Tres veces seguidas.

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Una semana, solo una mísera semana había pasado para que todo volviera a la normalidad, y por normalidad se refería a cambiar cigarrillos por petes, objetos deseados por dinero u otros objetos deseados, y sexo inmoral en cualquier rincón oscuro.

Ni el director ni los celadores tenían paciencia para controlar un puñado de pendejos calentones y rebeldes, por más sueldo que le pagaran.

Carlitos tenía a Renato arrinconado contra la pared del baño individual, metiendo mano y metiendo lengua sin ningún tipo de decoro.

-Necesito que me cojas, ya – le pido.

-Si me dejas mover y respirar, por favor.

Renato sacó un alambre pequeño y grueso, similar al que tenía cuando abrió el candado del hoyo.

-Vení.

Carlitos lo siguió, pero se paralizo detrás de él cuando vio que comenzaba a subir la escalera que llevaba al segundo piso, el piso donde dormía el director, los celadores y el resto de las personas que trabajaban allí.

-¿Qué haces? – le pregunto en un susurro.

-Quedate vigilando.

Carlitos se sentía agitado y excitado, libre. Miraba hacia un lado y el otro del pasillo mientras Renato forzaba con cuidado la cerradura de una de las puertas.

El chico le dedicó una sonrisa cuando por fin pudo abrirla, y se metió al lugar saliendo minutos después con un manojo de llaves en la mano.

-¿Qué es eso? – le preguntó Carlitos.

-Las llaves de todo el reformatorio.

Sus ojos se abrieron como plato, la posibilidad de salir de allí estaba a una llave de distancia.

-¿Nos vamos?

-¿Sos loco, Carlitos? ¿Te pensas que son boludos?, la puerta de entrada y los portones tienen alarma, que encima conectan con la comisaría, llegamos a abrir una y somos boleta antes de llegar a la esquina.

Una punzada de decepción invadió a Carlitos, realmente había fantaseado con escaparse de ese lugar junto a Renato y fugarse lejos.

-¿Para qué las queres entonces?

-Ya vas a ver.

Renato lo tomo de la mano y caminaron sigilosamente hasta la puerta que daba al patio trasero, el chico probó varias llaves hasta que una finalmente abrió.

Salieron con cautela, apoyados contra la pared del edificio para que el pilar que estaba arriba, ese por el que había caminado Carlitos noches atrás, pudiera taparlos de la vista del celador vigilante, que siempre estaba colocado en la cúpula que coronaba la gran casona.

Por fin llegaron al lugar, Carlitos lo reconoció aunque nunca había entrado, era el cuartito deportivo, que también usaba el profesor de educación física como oficina. Renato probó varias llaves hasta que una abrió la puerta.

Cuando entraron se toparon con lo que parecía ser una oficina, había un escritorio con sillas y sobre la pared del costado había un sillón. Abrieron la puerta al lado del escritorio y encontraron el cuartito de gimnasia, repleto de todos los elementos que usaban para practicar deportes. Había canastos con pelotas, redes enredadas, conos de plástico, y colchonetas de cuero y goma espuma.

Renato tomó una de las colchonetas y la tiro al piso. Ambos chicos la miraron reposar allí un instante, y luego se miraron ellos de manera cómplice.

-Acá no va a joder nadie – le dijo Renato.

No perdieron más tiempo, y se abalanzaron uno contra el otro, fundiéndose en un beso desesperado.

Historias de reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora