Apéritif

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Acto I: Apéritif.
Parte 1: De los destinos entrelazados.

—No me pareces interesante— Hannibal sonrió recordando esas primeras impresiones con Will, claramente había llegado a tocar aunque sea un poco al corazón del hombre como para que lo buscara tan desesperadamente como lo hacía. Respondió el breve mensaje de Abigail diciéndole que le surgió un pequeño encuentro y que tal vez tardaría unos días más en regresar; que continuara sin decir nada de su paradero, que luego la recompensaría.

Volvió a tomar un pequeño sorbo de café, se hallaba en la ciudad luego de haber investigado a los habitantes de aquella casa.

Normalmente había matado a quien interrumpiera su cacería; normalmente no habría nadie que interrumpiera su cacería. Pero él había aparecido de la nada, en medio de la noche con extrañas ropas, unos impactantes ojos verdes y una sonrisa demasiado parecida a la suya cuando no portaba su traje de persona.

Volvió a dar un breve vistazo a los documentos frente a él.

—Así que... Dursley, me parecen unas personas muy groseras— murmuró, volvió a tomar otro poco de su café y decidió que le haría una visita por la tarde, perfecto para la hora del té. Y entonces sus pensamientos nuevamente se dirigieron a Will; se preguntaba si sus alucinaciones con Hobbs continuaban. Si necesitaba más de sus ''charlas'' que no eran terapias. Contaba con Jack Crawford para dañar su mente como solo él podía, confiaba en Will para martizarse y acudir a Abigail ahora que no estaba a su alcance. Y lo había hecho ¡Ah! Su voluntad, siempre lograba sorprenderlo. Era obvio que iría por Abigail en busca de consuelo, pero no creyó que haría tal escándalo cuando se enterara de su desaparición. Un sentimiento realmente nuevo comenzaba a surgir dentro suyo; eran varios realmente, ése instinto de protección que surgió con Abigail, esa intensas ganas de querer enseñarle. La curiosidad hacia Will, su deseo de que fuera la otra figura paterna de la chica que habían salvado juntos. Un suspiro apenas imperceptible salió de sus labios, tomó sus documentos, sus llaves y su teléfono para salir del lugar en dirección a su hotel, debía preparse para ésta tarde.

























Con parsimonia iba caminando por la calle de Privet Drive, pidió al taxi ser dejado al inicio de la calle y observó su obra, a lo lejos los policías iban y venían, las típicas cintas amarillas eran puestas, los vecinos cuhicheaban entre sí y miraban con horror los cadaveres que eran llevados. Volvió a fijar su vista en el número cuatro, las puertas permanecían cerradas, las ventanas con sus cortinas extendidas; excepto la del segundo piso, donde se veía una sombra ir y venir, a veces acercándose a la ventana y alejándose nuevamente, sus movimientos se veían nerviosos y erráticos. Una última mirada a su alrededor y dio unos suaves toques a la puerta, donde un mujer muy poco agraciada le abrió la puerta; tenía el ceño fruncido pero apenas lo barrió con la mirada le sonrió con la ambición brillando en sus feos ojos. Hannibal Lecter a simple vista era alguien quien destilaba carisma, sus ropas revelaban su alta clase social y era atractivo; cabellos rubios oscuros, pómulos altos, ojos marrones casi rozando al carmín. Petunia Dursley, le dio una forzada sonrisa de bienvenida.

—Buenas tardes— habló el recién llegado.

—Buenas tardes, ¿Desea algo?— preguntó la mujer, el hombre asintió hacia ella y le regaló una muy ensayada sonrisa.

—De hecho, tengo un asunto muy importante que hablar con usted y su... hijo— la mujer le sonrió realmente entusiasmada; pensando en algún tipo trato conveniente para su Dudders. Hannibal se preguntó si realmente la mujer tenía sentido común; puesto que lo invitó a pasar y le ofreció un poco de té, el hombre asintió y Petunia emocionada lo invitó a sentarse en uno de los sofás de la sala, comentó casualmente que su esposo aún estaba fuera pero que si esperaba unos quince minutos podrían hablar los adultos juntos. Hannibal aceptó y dio algún que otro comentario adulador sobre la pésima decoración de la casa. Y entonces llegó el esposo, Hannibal se abstuvo de hacer alguna mueca despectiva, nada del hombre se veía en buen estado; al menos a simple vista, quizás si lo abriera y observara mucho mejor su interior podría encontrar algo decente. La mujer se veía saludable; pero la creencia de que la comida entraba por los ojos era verdadera y ciertamente a Hannibal no le apetecía nada de lo que la mujer podría ofrecer a simple vista.

MetamorfosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora