Libre.

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Le parecía increíble que esa mañana fuera la última adentro del reformatorio. Aunque muchas cosas le estaban pareciendo increíbles últimamente, como el dormir en los brazos de Tomás y Lardy, o sentir nostalgia al saber que dejaría a sus compañeros, y ni hablar de la impaciencia por salir y correr en busca de Renato.

También le parecía increíble ponerse su propia ropa, cuatro meses con los uniformes le habían hecho olvidar el olor a perfume que le ponía su mamá a cada prenda después de plancharlas.

Emilio entró a la habitación y se lanzo a sus brazos, se lo veía bastante afectado.

-Ey, no llores – le dijo.

-Ya se, es que no lo puedo evitar – respondió.

-Estás con quien querías estar.

Joaquín le sonrió desde atrás del chico, quien se apartó para darle lugar.

-Se te va a extrañar, muñeca – dijo, dándole un abrazo.

-Gracias, Joaco. Aunque parezca mentira yo también voy a extrañar.

-Mandale saludos a Tato cuando lo veas.

-Lo voy a hacer.

Volvió a despedirse de ellos y de Pedro antes de darle una última mirada al cuarto y salir de allí.

Caminar por los pasillos le producía un cúmulo de sensaciones extrañas, recordando todo lo que había pasado allí, lo bueno y lo malo.

Un fuerte empujón lo sacó de los pensamientos y lo metió a uno de los cuartos. Sabía quién era, pero apenas pudo abrir los ojos cuando unos labios suaves y tibios se posaron sobre los de él sin mucho cuidado.

Lo primero que vio cuando abrió los ojos fueron dos orbes azules que brillaban con un deje de sensualidad y malicia.

-¿Me crees si te digo que te voy a extrañar? – preguntó.

-Puede ser – respondió Carlitos.

-¿Cómo amaneciste?

-Me duele un poco.

-Mejor, así te acordas de nosotros por un par de días.

-Yo creo que siempre me voy a acordar de ustedes... sobre todo de vos.

Tomás lo beso una vez más antes de dejarlo ir, mucho más suave, tranquilo, disfrutando de los labios, humedeciendo con la lengua. Carlitos lo envolvió del cuello con sus brazos y enredo los dedos en sus cabellos siempre enredados.

Tuvo que ponerse en puntas de pie cuando Tomás lo elevó un poco del suelo al abrazarlo de forma posesiva por la cintura.

-Me estoy poniendo duro y mis viejos estás abajo – dijo Carlitos con el poco aire que le quedaba.

-Mmm... rico.

-¡Basta, tarado! – rió, apartándolo apenas.

-Besalo por mí cuando lo veas – le pidió.

Carlitos sabía muy bien a lo que se refería, y sabía que ese beso había sido una forma de trasladar sus labios a los de Renato.

Jamás quiso besarlo a él.

-Chau, Tomás.

-Chau, muñequita.

Carlitos le sonrió por última vez antes de salir de esa habitación vacía que no sabía a quién pertenecía.

Cuando bajo a la planta baja sus padres estaban allí junto al director, quien se despidió de él de forma fría e hipócrita, solo para quedar bien frente a los otros adultos.

Historias de reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora