SIETE

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Hinata acariciaba su brazo. Los pellizcos, más otras cosas, le hicieron caer de cara frente a la realidad y darse cuenta de que no estaba soñando como pensó. La verdad era que hay un mundo que ella, y el resto de la gente, desconoce por completo. Un mundo que imaginaba sólo ocurría en los cuentos.

La plática del día anterior con el Presidente Obito Uchiha no había servido de mucha ayuda.

Cuando el Rey Demonio se ofreció a llevarla a casa, en su limusina cabe destacar, y Naruto sin despegarse de ella, ocurrió algo que le llamó la atención y puso un mundo de dudas en su cabeza.

—Si voy a estar atado a ti, tienes que poner de tu parte también. No quiero que hables con tus amigos. No, ¿sabes qué? mejor no hables con nadie más. Si tienes algo que decir, aquí estoy yo.

—No eres mi papá, yo voy a hacer lo que yo quiero y le voy a hablar a quien quiera.

Hinata retrocedía poco a poco en el asiento al mismo tiempo que Naruto se acercaba a ella.

—Te recuerdo que por ti es que estoy enamorado. Paga las consecuencias... Mínimo, un beso, malagradecida.

—¡No es mi culpa! ¡Y nunca te voy a besar! Yo tampoco quiero que me ames, eres muy molesto. Ni siquiera eres... tan, guapo —desvió el rostro rojo al lado de la ventana cuando dijo lo último.

Naruto fingió un ataque al corazón, se deslizó por el asiento sujetándose el pecho.

—Me has roto. No vuelvas a decir esa mentira.

El Rey Demonio, sentado al frente de ellos, rió.

—Amor joven.

Naruto le envió una mirada amenazante.

El chofer de la limusina frenó inesperadamente ante una luz roja. Hinata se fue hacia adelante, pero Naruto la sujetó rápido de la cintura para que no se estrellara o cayera. Fue un movimiento veloz, tanto que Hinata no lo vio venir, sintió el jalón y cuando abrió los ojos estaba frente a Naruto, literalmente encima de él.

¡¿Cómo había llegado hasta allí?!

Apenas unos cinco centímetros de espacio había entre ellos. Hinata podía sentir como la mano de Naruto en su espalda la impulsaba lentamente hacia adelante, ella inconscientemente ponía resistencia. ¿La iba a besar? Sus ojos se lo decían, más bien le pedían permiso, y como le hubiese gustado responder que sí.

—¡Suéltame, pervertido!

Lo empujó suavemente hasta que se apartó y regresó a su antiguo lugar. Naruto gruñó y volteó para otro lado. Hinata sentía su respiración irregular, el sudor correr por su frente y las mejillas incendiarse.

Le sorprendía el hecho de que Obito no había dicho algo, ni siquiera una risa. Al contrario, le sorprendió al ver esa mirada de nuevo en él, la misma que tenía al salir del despacho.

Miró en la misma dirección donde miraba Obito cuando bajó el cristal. Al cruzar la calle, en una parada de autobuses estaba una mujer. Cabello castaño, muy bonita, era una lástima que el exceso de maquillaje y la cara demacrada y pálida no le dejaban ver su belleza natural. Llevaba una minifalda negra, un top triangular brillante, unos tacones grises transparentes exageradamente altos, 6 pulgadas podría adivinar. Estaba tratando de prender un cigarrillo, y cuando lo hizo tomó una gran bocanada y después mirando al cielo soltó el humo.

Hinata regresó la mirada a Obito. Él seguía observándola con los ojos rojos, no como los de Naruto cuando se enojaba, ese rojo era de ardor, de llanto contenido.

—Ella... rencarnó en esta vida también —dijo con voz quebrada, sin apartar su mirada de ella.

—Es Rin —murmuró Naruto al lado. Puso su mano en la rodilla de Obito, y él reaccionó. Naruto asintió y Obito igual. Después, la luz cambió a verde y el auto dio marcha.

GUARDIÁNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora