Capítulo 2. De regreso a México y el pasado

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Sinópsis: J vuelve a México después de meses y se siente ansioso. Recuerda el motivo del distanciamiento con E y el de su partida. Conoce a un chico simpático que insiste en conversar con él.

Diciembre de 2020


J esperaba el avión retrasado. Impacientemente comenzó a tamborilear sus dedos sobre el muslo. Se paró por enésima vez a preguntar.

-Señorita ¿falta mucho?

- Como ya le dije, hay un retraso por el clima, les avisaremos cuando sea el momento.

- Ok gracias

Se sentó un momento para después pararse instantáneamente como un resorte. Comenzó a caminar con ansiedad por toda la sala. Había dormido mal las últimas tres noches, desde que sintió que por fin se acercaba el día de regresar a casa.

Casi un año después de todo. Después de la incómoda situación en los premios de la empresa, de los fotógrafos en el hotel, de que E lo negara para evitar el escándalo.

Se recordó a sí mismo llorando y recogiendo sus cosas. Fue cuando le dijeron del casting. Él ya se iba de todas maneras, no quería ver a nadie. Su mejor amiga lo escuchó y estuvo con él:


-No esperaba nada A, nada, estábamos bien así. Pero ¿negarlo? ¿Decir que no con todas sus letras? ¿Decir que, por lo menos él,  sólo veía nuestra relación en un sentido laboral? ¡Por lo menos él! Dando a entender que el confundido era yo. Me partió en pedazos el corazón que ya de por sí estaba roto y parchado.


-Tranqui, entiendo la situación en la que estás, pero seamos sinceros. Se trata de E. Alguien que siempre se ha manejado con total ambigüedad. ¿Qué esperabas? Es una figura pública desde que tiene memoria, y tiene mucho que demostrarle a su padre. Por mucho que su proyecto haya cambiado algunas mentalidades, el medio artístico es hipócrita y difícil de llevar. A él le importa mucho su carrera.


-Lo sé, fui yo. Yo tuve la culpa, pero eso no significa que no me duela, que no haya esperado una situación distinta, que tuviera el valor de enfrentarlo. Sé que lo que dices es cierto, pero siempre esperé lo mejor y mira. No puedo ni hablar. Me siento humillado. Siempre doy el corazón de más.


-Ya mira, lo bueno es que no profundizaron en la relación. Tómate unos días, nos vamos de vacaciones, te despejas y ya verás que ves las cosas diferentes.

-J -le gritaba su mamá desde el corredor- ven por favor.

J se levantó y se dirigió a la cocina.

-Oye hijo, me acaban de llamar, hay un casting a las 5 de la tarde, están buscando actores con tu perfil, que puedan cantar y bailar también. ¿Qué dices?

J se quedó pensando unos segundo.

-No mamá, la verdad no tengo ganas de nada. Me gustaría que me tragara la tierra y me vomitara en un mes o dos cuando todo esto haya pasado.


-Ya hombre, calma, no pierdes nada con ir -su madre se levantó de la silla para tomarlo de los hombros-.

-Es que siempre me va mal en eso. Espero lo mejor de las personas y siempre me traicionan.

-¡Oye! ¿Y a ti quién te dijo que eso es un defecto? Es una virtud. Así que cámbiate, cambia el ánimo y dile a A que nos acompañe. Después yo les invito un helado o lo que quieran. Verás cómo te despejas.


J se fue casi arrastrando los pies por el pasillo, contó a su amiga los nuevos planes y a las 5 ya estaba haciendo fila para el casting.


Un mes después le llamaron para confirmarle su entrada en la serie y J no se lo pensó ni un instante. A parte de la enorme oportunidad que significaba, necesitaba con urgencia poner distancia después de lo ocurrido. No volvió a hablar con E, bloqueó sus redes y dejó de seguirlo.


Pero ahora se encontraba caminando de un lado a otro en una sala de espera del aeropuerto internacional de Buenos Aires, ansioso porque en estos meses nada había cambiado. Subestimó lo que sentía por E todo este tiempo. Las arduas jornadas laborales ayudaron, el cambio de vida y de ciudad también. Pero sabía, desde hace un año, cómo es andar por la vida sintiendo una pieza que falta. Estar desencajado de sí mismo, con el corazón y la mente en distintos lugares.

Se había hecho el fuerte todo este tiempo, pero conocía de sobra lo frágil de la torre de su orgullo. Sólo una cosa bastaba, verlo de nuevo, para ver desmoronarse por dentro a su nuevo yo.


-Vas a hacer un surco en el piso.

Escuchó una voz de acento familiar. No supo si se dirigía a él, así que hizo como si no oyera.

-Si sigues caminando de esa manera vas a desmadrar el piso y te lo van a cobrar.

De pronto vio el lugar de procedencia de esas palabras.

-¿Me dices a mí ?-dijo J observando a su interlocutor-.

-A quién más si no ¿Ves a algún otro abollando el suelo?


-No veo por qué tenga que dar explicaciones, disculpa, pero no te conozco.


-¡Uy que carácter! Sólo pregunto por si necesitabas ayuda paisano.

-¿Paisano?


-Te oí hablar con la encargada, eres mexicano. ¿De la Ciudad de México?

J miró a su alrededor. Estaba nervioso y pensó que no tenía ni ganas ni tiempo para discutir con nadie. Giró los ojos y siguió su camino. Afortunadamente la señorita había tomado ya el micrófono para anunciar la salida del vuelo a México. Tomó su lugar primero en la fila y abordó con impaciencia.

Depositó sus pocas pertenencias en la gaveta de arriba y se sentó a respirar un momento preparándose para el largo vuelo. Cerro los ojos y alguien se sentó a su lado. No le tomó importancia hasta que oyó su voz.


-Mira, qué te digo, los juegos del destino. No me contestas, pero me vas a tener que soportar durante 11 horas. Se llama karma instantáneo. Le pasa a la gente sin modales.

-Sí, como digas -contestó J con fastidio-.


El chico se sentó a su lado e inmediatamente sonó el teléfono.

-Sí mamá ya estoy en el avión. Los demás también abordaron. Llegamos como a las 8. Sí, yo te llamo.

Colgó el teléfono y dijo para sí "madres mexicanas", con la intención de J lo oyera.


J escuchó con nostalgia, sabía de lo que hablaba. La soledad era un peso difícil de lidiar. Se había ido muy pronto de casa, mas recordaba, siempre, cómo se sentía ser querido y apoyado por su familia.

Sonrió levemente y volteó hacia la ventanilla. Su compañero de viaje se colocó los audífonos. Una hora después. J descansaba tranquilamente la cabeza en el pecho de su vecino quien no dijo nada hasta que J despertó.


J


Me quedé dormido casi instantáneamente, un poco por el cansancio acumulado. La playa estaba sola esta vez. Nosotros vestidos de smoking como estábamos y con los rayos del sol intenso cayendo sobre nuestras cabezas. Le tendí la mano para alcanzarlo, pero siempre iba delante de mí.

Sonreía y se despedía. El cielo comenzaba a nublarse y una ráfaga de viento le movía los cabellos rizados. Nunca lo alcanzaba, nunca lo alcancé. Desperté al sentirme caer. Con el sobresalto me sentí desorientado.

Unos ojos grandes me miraban, y yo, adormilado aún, los observé. Eran unos hermosos ojos verdes enmarcados en unas cejas oscuras. Su dueño me sonreía. Rápidamente me quité de encima para mirar con vergüenza cómo había dejado una estela de baba en su camisa.

Él parecía divertido y no dejaba de sonreír. Era la primera vez que notaba lo agradable que era, sus ojos parecían reír al mismo tiempo que su boca, tenía una apariencia muy pulcra y olía tremendamente rico.

-No me hablas y ya me abrazaste, hasta dormiste encima de mí. Esa clase de intimidad merece algo a cambio ¿no crees?


Sonreí. El tipo era entrometido pero muy simpático y guapo.

Emiliaco Años despuésWhere stories live. Discover now