3.

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Magnus.


- ¡Estúpido niño dame eso! - un rugido me hizo mirar hacia arriba.

- ¡No! ¡Es mío! -  contestó una voz más pequeña que la anterior.

Puse atención, a una cuántas personas cerca de mí se encontraba un niño de, tal vez, diez años. Su cabello azabache estaba alborotado, en sus manos tenía una barra integral y esta era jaloneada por un tipo ancho y regordete. Idiota. ¿Cómo había gente que se ponía a pelear con un niño?

Fruncí mi entrecejo, él tipo grande quería quitarle su comida al niño, eso era inmaduro y cruel. Me levanté y abrí espacio entre la gente inútil que solo se dedicaba a mirar. ¿Qué demonios con estas personas? Sacudí mi cabeza. Un sonido se hizo presente, el sonido que te indica que alguien ha sido golpeado. Jodidamente estúpido.

La rabia corrió por mi cuerpo, el tipo había golpeado al pequeño. Volvió a alzar su mano con intención de dar otro golpe. Oh no, ni lo pienses imbécil. Me acerqué con rapidez y detuve su pesada mano, el pequeño se aferró a la parte trasera de mis piernas.

- ¿Qué carajos? - gruñó -. Quítate niño, esa rata - señaló al pequeño detrás de mí -, tiene algo que es mío.

- No, pedazo de imbécil. Esa barra es de él. - escupí y su rostro comenzó a ponerse rojo.

Jadeos se escucharon a mi al rededor, el tipo alzó su mano y mi cuerpo se tambaleó cuando la estrelló en mi mejilla derecha, la ira subió con rapidez a mi cabeza. Sin porder dar mucho, solté un rodillazo logrando pegarle en medio de sus entrepiernas. Soltó un grito gutural de dolor y se alejó de mí diciendo un millón de maldiciones. Giré sobre mis talones, me incliné y miré los enormes ojos azules del pequeño, sus mejillas estaban húmedas y sucias. Limpié con el borde de mi playera su rostro. Me abrazó y susurró un pequeño "gracias".

- Tranquilo, todo estará bien. - se aferró a mí.

Nos perdimos entre el mar de gente que se encontraba ahí y me deslicé hasta sentarme de nuevo jalando al pequeño conmigo.

- Soy Max. - dijo a penas. Sonreí.

- Hola Max, yo soy Magnus. - me miró a través de sus pestañas e intento reír levemente.

- ¿Puedo estar contigo hasta que encuentre a mis hermanos o a mi mamá? - asentí y sus pequeños brazos me rodearon. Alzó la barra que tenía entre sus pequeños y blancos dedos.

- Esto me lo dio mi hermano, Alec, antes de que esa gente mala me separara de él - sentí un dolor en el pecho -. Puedo compartirla contigo, si quieres.

Ah, alguien tan pequeño e inocente como él no debería estar aquí, y sin embargo, lo está. Lo miré con un poco de tristeza y negué.

- Es toda tuya. - apretó sus labios y bajó su mirada.

- Bien. - susurró y comió la barra.

Una vez acabó su barra de acorrucó en mí y durmió. Habían pasado por lo menos cuatro y media desde la última parada que fue en Cracovia, aunque, si mal no recuerdo, mi ciudad estaba a seis horas de ese lugar y ya había pasado más tiempo. Había escuchado que los que eran retenidos por los nazis son llevados a Auschwitz, nunca había visitado el lugar, pero mamá y papá sí. No recuerdo porque tuvieron que ir ahí, pero cuando regresaron... no eran los mismos, era como si hubiesen visto un fantasma y algo que les causó horror. Días después papá se dedicó a poner protecciones en las ventanas y puertas, ellos estaba tan paranoicos... Y eso me asustó, me asustó porque ellos no temían a casi nada, pero lo que sea que ellos vieron, fue atroz. Aunque tampoco era ignorante a la situación, se decía que había un campo de concentración donde esclavizaban y mataban gente, temí, temí por mi vida y la de ellos en ese momento, ahora solo temía por Max y por mí.

Muy vagamente recuerdo escuchar una conversación de ellos hablando del lugar, mi padre mencionó que Auschwitz estaba a al menos cinco o seis horas de distancia de mi ciudad, en aquel momento sentí un alivió, pero ahora, si pienso con cautela este tren va a, por lo menos, 25 kilómetros por hora. Vamos muchísimo más lento de lo normal, es desesperante y eso me asegura que vamos hacia Auschwitz.


Alexander.

Parecían haber pasado tres días. Tres días que fueron los peores de mi vida, sin comida, sin agua, sin alguna cobija. El ambiente me enfermaba, cuando la temperatura era alta, rociaban el techo con agua y eso lo refrescaba un poco, pero solo eso.

El día anterior no fue mejor, ví lo que jamás creí que vería. Una mujer estaba embarazada y, dios, estaba a punto de parir ¡justo aquí! Un jóven que era doctor se acercó e inmediatamente la atendió, pero vamos, en las condiciones de estos días el bebé iba a tener mala condición y ni siquiera sabia si iba a lograr vivir.

Sangre, ella estaba cubierta de sangre, gritó y lloró. El pequeño bebé había nacido sin vida, el olor era repugnante con tantas personas y una sola ventana de menos de un metro, una que otra señora se acercó a darle el pésame. Minutos después su bebé fue tomado por el doctor y ella comenzó a sangrar de nuevo, estaba temblando y se veía pálida.

Yo no podía seguir viendo eso y fuí lo más lejos que pude de ese espacio, dormí por unas horas. Desperté por el ruido que hicieron al abrir el vagón, sacaron el cuerpo de la mujer y del bebé, los guardias llegaron con tres perros grandes, esos perros que en cuanto sacaron los cuerpos los devoraron. Ahí frente a todos nosotros, mi corazón se encogió porque probablemente sea ese mi futuro o peor.

En las siguientes horas, ya no eran uno o dos muertos, no, ya eran menos de la mitad de personas que estaban en el vagón conmigo. El lugar apestaba a muerte, era terrible. Lloré con cada cuerpo sin vida que miré porque esperaba con todas mis fuerzas que mi familia no estuviera en esas condiciones, rogaba que estuvieran con bien o mínimo con vida.

Tenía tanta hambre, a veces se peleaban por la comida e incluso se mataban por ella. Nunca había visto tanto salvajismo, odiaba estar aquí, me odiaba por se homosexual, me odiaba por arrastrar a mi familia en esto que, probablemente, acabaría con nuestras vidas.

...

Nos leemos después, galletitas. ❤️

Amor en guerra. (Malec)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora