Capítulo 24

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Aquella noche en su habitación de prefecta de Gryffindor, Hermione sentía que le faltaba algo. El diamante de hielo había dejado de provocar en ella la sensación de seguridad en cuanto se apagó, pero aún así representaba una parte de la bruja junto a ella. Y ya no lo tenía. Recuperó la sudadera negra con la que Bella durmió la noche que se quedó con ella. Le había costado poco encontrar un hechizo que preservara el olor en la prenda y se había convertido en su osito de peluche.

Cuando a la mañana siguiente le contó a Harry que al final habló con Bellatrix, adornó la historia un poco para que no resultara tan triste. El chico se alegró de que hubiese tenido el valor de entrar y no le hizo preguntas, sabía que era un tema extremadamente sensible. Hermione intentó involucrarse más en las reparaciones del castillo. Era definitivamente el momento de pasar página. Incluso intentó volver a estudiar para los exámenes finales, que habían sido pospuestos hasta que los alumnos volvieran a encontrarse en condiciones. Consiguió distraerse durante dos días. Al tercero volvió al hospital. Antes, habló con Nymphadora para asegurarse de que fuese a Andrómeda a quien pillase de guardia y no a Narcissa.

Hermione habló con la hermana intermedia. No sabía hasta qué punto conocía los detalles de su relación con Bellatrix, pero dedujo que por sus reacciones y por lo que le hubiera contado su hija, debía hacerse una idea aproximada. No le costó mucho convencerla de que le dejara quedarse algunas horas, ya que Narcissa tenía un horario limitado: tanto ella como su hijo estaban en arresto domiciliario pendientes del juicio, solo les permitían salir unas horas al día por la situación excepcional de Bellatrix. Así que a Andrómeda le venía bien la ayuda extra. Hermione no tenía claro por qué esa necesidad de vigilar la habitación siempre. Igual era simplemente por arrepentimiento o por estar cerca si sufría una recaída. Pero también era posible que las paranoias persecutorias de la ex mortífaga fueran más reales de lo que parecían y sus hermanas lo sospecharan. O quizá solo querían tenerla tranquila. O asegurarse de que no intentase reunirse con su maestro... Hermione no sabía qué opción le daba más miedo, pero estaba más que dispuesta a ayudarlas.

La mayoría de veces ni siquiera entraba a la habitación. Se quedaba en la sala de espera leyendo algún libro o estudiando. Sabía que la bruja prefería estar sola. En alguna ocasión entró a saludarla si tenía algún mensaje de sus hermanas o si creía que podía necesitar algo. Solía tener los ojos cerrados (lo que era muy diferente de que estuviera durmiendo) y nunca decía nada. Quería tener algún detalle con ella pero no se le ocurría nada que pudiera entretenerla. Un día, al darse cuenta del libro que había elegido para leer durante su turno, tuvo una idea. Cuando entró a darle la poción regeneradora de sangre de por la tarde, se atrevió a hablarle:

-He pensado que te gustaría saber cómo acaba la historia -dijo la chica tímidamente.

Bellatrix miró con desgana la cubierta. Era "El retrato de Dorian Gray", el libro muggle que había comenzado a leer mientras esperaba a Hermione aquella noche en su habitación. Parecía que no iba a contestar, pero al rato, lo hizo:

-No puedo leer, veo borroso y me duele la cabeza– respondió con tono lúgubre.

-Te lo puedo leer yo. ¿Dónde te quedaste?

Lo preguntó con verdadera esperanza de que la ex mortífaga le respondiera y le permitiera así quedarse con ella un rato. La bruja oscura cerró los ojos. Hermione aguantó un suspiro, era evidente que no quería.

-Dorian lleva a sus amigos al teatro para presentarles a la actriz de la que está enamorado -murmuró de forma casi inaudible.

La chica no necesitó más. Se sentó en una silla cerca de la cama (otra silla digna de un monarca, Narcissa era así con el mobiliario), buscó el capítulo en cuestión y comenzó a leer con voz clara. De vez en cuando miraba de reojo a la bruja que seguía con los ojos cerrados hecha un ovillo bajo cuatro mantas. No emitía sonido alguno pero tampoco se quejaba. Hermione lo interpretó como una buena señal. Leía despacio como una suerte de Sherezade que busca prolongar la despedida: cuanto menos leyera, más posibilidades había de que le dejase seguir al día siguiente. Avanzó un par de capítulos hasta que llegó Andrómeda.

Alguien que cuide de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora