Epílogo: Las consecuencias de adorarte.

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El día que creyó que lo había superado por completo, fue el mismo día que regresó a su vida.

Había conocido al chico ideal, alguien que era como él, que lo entendía, lo respetaba, y lo aceptaba tal cual era. Habían pasado por muchas cosas, muchas confusiones y negaciones, pero por fin estaban juntos.

Encajaban tan bien como dos piezas de rompecabezas.

Hasta se habían casado, algo que le parecía absolutamente descabellado, aunque no lo fue tanto cuando vio esos dos anillos, o cuando se los colocaron en sus dedos en plena calle.

Todo era perfecto... hasta que volvió él.

Estaba cambiado, él también lo estaba, ya no eran los mismo de hacía casi dos años atrás.

Esa noche le fue imposible conciliar el sueño, aunque se hacía el dormido en ocasiones, recordando cada momento vivido en el reformatorio, cada caricia, cada beso, cada encuentro, cada gemido... y de lo mucho que le gustaría volver a sentir cada una de esas cosas.

Ramón dormía a su lado, ¿O se hacía el dormido?, no estaba seguro. Se había dado cuanta que algo pasaba, algo extraño que no lograba descifrar, pero no dijo nada, y le agradecía por eso.

Se levantó y se fumo un cigarrillo, su cabeza le daba vueltas, y su corazón ni hablar, era indescriptible lo que el cuerpo podía sentir cuando volvías a ver a esa persona que creías no volver a ver jamás.

Volvió a la cama y se pegó a su cuerpo, intentando sacar a Renato de su mente. Ramón era el único que podría arrancarlo de su corazón, ya que había tomado su lugar por completo.

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Se estaba engañando a él mismo, porque lo veía y cualquier pensamiento lógico... o fiel, se esfumaba por los aires.

Una fiesta con música alta, luces y alcohol no era el mejor de los escenarios, pero allí estaban... los tres.

Fue un impulso de su cuerpo que no pudo controlar, estaba allí con él de nuevo, de nuevo en su vida, de nuevo cerca, y no iba a dejarlo ir.

Lo arrastró hacia afuera cuando vio a Ramón distraído hablando con alguien, y Renato se dejó arrastras, ¿Por qué no habría de hacerlo?, podía sentir en su piel el mismo deseo.

Subieron al primer piso y corrieron por el pasillo, iban de la mano, y fue como volver a estár en el reformatorio. Abrió la primera puerta que encontró y se metieron, era un salón amplio, frío y oscuro, pero no les importó... a Carlitos no le importó cuando lo beso con pasión, y creyó que iba a explotar cuando volvió a sentir sus labios sobre los suyos.

Era como si no hubiese pasado el tiempo, todo estaba intacto entre ellos, sus cuerpos seguían conociéndose de memoria.

-Te extrañe tanto – le susurró Renato sin dejar de besarlo.

Las dos manos no le alcanzaban para tocarlo, y la boca recorría desesperado sus labios, su cara y su cuello, intentando volverse a impregnar del olor de su piel.

-Yo también – respondió con honestidad.

-Muñeca, para... no – dijo Renato.

-No, no... no hables.

Carlitos sabía porque Renato quería parar, sabía que había dejado a alguien solo y abandonado en la planta baja, seguramente ya se habría percatado de la ausencia de ambos y lo estaría buscando.

Tenían que ser rápidos.

-Cogeme, dale – le pidió.

-Pero...

Historias de reformatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora