☀08☀

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Un ser de enormes alas blancas caminaba al encuentro con un diablo, el cual le tenía el mundo de cabeza

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Un ser de enormes alas blancas caminaba al encuentro con un diablo, el cual le tenía el mundo de cabeza.

Ese día era fresco, los niños que aún jugaban en el parque llevaban suéteres, obligados por sus madres para que no pescasen un resfriado, los árboles comenzaban a perder hojas, dando por finalizado en verano, y comenzando el otoño.

Shoto miró a su alrededor, para después encontrarse con la larga figura de un ser con las alas destrozadas y un par de cuernos. Un ser que no tenía porqué robar sus pensamientos como lo hacía en ese momento.

Hacía ya meses desde aquel día en el que el azabache le había preguntado sobre el adulterio, aquel dichoso día en el que sus palabras no salían de su cabeza.

Yo te amo a ti.

Los demonios no se enamoran. Se repetía su mente.
Los monstruos no se enamoran ni tienen derecho de hacerlo.

Aquellas palabras que siempre le fueron repetidas, ligaban a la tierra, haciéndole saber que no podía hacerse iluciones ante los encantos de un pobre diablo.

Entonces ese demonio le miró cuando hubo detectado su presencia, él le regaló una sonrisa ladeada que se debería de ver maligna.

Los demonios no pueden enamorarse.

Entonces vio aquellas flores en sus manos, y un montón más en el suelo, ocultas entre sus piernas cruzadas a modo de guarida, cubriéndolas del viento.

Dandelions.

—¿Para qué los dientes de león?— preguntó directo, sin tiempos para saludar o devolver la sonrisa, simplemente regalándole su expresión serena.

—Escuché que una persona dijo que al soplarlos te concederían un deseo— El azabache se encogió en hombros, admirándole como si fuese la cosa mas bonita del mundo. No al diente de león, sino a él.

—¿Les crees?

—Creo que es la misma situación de los humanos con su Dios, tienes que tener fe... Aunque creo que soplar más de uno me da mas posibilidades, ¿no?—y ahí estaba una vez más su sonrisa ladina, y su mano extendiéndole una de las frágiles flores. La tomó con mucho cuidado de no tocar al demonio, y cubriéndole el aire para que no se destruyera antes de tiempo.

Le devolvió la sonrisa, por el simple hecho de la fe que tenía aquel alma perdida. Admiró por un momento el Dandelion en sus manos, y después devolvió su vista al azabache, quien soplaba uno maravillándose por como los pétalos volaban y se iban con el viento.

Pensó en lo difícil que sería encontrar alguno completo con estos vientos, del esmero que seguramente puso Dabi para encontrarlos, y de cómo su mirada azúl veía con anhelo a la flor en sus manos.

Son seres sucios y ruines, ellos no sienten como lo hacemos nosotros.

Cerró los ojos un instante, y luego volteó a ver al diente de león, tan frágil... Entonces lo soplo sin pedir un deseo, solo con la satisfacción del calor creciente dentro suyo. Lo sopló.

Ninguno de ellos había compartido un momento tan intimo como ese día, ambos, y ambos lo habían sentido tan especial como ninguno.

Y así continuaron hasta que las flores se terminaron, llevándose tímidamente sus anhelos, y entre platicas amenas y miradas de cariño el sol fue ocultándose, dando paso a una noche sin estrellas.

—¿Qué es lo que deseas? —soltó aquella pregunta al aire, una cuestión que horas atrás comenzó a atormentarle. Vio al azabache recostado a su lado, quien le dirigía su mirada azul, estaba sonriendo.

—A ti.

No se enamoran

Sintió un escalofrío golpearle la espalda, movió sus alas incómodamente y frunció el ceño.


—Ese es un deseo muy mundano— escuchó su risa después de haberle desviado la mirada, por lo que volteó a verle una vez más.

De nuevo estaba ese anhelo en sus ojos.

—Quiero poder tocarte sin hacerte daño...

Pero entonces, ¿por qué le veía así?
Y...¿cómo podía no enamorarse de esa mirada?

—No puedes, tus intenciones son las que me dañan.

—Lo sé.

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¿Está mal si te deseo?  •Dabitodo•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora