Decir adiós.

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La tormenta se había desatado de repente, casi sin previo aviso el cielo se encapotó en densas nubes negras, y ellos tuvieron que correr a cerrar las ventanas de los salones y las habitaciones.

Entrada la noche, las gotas de agua caían constantes y tranquilas, golpeando contra el vidrio del cuarto. Todo se sentía pesado y frío, como todas las noches, pero la diferencia era que esa noche no era como todas las demás.

Era la última.

No podía sacarle la vista al bello rostro de Renato que se retorcía sobre la almohada mientras él saltaba rítmicamente encima. Grabó en su retina cada uno de sus gestos de placer, como cambiaba el color de su piel, como apretaba los ojos, como echaba su cabeza hacia atrás mientras abría la boca para ahogar el gemido final.

Estaban solos en el cuarto, sus compañeros habían sido lo suficientemente considerados como para dejarles el espacio y la privacidad de esa última noche juntos. Joaquín estaba con Emilio, y Pedro... andaría por ahí.

-¿Qué es lo primero que vas a hacer cuando salgas? – preguntó Carlitos.

-Ir a comprarme ropa, pasé casi dos años con estos uniformes de mierda.

-Encima las escuelas también tienen uniformes.

-Sí, pero al menos sé que llego a mi casa y me lo puedo sacar.

-¿Yo te lo puedo sacar?

-Vos me podes sacar hasta el alma si querés.

Carlitos volvió a besarlo, impulsado por sus palabras que le generaban adrenalina, calentura y amor, sumado a la esperanzas de hacer planes a futuro, planes cuando fueran libres, juntos.

-¿A dónde vamos a ir cuando te vaya a buscar? – preguntó Carlitos.

-¡A bailar!... tango.

-¿Tango?

Renato se puso de pie y lo agarró de uno de sus brazos, arrastrándolo junto a él. Lo aferró firme de su espalda, y entrelazó su mano con la de él a la altura de su cabeza, comenzando a imitar algunos pasos del tradicional baile por el medio de la habitación.

-El tango era considerado un baile muy sensual y provocador para ser bailado por mujeres – contó – así que en sus inicios bailaban entre hombres.

-¿Bailaban desnudos también? – preguntó curioso.

-No, hasta donde sé creo que no.

Carlitos rió, dejándose llevar por su compañero e intentando imitar sus pasos.

-Yo me llamo Carlos por Gardel, es el ídolo de mi papá – dijo.

-Un grande Gardel... y puto.

-¿De verdad?

-Solo rumores.

Renato seguía moviéndose al ritmo de una canción en su cabeza, guiándolo por el dormitorio, solo iluminados por las luces del patio y algunos relámpagos distanciados.

-Mis abuelos fueron campeones de tango – contó – cuando yo era chiquito los acompañaba a los ensayos y torneos.

-Nunca me llamó la atención ese género. Prefiero el rock.

Renato rió con gracia, y a Carlitos se le estrujo el corazón... cuanto iba a extrañarlo.

-A mí también me gusta el rock, pero pueden gustarte muchos géneros.

-Me gusta como bailas.

-¿De verdad?

-Aunque en la cama bailar mucho mejor.

Historias de reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora