DIECISIETE

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Hace muchos siglos, el rey de los demonios cometió el más infame de los pecados; se enamoró de una humana y tuvo una hija con ella.

El Zorro Guardián ayudó al Rey a guardar el secreto y a ocultar a su hija de los Dioses en el mundo humano. No pasó mucho tiempo para que los seres celestiales se enteraran de tan deshonroso acto. Al zorro lo desterraron en el mundo mortal, pero al Rey Demonio lo castigaron de la peor forma inimaginable. Encontraron y mataron a su hija, negándole la reencarnación. A Rin, la humana que amó, la sentenciaron a renacer 90 veces, y en cada una de sus vidas llevaría una vida de miseria y muerte trágica.

Muchos años después, el valiente sacrificio de la mujer que amó a un demonio terminó con ese terrible castigo. Y ahora, el demonio que amó a la mujer, sería recompensado.



—¿Por qué estás tan feliz?

Obito se detuvo en la puerta de la habitación de Naruto. Lo miró guardar su ropa y objetos más preciados en una maleta.

—¿Por qué no estarlo? —respondió con una gran sonrisa en el rostro mientras continuaba con el equipaje.

—Bueno, te has pasado los últimos tres días deprimido, llorando en la alcoba que te presto y que, por lo que veo, me alegra que vayas a desocupar.

—Los de arriba hablaron conmigo —Obito lo observaba interesado—. Admitieron que estaban equivocados, e incluso aplaudieron el acto de ella... —Cerró la maleta. Se quedó en silencio por un corto lapso—. Dijeron que no podían traerla de regreso... pero me propusieron un trato.

—¿Qué clase de trato?

—Voy a entregar mi inmortalidad a cambio de renacer en un mundo donde ella exista. Dijeron que tendré que pasar por muchos obstáculos, pero que al final, si logro reconocerla, podremos estar juntos

—¿Dejaras de ser una deidad desterrada por una mujer?

—Esa mujer también salvó a Rin, y tú lo sabías. Ese fue tu plan desde un principio. Aunque tengo ganas de golpearte, debo darte las gracias.

—Estuvo genial, ¿no es así? —El Rey Demonio reía.

Naruto caminó hasta salir de la habitación con la maleta en su mano. Se detuvo al pasar al lado de Obito.

—Te aburrirás sin mí

—La verdad, un poco.

—Rey demonio, te veré cuando nuestras sendas se crucen. Me tengo que ir, ella me espera.

Naruto salió de la mansión, guardó el equipaje y subió a su auto. Se miró los ojos en el espejo retrovisor antes de ajustarlo.

—Ya voy, Hinata. Llámame cuando me necesites, cuando estés asustada o en peligro. Espera por mí, porque te voy a encontrar.

Encendió el motor y dio marcha.




{...}

—Así que reencarnaste en un árbol de cerezos.

Obito sintió el aire acariciar su rostro en respuesta. Estaba de pie, frente a un árbol florecido en abundantes pétalos rosas que caían como nieve en invierno. Puso su mano sobre el tronco mientras las hojas se balancean con el viento.

—Se terminó nuestra tortura, ¿eh, Rin?

Obito volteó hacía abajo cuando sintió que alguien tiraba de su ropa. Sus ojos se abrieron con exageración, se quedó sin aliento casi por completo.

—Este es mi árbol, señor. No puede tocarlo.

Una niñita pequeña, de aparente seis años de edad, apareció de la nada. Era delgada, bajita, con el cabello castaño y unos ojos tan oscuros como los de Obito. Parecía muy molesta porque inflaba sus cachetes y fruncía sus cejas.

Obito se arrodilló hasta quedar frente a su rostro.

—Oye, niña, ¿cómo te llamas?

La pequeña relajó su expresión y sonrió.

—Rini, solo Rini... ¿Señor? ¿Está llorando? —Inclinó su rostro, confundida.

El Rey Demonio sacudió la cabeza, después limpió la lágrima que la niña percibió.

—Lo siento, es que me recordaste a alguien... El nombre de mi hija, era Rini.

—Oh... ya entiendo.

—¿Y tus papás? ¿Por qué estás aquí sola?

—No tengo papás, en realidad no tengo a nadie. Estoy aquí porque los pétalos me trajeron —Obito sintió el corazón comprimirse. Tragó el nudo en su garganta—. ¿Sabe una cosa, señor? Si duermo debajo de este árbol, no importa que este nevando mucho, yo no siento frío. Es como si me protegiera. Es extraño, ¿no lo cree?

—No es extraño, niña. No es para nada extraño.

Obito le brindó una cálida sonrisa, Rini respondió con una risita.

—Usted me cae bien... ¡Ya sé! Si yo no tengo papás y usted no tiene a su Rini, yo puedo ser su nueva hija.

—Me parece razonable —Obito rió sutilmente. Miró por última vez al gran álbol, y agradeció en silencio—. ¿Ya comiste? Se ve que tienes hambre. ¿Te gusta la avena?

—¡Me encanta la avena con frutilla! También los dangos, ¿podemos comer dangos?

—Primero tienes que comer algo saludable.

—¡Ay, no! ¡Yo quiero dangos! ¡O no, mejor un pastel de chocolate!

—Está bien, pero primero un estofado de verduras.

—¡Qué papá tan malo es usted!

Ambos se fueron caminando, tomados de la mano, dejando atrás, cada vez más lejos, el árbol de cerezos.

GUARDIÁNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora