Capítulo V

213 39 32
                                    

Casi dos meses después, Desirée había leído poco más de la mitad de «La vuelta al mundo en ochenta días». El francés había resultado un contrincante aguerrido a la hora de tomar las páginas, sin embargo, Phileas Fogg ya estaba embarcándose en la Tankadera, lo que significaba que la niña, aunque con lentitud, iba conquistando el libro. Pero antes de que Míster Fogg pudiera descubrir su para nada lujoso camarote, Desirée se topó con una fotografía al darle la vuelta a la hoja. Estaba pegada con cinta al papel, era cuadrada y amarillenta, de aproximadamente diez centímetros en sus lados. En ella había retratadas cuatro personas, tres de las cuales le fue fácil reconocer: Gustave —su abuelo—, su madre Germaine y su tía Annette, a quien había visto solo dos veces en su vida pero cuyo rostro y encanto le eran imposibles de olvidar. La cuarta persona era una niña, más o menos de su edad, estaba en brazos de Gustave, la única sonriente entre el grupo de rostros sin expresión. De fondo, una masa de agua eterna, supuso que era el mar, nunca había estado en el mar, es cierto, pero sabía cómo se veía un puerto, lo había leído muchas veces.

Se quedó observando la foto, inspeccionando detalles, elaborando conjeturas, así lo hizo hasta que Germaine la interrumpió. Cuando su madre entró al cuarto de golpe, Desirée devolvió rápido la foto al interior del libro.

—¿Qué estás haciendo, hija? —indagó la mujer, al notar la reacción de la niña.

—Nada, leía.

Un libro era un buen aliado de Germaine si eso mantenía a su hija entretenida en el interior seguro de su habitación.

—Voy a salir, llegó una carta de tu abuelo, tengo que ir a buscarla. Tu papá acaba de llegar del trabajo.

Entonces, una idea acometió el espíritu de Desirée; una vez había logrado derrumbar las barreras de su padre y ver al hombre detrás del autómata, quizás, si le cantaba, volvería a verlo tal cual era.

Sabía en donde encontrarlo. Siempre estaba en el mismo lugar, con las mismas cosas e incluso, quizás, con los mismos pensamientos. A veces lo miraba desde la ventana del cuarto, muy en el fondo de sí guardaba la esperanza de que él la viera también, mas nunca lo hacía. No hacía falta hablarle para saber que estaba triste, solo bastaba una ventana, unos ojos y quererlo un poquito.

Sostenía la fotografía en su mano cuando salió al patio, en dirección a Feliciano, pero por alguna razón no pudo avanzar más que unos pocos pasos más allá del tejado de la galería, su cuerpo se detuvo de forma automática. Entonces, cerró los ojos y pensó en aquella noche, cuando le cantó, cuando él la miró a los ojos y le dijo esas cosas tan lindas.

Noël, noël, surtout, pas de joujoux, tâchez de nous redonner le pain quotidien. —Su voz suave y melancólica parecía alimentar al dolor de la letra—. Nous n'avons plus de maisons, les ennemis ont tout pris, tout pris, tout pris. Jusqu'à notre petit lit.*

Abrió los ojos. Feliciano la miraba —confundido o encantado, era irrelevante—, él sabía que estaba ahí y eso era todo lo que ella necesitaba.

Pensó en volver por donde vino, pero antes de que pudiera mover un pie, su padre habló:

—Hija, ¿qué hacés ahí? Vení. —Desirée caminó hasta él y se quedó de pie. Se preguntó si la canción había funcionado—. No sé qué cantabas, pero cantás hermoso.

—Una canción que me enseñó el abuelo. Quiero preguntarte algo, papá.

—¿Qué tenés ahí? —preguntó el hombre, anticipándose a lo que Desirée tenía para decirle.

La niña le pasó la fotografía y notó cómo ésta tambaleó entre los dedos temblorosos de su padre cuando la vio. Le siguió un momento de contemplación silenciosa.

Los nervios se hicieron eco sudoroso en la frente de ella, que no sabía si la mudez de su padre era más de su tristeza habitual o estaría enojado por lo que le mostró.

—Esa es la otra ¿Verdad? —comentó, finalmente, Desirée. Feliciano la tomó por debajo de los brazos y la sentó sobre sus piernas—. ¿En dónde está?

—Cuando conocí a tu mamá, Desirée me preguntó si yo sería su papá, lo preguntó en francés, en realidad, así que no le entendí nada. Tenía seis años, no era distinta a esta foto. Tu abuelo y tu mami ya hablaban bastante bien el español, son inteligentes, no como yo. —Sonrió apenas, Desirée lo acompañó—. La cuestión es que Germaine me dijo lo que su hija me había preguntado, era chiquita y había vivido cosas feas, ¿quién era yo para romperle el corazón de nuevo? Entonces le dije que sí.

—¿Y qué pasó?

—Las amé a ambas más que a mi propia vida. Ellas y tu abuelo se volvieron mi familia.

—No le mentiste —observó Desirée.

—No, no le mentí, fui su papá y ella mi hijita.

—Y ¿por qué a mí no me querés como a ella?

Entonces, toda la entereza de Feliciano se desplomó como un castillo de naipes. Abrazó a su hija y lloró... como un niño sin su madre, como un padre sin su hija.

—Cada día de mi vida me culpo por eso —continuó, un momento después, tras enjugarse la cara con la manga de la camisa—, de que sientas que no me importás, porque te juro que sos lo que más amo en este mundo.

Desirée le limpió una gota de la mejilla, tenía la piel caliente y roja.

—¿Entonces...?

—Desirée tenía ocho años, esa tarde quiso salir a pasear, entonces la llevé a jugar con la hija de Amancio, el de la cantina, solíamos ir bastante seguido. Siempre jugaban cerca de nosotros... pero esa tarde no; «nos vamos a jugar al patio» dijo la otra nena. Cuando fui a buscar a Desirée para volver a casa, estaba tirada sobre el pasto, ya era tarde para hacer algo. Quizás si la hija de Amancio no se hubiera asustado y escondido... era una nena también, no la culpo. El doctor dijo que fue una alergia, tu mamá le echó la culpa a las amapolas, pero pudo ser cualquier otra cosa.

Feliciano se cebó un mate, tenía la boca seca.

»Yo no la cuidé, soy un mal padre, y si te pasa algo por mi culpa...

—No fue tu culpa, papi —interrumpió la niña.

Desirée apenas cumpliría ocho años pero tenía una madurez que la hacía parecer mucho más grande, casi como un adulto en la carne de un infante, algo que Gustave, sorprendido y encantado, siempre le decía.

—Dejé de intentar convencerme de eso hace mucho tiempo.

—¿Mamá te echó la culpa?

—Al principio, pero un año después supimos que estabas en la panza de Germaine, y todo lo sucedido fue como si ella, simplemente, lo borrara.

—¿Mamá piensa que soy mi hermana? ¿Por eso me llamo igual?

—Tu mamá es difícil de entender, no sé qué es lo que de verdad piense, siempre evita hablar del tema, pero sí quedó claro que intentó reemplazar a una Desirée con la otra.

Desirée vino al mundo un invierno de 1918, ese año el frío arrojó su manto blanco en ciudades en donde la nieve era impensada. La niña se resistió al llanto, simplemente bostezó y abrió los ojos tanto como pudo. Germaine la tomó en brazos y, mirándola a los ojos, con la paz de quien se reencuentra con quien no ha visto durante un tiempo, susurró a su oído «hola, mi Desirée».

Desirée moría el mismo día que nació.




_________

* «Navidad, navidad, sobre todo, nada de juguetes, procura darnos el pan nuestro de cada día. No tenemos ya hogar, los enemigos han tomado todo, tomado todo, tomado todo. Hasta nuestra camita» («Noël des enfants qui n'ont plus de maison» - Claude Debussy).

Todas las muertes de DesiréeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora