-¡Los de séptimo año por aquí, por favor! - Exclamó la profesora McGonagall.
Era tradición que los alumnos del último año de Hogwarts fueran los encargados de abrir la cena y el posterior baile de Navidad. No obstante, Hermione no pudo evitar sentirse nerviosa mientras desfilaba hacia la mesa presidencial del brazo de Cormac McLaggen . Y a pesar de ser el efecto buscado, tampoco ayudaba el nerviosismo que sentía al escuchar los cuchicheos de sus compañeros sobre su deslumbrante aspecto. Llevaba el pelo en un moño, se había maquillado suavemente para acentuar sus rasgos y había elegido un vestido rojo hasta las rodillas que mostraba que, a sus dieciocho años, la chica más brillante de su generación se había convertido en una mujer.
Los elfos domésticos se habían esmerado en la decoración del Gran Comedor, seguramente para intentar olvidar con la fiesta la acechante guerra que se fraguaba tras los muros del castillo. Decenas de mesas evitaban la división habitual entre las cuatro casas, todas adornadas con guirnaldas de flores y con elegantes centros de mesa en forma de criaturas mágicas. El techo reflejaba la nieve que caía suavemente en el exterior del castillo y cientos de velas flotaban sobre las cabezas de los asistentes. La seguridad también era notable: una docena de aurores intentaban pasar inadvertidos mientras recorrían con la mirada cada rincón sopesando posibles peligros. En cuanto los convidados estuvieron sentados en las mesas de su elección, Dumbledore pronunció un breve brindis animándolos a ser valientes y a permanecer unidos -nada original- e inmediatamente todos se abalanzaron sobre los abundantes platos.
Hermione se sirvió un plato de empanada de calabaza mientras intentaba integrarse en la conversación de sus compañeros. Pronto perdió el interés y como tenía por costumbre -o por vicio más bien- desde que cierta bruja se incorporó a la plantilla durante su quinto año, no pudo evitar desplazar su mirada hacia la mesa ocupada por el profesorado. No fue capaz de explicarle a su racional cerebro el agudo pinchazo de tristeza que sintió cuando no vio entre ellos a la misteriosa profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras. Snape tampoco estaba, pero Hermione ni se fijó en ello. Cuestión de prioridades. Sabía -intuía más bien-, por conversaciones que había escuchado entre Alastor Moody y otros miembros de la Orden, que tanto su profesora favorita como el maestro de pociones compartían un turbio pasado relacionado con el Señor Oscuro. Pero solo eran rumores.
Lo que sí resultaba una prueba más palpable del poder y el férreo carácter de Bellatrix Black eran sus clases. La bruja demostraba un control de las artes oscuras que podrían hacer frente incluso al propio Voldemort. Alguna vez, tanto Harry como Hermione intentaron sugerirle que incendiar el aula o amenazar con maldiciones imperdonables a los alumnos no era la forma más adecuada de enseñar. Gracias a consejos así, Gryffindor perdió varios puntos. A Bellatrix le divertía ver las cosas arder y no le gustaba que nadie le dijera cómo debía actuar, ni siquiera su alumna más brillante. Además, podía deshacer cualquier hechizo con un desganado gesto de su varita. Corría la legenda de que cuando algún alumno era realmente impertinente o se dedicaba a estudiar el físico de la bruja en lugar de sus lecciones, le lanzaba un Crucio y después de disfrutar, sumía a toda la clase en un encantamiento desmemorizante. Black era admirada y temida a partes iguales.
Pero no estaba en la cena. Hermione no podía regalarse la mirada con los sugerentes labios rojo sangre, ni con la piel pálida y delicada de su cuello, ni con los corsés que oprimían los pechos de su profesora haciéndolos sobresalir aún más. "¡Para! ¡Céntrate, Hermione!", se reprendió la chica volviendo a la realidad. Envidia. Sin duda era envidia de ese cuerpo de infarto lo que sentía Hermione al mirar a Madame Black. Tenía que ser envidia. Era imposible que fuese otro de los pecados capitales... Llevaba inmersa en esa guerra interna desde la primera clase que tuvieron con la bruja oscura hacía dos años: le bastaron cinco minutos para comprender lo inteligente que era su profesora y la necesidad que iba a tener de esforzarse al máximo para impresionarla durante el resto de su estancia en el colegio.
"Me gustan los chicos, como debe ser", se intentó convencer Hermione. Miró a Ron que discutía sobre quidditch con McLaggen con la boca llena. El pelirrojo sentía más rabia que envidia por no haber sido elegido como acompañante y su rival parecía más interesado en usar a la chica dorada como trofeo que en prestarle atención. Hermione sacudió la cabeza. "Vale, mis compañeros no me atraen en absoluto, pero las chicas tampoco", reflexionó. Observó a Ginny hablando de pociones amorosas y a Luna saludando a criaturas mágicas que solo ella parecía ver. Sí, las quería casi como a hermanas, pero no sentía ninguna atracción. Sus conversaciones sobre chicos y escobas a menudo resultaban vanas e infantiles para alguien con tanta sed de conocimiento. No tenían el aura misteriosa, ni el ingenio, ni esos profundos ojos casi negros que parecían haber vivido tanto... ni la cintura de avispa de la bruja oscura... "¡Mal! ¡Hermione, mal, no puedes pensar así de tu profesora!". Ahí fue cuando Hermione decidió centrarse en la cena y en hablar con sus compañeros.
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Alguien que cuide de mí
FanfictionBellamione. Hermione Granger vive su último año en Hogwarts con la amenaza de la inminente guerra contra Voldemort. Durante el baile de Navidad, se entristece porque parece Bellatrix Black, su profesora de Defensa contra las Artes Oscuras, no ha asi...