, haciéndole erizar cada fino pelo de su cuerpo con el roce.

-A mi me parece que este es más lindo que tu novia.

Uno de los chicos, el más alto, se inclino sobre él y olio sus rulos, mientras el que estaba a su lado, un tanto más bajo, olio su cuello. Carlitos estaba confundido ¿Acaso esos chicos querían intimidarlo o asustarlo?, la realidad era que estaban logrando el efecto contrario.

-Me llamo Carlitos – les dijo.

El más alto lo tomó del cuello y lo acercó más a su cara.

-Me importa un carajo cómo te llamas.

-Acá todos tenemos apodos, muñequita. Y creo que ese va a ser el tuyo – le dijo el chico detrás de él, llevando sus manos a la cintura.

Los tres chicos lo tocaban, lo rozaban, lo olían, pero no hacían más que eso. Carlitos se dio cuenta que no estaba respondiendo como ellos deseaban, no estaba temblando de miedo o suplicando para que no le hagan nada, sino todo lo contrario.

-A mi me parece que lo está disfrutando – dijo uno de los chicos.

-A mi también, es uno de esos enfermitos – dijo el de atrás.

-Le vamos a tener que dar una lección entonces – comentó el más alto.

Carlitos no se esperó el puñete en el estomago, y no pudo evitar gemir de sorpresa y dolor. Quien estaba atrás de él lo sostuvo pegándolo a su cuerpo mientras otro tiro de sus rulos de forma dolorosa.

-Bienvenido muñeca – le dijo el más alto, volviendo a pegarle en el estómago.

Carlitos estaba empezando a sentirse mareado y saborear un poco de su sangre en la boca cuando escucho una voz desde la puerta.

-¡Eh! ¿Qué mierda están haciendo?.

Los tres chicos se apartaron de él, y tuvo que sentarse en la cama, ya que los golpes recibidos le habían sacado el aire.

-Vos no te metas, Tato. Raja de acá – le dijo el más alto.

-Yo me meto todo lo que quiero, ustedes saben que acá mando yo manga de giles. ¡Fuera!

Carlitos por fin pudo recuperar un poco de aire, eso le permitió levantar la cabeza y mirarlo. Era él, el chico detrás de la ventana.

-¿Estás bien? – le pregunto.

-Si.

-Ellos son "Las tres Marías" – le contó – les gusta joder a los recién llegados.

Carlitos solo le dedico una débil sonrisa, todavía le dolía mucho el estomago.

-¿Vos llegaste recién?- le preguntó – me pareció verte en el pasillo.

-Hace un rato.

-Sí. Eras vos el que se paró a mirarme.

-En realidad yo estaba siguiendo al rector, y él se paro así que yo me pare también, justo ahí frente a la puerta – mintió.

-Sí, seguramente.

El chico lo miraba de una forma rara, con una seguridad y porte altanero, después de todo había mandado a volara a esos tres patoteros con unas pocas palabras. No tenía mucha pinta de ser "el que mandaba ahí" como les había dicho.

-Soy Renato.

¿Renato?, pensó Carlitos, como el nombre del reformatorio.

-Carlitos.

Y ahí estaba él, sin saberlo todavía, frente a quien sería su peor influencia.

Historias de reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora