GUARDIÁN

OCHO

Naruto apartó a Hinata cuando notó su llanto.

—¿Estás llorando? ¡Por favor Hinata, no beso tan mal! —retrocedió un paso cubriendo su rostro avergonzado.

—No es eso —reía mientras limpiaba las lágrimas con la mano—. Es que, recordé algo. No es importante.

—Entonces, ¿no fue el beso?

Hinata rió más.

Naruto se tensó al ver la sonrisa tan tierna e inocente de ella. Detestaba lo que provocaba en él. Odiaba que tuviera ojos tan lindos, un rostro que competía con los ángeles, una voz armoniosa, y sobre todo esa personalidad que ni en otra vida pensó congeniar.

—No. No fue eso... nunca antes me habían besado.

Cuando Naruto creyó que no podría ser más dulce, le confiesa ser el primero y le regala a su vista un sonrojo en sus mejillas demasiado lindo para él. Ya sea de ternura o por pecado, ella lo iba a terminar matando... Literalmente.

—Naruto, tengamos una cita.

Eso le sorprendió, que haya dejado llorar para después pedirle tal insolencia. ¡Él es un poderoso demonio, no necesita citas!

—Una ¿qué?... No, jamás. Te quiero a ti únicamente, no me interesan las estúpidas citas.

—Pienso que, sería lindo. Salir por un helado, ver una película en el cine, pasear por la playa.

—No. No. No. Confórmate conmigo.

Hinata arrugó la frente, inclinó la cara hasta mirar el suelo. Ella realmente deseaba pasar el tiempo con Naruto. Quería, aunque fuera por unos días, pasarla bien. Antes de que la idea repentina que acaba de nacer fuera su única opción.

—Siento molestarte... —subió la mirada hasta ver el rostro afligido de Naruto. Hizo un mohín más antes de suspirar pesadamente.

—No me mires así... Hasta cuando estás triste eres tan hermosa —Hinata se sonrojó—. Tú ganas, tendremos esa cita que quieres.

Cuando lo dicho, a Hinata le cambió la cara por completo, y entonces Naruto se dio cuenta de que fue víctima de un lindo chantaje.