Despegarse.

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El día había comenzado pésimamente mal, porque mientras estaban desayunando el director se hizo presente para informar que sería la última semana del profesor Ortega en el reformatorio, lo cual disgustó bastante a los internos.

Carlitos solía intercambiar miradas furtivas con el hombre, claro que éste, más maduro y con experiencia, sabía disimularlas muy bien, no como él, que cada día se le complicaba más quitarle los ojos de encima.

Ni siquiera estaba mirando lo que hacía por verlo al profesor explicarle algo a Pedro y, como estaba con su mente en un universo paralelo en donde estaban ambos cogiendo arriba de la mesa de trabajo, no vio donde estaba clavando, y erro el golpe del martillo, golpeando su dedo pulgar.

No pudo reprimir el grito de dolor, jamás había sentido un dolor tan fuerte y tan feo. Sus compañeros se sobresaltaron, y el profesor se dirigió corriendo hacia él para auxiliarlo.

-Carlos, dejame ver – le pidió preocupado.

-No, no puedo, me duele mucho.

Carlitos tenía su dedo envuelto con su otra mano, presionando para calmar el dolor, y sentía que si se lo quitaba se le iba a caer al suelo.

El timbre de finalización de los talleres sonó, dando comienzo a las dos horas libres antes de la cena.

-Vamos a la enfermería – dijo el profesor, poniendo una mano en su espalda.

-Los acompaño – dijo Renato.

-No... deja – le pidió Carlitos – anda al patio, no te pierdas el tiempo libre.

-No me importa, quiero estar con vos.

-Voy a estar bien, Renato. Dejame tranquilo.

Eso había sonado muy mal, el profesor se dio cuenta, y Renato también, quien simplemente lo miró con algo de dolor y se marcho de ahí.

-Vamos, dale – volvió a insistir su profesor.

Cuando llegaron a la enfermería Carlitos ya estaba transpirando un poco, y se sentía mareado, el dolor era muy fuerte y creía que se iba a desmayar en cualquier momento.

-Soltate la mano, Carlos – le pidió, recostándolo en la cama – necesito ver.

Con mucha dificultad Carlitos soltó el agarre de su dedo herido, y tuvo que apartar la vista, el profesor hizo una mueca de dolor al ver el dedo pulgar rojo e hinchado, con un poco de sangre alrededor de su uña.

-¿Dónde carajo estará la enfermera? – se preguntó para él mismo, mientras camina hacia la pequeña heladera que había junto al mueble.

Allí solían guardar los medicamentos de los internos que tenían alguna enfermedad o estaban bajo tratamiento y saco hielo, envolviéndolo en una tela blanca.

-Sostené esto – le dijo – y recostate un poco que estás pálido.

Carlitos obedeció mientras veía como el hombre se desesperaba por atenderlo y calmarle el dolor. Volvió junto a él con una botella de alcohol, algodón y gasa.

-A ver, soltá eso un rato – le pidió, tomando la mano herida entre la suya.

Carlitos se incorporo un poco más en la cama, sin poder quitarle la vista, era aún más hermoso cuando estaba preocupado por él.

-Esto te va a arder – le advirtió.

Efectivamente así fue, porque cuando el algodón con alcohol toco su dedo creyó que iba a morir.

-Shh, tranquilo – le dijo su profesor, soplando en su herida y aliviándolo.

El hombre seguía tratándolo con delicadeza y cuidado, y él no podía dejar de mirarlo, ni siquiera intentaba disimular, ese hombre lo fascinaba.

Historias de reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora