Capítulo 32

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Después de besuquearse un rato en medio de la calle muggle de Londres donde se alzaba Grimmauld Place, Hermione decidió que era hora de instalarse en su nuevo hogar.

-Ya podemos volver a casa -confirmó la chica sin soltar a la bruja para que las apareciera a las dos.

-Hazlo tú mejor -pidió la duelista-, así nos aseguramos de que puedas llegar y entrar bien.

Hermione la miró extrañada, pero accedió y se aparecieron con éxito e igual de mareadas que siempre. En cuanto llegaron a casa, comprobaron que Kreacher había colocado con cuidado todas las maletas en el enorme recibidor de la Mansión y no se hallaba a la vista. La bruja le comunicó que cualquiera de sus elfos se encargaría de llevarlas a su habitación. Hermione insistió en conocerlos. Eran tres: Raby, que se ocupaba del orden y la limpieza; Fuss, el encargado de la cocina y del jardín; y Pinky, la elfina especialista en reparar habitaciones incendiadas o destrozadas (solía ser la más ocupada). La chica los saludó a todos, insistió en que la tutearan y les pidió que no se escondieran de su vista. La bruja puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza. Cuando terminó el ritual de presentación de los elfos, la enseñó algunas de las habitaciones principales de la casa: los comedores, las salas de entrenamiento, las piscinas interiores, la sala de música y la de baile, los cuartos de pociones, una especie de Sala de Menesteres, la lechucería... Le indicó que por si acaso no bajase a los sótanos ya que estaban repletos de objetos oscuros; Hermione accedió y decidió no hacer preguntas. El campo de quidditch, el invernadero y el resto de equipaciones al aire libre se las enseñaría otro día con más tiempo. Finalmente, la condujo a la que sería su habitación, estaba dos cuartos más allá de la de Bellatrix.

-Puedes cambiar todo lo que quieras y ponerla como más te guste. Si necesitas ayuda con cualquier cosa, llama a los elfos. Te dejo para que te instales.

Hermione asintió y entró. Probablemente el piso en el que vivían sus padres cabía entero en esa habitación. Estaba decorada con los colores de gryffindor pero con una elegancia exclusiva de los Black. Lo primero que llamaba la atención era la enorme cama con dosel que la chica corrió a probar inmediatamente. El colchón era maravillosamente cómodo y la ropa de cama era de algodón egipcio. Había también multitud de estanterías, algunas con libros que Bellatrix había considerado interesantes para ella y otras disponibles para los suyos. Sintió una punzada de emoción al ver que había varios jarrones con las rosas favoritas de su madre. Un enorme escritorio con todo tipo de útiles para escribir cartas y trabajos descansaba cerca del ventanal. Las vistas daban al jardín y, desde esa altura, Hermione se dio cuenta de que la mansión estaba situada en una colina: podía contemplar todo Londres en la lejanía desde su cama. Contaba también con su propio cuarto de baño con ducha, jacuzzi y todo tipo de geles, champús y sales para el baño. En otra puerta descubrió un vestidor. De pequeña soñaba con tener una habitación-vestidor como las princesas de sus cuentos infantiles; el problema era que ni de broma tenía ropa para llenarla. Bellatrix -o sus elfos- debía haber pensado también en eso porque había algunos vestidos, trajes, capas, zapatos y complementos del estilo de Hermione; todo nuevo y de firmas de lujo. Le iba a dar reparo mezclar sus vaqueros con aquello...

Mientras inspeccionaba todo como un niño la mañana de Navidad, uno de los elfos dejó su equipaje en la antesala de la habitación. Dedicó un buen rato a colocarlo todo casi con miedo. No estaba acostumbrada a tanta riqueza, se sentía como una impostora, como si estuviese fuera de lugar en aquella mansión. Era como si en cualquier momento, todo se fuese a derrumbar como había pasado en su vida tras cada época dichosa.

Cuando ya casi terminaba de ordenar sus pertenencias, descubrió en un compartimento lateral de la maleta que Bellatrix había metido el marco con la foto de sus padres. Decidió que tenía que encontrar otro para poner una foto suya. También se dio cuenta de que habían transcurrido más de dos horas desde su regreso. Miró el reloj, ya era hora de cenar. La duelista no le había indicado nada de horarios de cena, solo que cuando tuviese hambre, avisase a cualquier elfo y le servirían lo que pidiera. Pensó en ir a buscarla pero no tenía ni idea de donde estaba. Tampoco sabía cómo localizarla. Llamó a la puerta de su habitación pero no respondió nadie. Igual estaba en alguna de las bibliotecas... o en el jardín... o en alguna de las salas de entrenamiento donde practicaba varias horas al día... "Esto en la Madriguera no pasaba, ahí lo difícil es perder a alguien..." pensó. Optó por mandarle un patronus. Recordó que durante su examen final no pudo invocarlo. Se asustó. "Hermione, vives en un palacio, tienes la novia más inteligente y guapa del mundo y vas a recuperar a tus padres. Si tú no puedes hacerlo, nadie puede". Sacó su varita. Ejecutó el hechizo con decisión. La nutria emergió al instante y desapareció en busca de Bellatrix. Decidió esperar en su habitación curioseando los libros que la duelista le había dejado.

Alguien que cuide de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora