El secreto mejor guardado.

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Tomás lo había defendido más veces de las que le gustaría admitir. Jamás se lo agradecería, no le había pedido protección, pero la realidad era que si no era por él ya habría acabado violado en alguno de los salones.

Marcos había querido arrinconarlo de nuevo, y Tomás había llegado justo, se habían peleado y acabaron los dos en el hoyo. Carlitos eligió esa noche para salir a deambular por el reformatorio, sintiéndose de alguna manera más seguro con los dos chicos encerrados.

Las noches sin compañía eran de lo más aburridas... claro que podría tener compañía si quisiera, hasta Emilio le había propuesto tener sexo junto con Joaquín, pero no quería, no tenía ganas, no estaba caliente... la partida de Renato lo había anestesiado.

Bajó hasta la planta baja y forzó la puerta de la secretaría, tal y como le había enseñado Renato. Una vez allí prendió la linterna que le había prestado Pedro y se dirigió hacia el teléfono. Sabía que era una locura, que era tarde, que seguramente estaría durmiendo, pero no le importaba, se sentía como un adicto sin su droga, hasta le temblaban las manos cuando levanto el tubo y comenzó a discar el número.

Necesitaba escuchar su voz.

No podía escuchar muy bien el tono de la llamada en espera a causa de los latidos de su corazón nervioso que retumbaba en sus oídos.

No atendía, nadie lo hacía, y tuvo que colgar rápido.

Se llevó las manos a su cabeza, enredando sus dedos en los rulos. Esos días sin él eran un infierno, la vida iba a ser un infierno si no estaba junto a él, y eso también lo asustaba, porque nunca creyó tener que depender de nadie para seguir adelante, él era libre.

Pero la libertad asustaba, por eso era bueno ser libre junto a alguien más.

Respiró profundo y decidió darle una recorrida a la secretaría para ver si podía afanarse algo.

Todo en ese lugar lo aburría a más no poder, hasta que vio algo que llamó su atención. Frente al escritorio había dos muebles de madera con sus puertas de vidrio, allí adentro había carpetas negras acomodadas en orden, podía leer cada una de ellas: Profesores, internos, celadores, personal, profesores reemplazantes.

Carlitos abrió el mueble y tomó la carpeta que decía profesores reemplazantes, se sentó en el escritorio y comenzó a capar hoja por hoja.

Una sonrisa se formó en su cara cuando lo encontró.

Su nombre, ese nombre no que había querido decirle. Se llamaba Luis, Luis Ortega, su secreto mejor más excitante y mejor guardado ahora tenía nombre y apellido.

Había una foto de él, la cual acaricio con sus dedos, recordando su encuentro, cuando le había hecho lo mismo sobre su cara, delineando sus facciones. Había varios datos, lugar de nacimiento, fechas, educación, títulos, estado civil... soltero, aunque por el tiempo que había pasado ya estaría cercano a casarse, como le había dicho.

Había un teléfono.

Carlitos no lo pensó demasiado, no había que pensar, había que hacer. Tomó el teléfono y discó el número que aparecía en la hoja.

Su corazón galopaba, aunque no con la misma intensidad que cuando esperaba para ser atendido por Renato.

-Hola – se hoyó del otro lado.

Quedó paralizado unos segundos, pero luego se aclaró la garganta y habló.

-Con Luis Ortega, por favor.

-Soy yo.

-Lo desperté.

-Sí, pero no importa ¿Quién habla?

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