Alucina - Jorge R. Del Río

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1. Jennifer sintió los dedos de su madre aflojándose uno a uno, hasta soltarla. Fue el último recuerdo que tuvo de ella: su mano inerte, cayendo sobre la nieve ensangrentada en una fría tarde de noviembre.

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2. —Sé muy bien que tu mente simple no puede hacer más de una cosa a la vez y que, si trapeas el piso, difícilmente podrás ocuparte de otra tarea, como dar una correcta bienvenida a nuestra nueva alumna. —Se encaró a él, y el intimidado Talbot se inclinó hasta rozar el suelo con la frente—. Que seas estúpido no es una excusa para ser descortés, ¿no lo crees?

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3. Aquel lugar ejercía una extraña influencia. Desde que cruzara sus puertas —desde que cruzara la densa capa de brumas que lo envolvía— ella sintió que cruzaba algo más: un velo que separaba el mundo real y conducía a otro, regido por otras reglas.

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4. —Praegressus habet finis —leyó, y tradujo—: «La evolución no tiene final».

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5. —Kathy, Miss Harper. Semidesnuda y bañada en sangre, muriéndose frente a sus ojos. Una mano apoyada en el marco de la puerta, la otra sujetándose los intestinos. Parpadeó dos veces más, la imagen se desvaneció; un fantasma indeciso, que seguía flotando sin rumbo por los entresijos de su mente

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6. Sus manos que, apretadas sobre el regazo, se retorcían inquietas como un par de pálidas arañas. Las alucinaciones, los ataques de pánico, las pastillas... no podían estar sucediendo de nuevo. Ella no iba a permitirlo.

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7. «¿Cómo hace para leer y subir escaleras al mismo tiempo? Yo ya me habría roto la crisma», pensó, y la idea le hizo soltar una risita. Lo que no le vino nada mal, considerándolo todo.

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8. Pero —como ya había empezado a experimentar— el instituto Uroboros era distinto de cualquier colegio. Irreal, por momentos. Un castillo de cuento de hadas, regido por sus propias y extrañas reglas.

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9. Jennifer frunció el ceño, pero se mantuvo callada. De momento. Ya había encontrado algo en que el instituto Uroboros era igual a cualquier colegio de Nueva York: las zorras eran una especie universal.

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10. Porque soy Sidney James, y más te vale recordar mi nombre, Manhattan.
—¿Ah sí? ¿Por qué?
—Porque aquí, puedo convertirme en tu peor pesadilla.
—Tú no conoces mis pesadillas.

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11. Serpiente del cielo, serpiente de tierra
Se muerden las colas, el círculo cierran
Serpiente de fuego, serpiente de tierra
Cabeza con cola, y el círculo cierran

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12. Jennifer se acercó al libro. Lo hizo con cierta aprehensión, como si este pudiese de pronto cobrar vida y atacarla. Tal vez morderle una mano entre sus páginas. Alzó la vista hacia la lechuza, que había vuelto a empercharse sobre la estantería de los anuarios. Desde donde sus brillantes ojos dorados la seguían, expectantes.

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13. A ella misma le costaba creerlo, aunque peor era, claro, la alternativa: asumir que las alucinaciones habían vuelto. Que otra vez estaba enloqueciendo. Por eso, más que por ninguna otra razón, estaba allí. Para hallar alguna respuesta a todas las preguntas que la torturaban desde su primera noche en ese maldito lugar, desde que fuera testigo de la muerte de Kathy. Para convencerse de que lo que había visto era real, por terrible que fuese.

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