Capitulo 10

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Capitulo 10

Me sangra la nariz. Estoy delante del espejo del recibidor y veo resbalar por la barbilla y escurrirse entre mis dedos hasta dejarme las manos viscosas. Gotea en el suelo y se extiende por el tejido de la alfombra.

—Por favor—susurro—. Ahora no. Esta noche no.

Pero no para.

Oigo a mama arriba, dandole las buenas noches a Jake. Cierra la puerta de su habitacion y va al cuarto de baño. Espero, la oigo orinar y luego tirar la cadena. La imagino lavandose las manos, secandoselas con la toalla. Tal ves se este mirando en el espejo, igual que yo aqui abajo. Me pregunto si se siente tan distante, tan aturdida como yo ante su propio reflejo.

Cierra la puerta del baño y baja las escaleras. Le salgo al paso cuando llega al ultimo escalon.

—¡Oh, Dios mio!

—Me sangra la nariz.

—¡Te sale a chorro!—Agita los brazos—. ¡Ven, deprisa!—Me empuja hacia el salon. Unas gruesas gotas salpican la alfombra mientras camino. Amapolas que florecen a mis pies—. Sientate. Recuestate y aprietate la nariz.

Es lo contrario a lo que se supone que hay que hacer, asi que no obedezco. Hyun llegara dentro de diez minutos para irnos a bailar. Mama me observa un momento y luego sale corriendo del salon. Pienso que a lo mejor ha ido a vomitar, pero vuelve con una servilleta. Veo un gran coagulo de sangre reluciente, de un extraño rojo oscuro. Sin duda, no es algo que deba estar fuera de mi cuerpo.

—Dame eso—dice mama.

Le entrego la servilleta, y ella la examina antes de estrujarla. Ahora sus manos tambien estan manchadas de sangre como las mias.

—¿Que hago, mama? Hyun llegara enseguida.

—Parara en un momento.

—¡Mira como tengo la ropa!

Sacude la cabeza con desesperacion.

—Sera mejor que te tumbes.

Eso tampoco hay que hacerlo, pero la hemorragia no para, asi que todo se ha ido al diablo. Mama se sienta al borde del sofa. Me tumbo y veo formas que se vuelven brillantes y disipan. Imagino que estoy en un barco que se hunde. Una sombra aletea frente a mi.

—¿Te encuentras mejor?

—Si.

Seguro que no me cree, porque va a la cocina y regresa con una cubierta de hiela. Se agacha junto al sofa y la vacia en su regazo. Los subitos se deslizan por sus tejanos y caen en la alfombra. Recoge uno, le quita la pelusa y me lo da.

—Pontelo en la nariz.

—Serian mejor unos guisantes congelados, mama.

Lo piensa unos segundos, luego sale otra vez y vuelve con un paquete de maiz dulce.

—¿Servira esto? No hay guisantes.

Me entra la risa, y supongo que ya es algo.

—¿Que? ¿Que te hace tanta gracia?

Se le ha corrido el rimel y se ha despeinado. Alargo la mano para cogerme de su brazo y ella me ayuda a incorporarme. Me siento tan vieja. Bajo los pies al suelo y me aprieto la nariz con dos dedos como me enseñaron en el hospital. Noto que la sangre se me agolpa en la cabeza.

—No para, ¿verdad? Voy a llamar a tu papa.

—Pensara que no puedes arreglartelas sola.

—Que piense lo que quiera.

Antes de MorirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora