033.

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Jugaba con la sortija mientras me encontraba sentado en la orilla de la cama, las manecillas del reloj resultaban ser una dulce pero cruel melodía para mis oídos, estaba perdido. Dejé escapar todo el aire que tenía comprimido y caí boca arriba sobre la cama, perdiéndome en el insignificante color blanco del techo y la luz del centro. Mi pecho subía y bajaba lentamente, pero la inseguridad me invadía pero fingía que todo estaba bien, que era feliz. La puerta de la habitación se abrió en par dejando ver la figura de Clarice, que sostenía con ambas manos bolsas que fueron tiradas a los segundos; un día de compras porque ella lo necesitaba. 

Se abalanzó sobre mí y me besó, era la primera vez que sus besos no me causaban efecto, su cuerpo era lo más asqueroso y todo en ella me provocaba nauseas. Con algo de fuerza la aparté de mi canto y me incorporé mejor sobre la cama, me dedicó un rostro de confusión el cual fue respondido con una sonrisa amarga, una que iba acompañada de lágrimas que fueron quitadas con fuerza. Intentó besarme, quitarme la blusa, me incitaba a pecar, pero, nada, no me movía nada. 

—Basta, no quiero que me beses —susurré apartando sus manos de mi cuello, aún así no parecía rendirse. Con fuerza, que no sabía de donde provenía, me tiró nuevamente en la cama y comenzó a besarme el cuello, gimiendo sobre mis labios sin siquiera haber comenzado el acto sexual. —¡Clarice, detente... tenemos que hablar —sin lastimarla la tomé por los brazos y detuve sus besos y movimientos sobre mi miembro. 

—Llevas una semana sin tocarme , me miras como si fuese lo más espantoso del mundo, no hablas conmigo... has cambiado, Jeongguk —era buena fingiendo, toda una actriz de telenovelas, pero, sus palabras, su tacto, sus besos, ya no harían de mí aquel hombre de hace unos años. Su voz salió tan severa que me heló todo el cuerpo, impidiendo mover cualquier musculo. —¿Me estás engañando?

La observé por varios minutos, viendo como sus ojos se inundaban con lágrimas y fingía estar dolida frunciendo su ceño. Abrí mi boca ligeramente para poder hablar pero las palabras no me salían, ni siquiera sabía por donde empezar, todo era un jodido problema. 

—Yo... no sé cómo decirlo —rasqué mi cabeza observando cualquier lugar en la habitación menos sus ojos. —¿Pensabas ocultarme todo? —un sollozo de mi parte fue lo que se pudo apreciar, generando una risa en el rostro de la mayor, cambiando dramáticamente su rostro y tono de voz. 

—¿Fumaste demasiado? —acarició mi mejilla y en otro de sus tantos intentos, quiso besarme a lo cual me negué. 
—¿Te parece gracioso haber perdido al bebé? —su risa desapareció al instante y al ver que no habló, proseguí. —Era nuestro hijo, mi hijo... ¿de verdad te ríes de eso? —las lágrimas que bajaban lentamente por mi mejilla terminaron en lo que sería un llanto descontrolado. 

—Te lo puedo explicar —aparté rápidamente su mano de mi hombro y la empujé esta vez sin importar que tan duro se golpearía con la cabecera de la cama. —¡Pensé que no te importaría!

—Sabes muy bien que lo que más quería era formar una familia, me has arrebatado la oportunidad de ser padre. ¡Eres una maldita! —tiré de mi cabello lo suficientemente fuerte para sentir el dolor en él. 

—Podemos hablar de este tema con calma, incluso podemos hacer otro... —sus brazos me atraparon por detrás para no dejarme ir.

—¿Me estás jodiendo? —giré sobre mis talones para verla, apreciar lo repugnante que es y decirle en la cara lo mucho que la odiaba. —No es tan fácil como piensas, seguirás metiendo drogas y más cosas en tu cuerpo y acabarás con tu vida y con la de los demás. Toda la miseria que hay en mi vida es por tu culpa, dejé ir lo que más quería por estar detrás de ti como un estúpido, no quiero verte nunca más. 

Salí de la habitación rumbo a las escaleras para poder llegar a la primera planta, como era de esperarse, sus pasos no tardaron en seguir los míos. Caminé hasta la cocina en busca de los calmantes que el médico me había recetado y, para mi desgracia, la caja se agotó. Tomé un vaso de agua completo mientras observaba en la sala su figura desesperada buscando las palabras para hacerme cambiar de opinión. Limpié las lágrimas y me acerqué hasta ella. 

—Escúchame muy bien, porque será la última vez que hablemos —atrapé su rostro con mis manos y hablé. —No quiero verte más, a partir de ahora no eres mi esposa, no eres nada para mí, hija de puta —escupí sobre su rostro y tomando el abrigo que había sobre el sillón abandoné la estancia. 

Mis pasos eran rápidos, con miedo, queriendo regresar el tiempo o tal vez desear no haber conocido a aquella mujer. Mi corazón se detenía por momentos, haciendo que mis pasos también lo hicieran y tuviera que descansar en cada esquina. Me di cuenta demasiado tarde que me hallaba en un laberinto, el cual aún no lograba encontrar la salida, pero, esperaba hacerlo pronto. Mis ojos dolían como si me estuviesen echando algún tipo de ácido, me era difícil ver con claridad bajo la lluvia de la noche que se mezclaba con las lágrimas que bajaban ferozmente por ambas mejillas. 

—Mierda —maldije en alto cuando ignoró por completo mi llamada. 

Aumenté mi caminar doblando la esquina, viendo a lo lejos lo que sería su casa, dándome cuenta de que venía acompañada. Nos detuvimos al mismo tiempo y las carcajadas que se escuchaban a metros dejaron de sonar cuando el chico a su lado señaló hacia mí. Era evidente que no quería verme, no esperaba mi presencia ni mucho menos empapado. Tenía que admitir que sus ojos brillaban más de lo normal y sus labios hinchados se veían exquisitos. Podía perderme en ella. 

—Jeongguk —susurró tan lento que por poco sentí que lo hacía en todo mi oído.

—Te veo en la escuela —su amigo se acercó lo suficiente a ella para dejarle un beso sobre los labios y desaparecer luego tras mis espaldas. Disimuladamente, limpió sus labios luego de asegurarse por completo de que no se encontraba cerca a nosotros. 

—Antes de que digas cualquier cosa, déjame hablar, déjame aclarar todo de una vez, por favor.

—Jeongguk, ya no tenemos nada de qué hablar —sonrió, la sonrisa más amarga y dulce que he visto durante toda mi vida. 

—Te amo, ¿bien? —elevé mis manos al aire y di vueltas sobre mi puesto. —Nunca tuve el valor de decirlo, tampoco quería aceptar que estoy enamorado de ti...Sooyoung —reí tras tener la vista nublada por mis lágrimas. —Vamos, Sooyoung, estoy tan perdido por ti que no me importa nada más que tú, la única persona que quiero ver durante todos los días eres tú, no quiero a nadie más... dime que también sientes lo mismo.

—Es demasiado tarde, Jeongguk —sus palabras se las llevó el viento al igual que mis ilusiones. 

—Nunca es tarde para amar, Sooyoung. No me hagas esto, por favor —quise abrazarla a lo cual retrocedió. —Dame una oportunidad, ¿quieres? —aumenté mi llanto al igual que la lluvia. 

—Realmente quiero que seas feliz, Jeonggukie —se acercó para depositar un beso en mi mejilla y desparecer entrando por la puerta principal de su casa. 

—Tú eres mi felicidad, Sooyoung.

papi, papi ©jeon jeongguk.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora