—¿Están seguros de que quieren que sea la madrina? —Catalina apartó la mirada del papelerío, en dirección a su hermano, que sorbía de una taza de café caliente como si no pudiera esperar a que se enfriase un poco.
—¿Estás segura vos? Esa es la pregunta —replicó Valentín.
—Sabés que amo a mi sobrino, pero no soy una persona comprometida con lo espiritual.
—Tampoco Desirée y yo lo somos, es para darle el gusto a...
—Sí, a la bisabuela —interrumpió Inés, que venía con tortas fritas—. Si el nene no quiere creer en nada el día de mañana, allá él, pero denme la tranquilidad de bautizarlo.
Valentín dejó la taza en la mesa, agarró una torta frita y, tras darle un beso de aprobación en la mejilla a Inés, caminó hacia la ventana. Nunca se percató de cuan grande en verdad era el comedor de la hacienda, hubo un tiempo en que solía estar repleto de gente, amigos de la familia, aliados políticos y otros extraños cuyas caras veía solo una vez... desde cualquier rincón de la casa podía oírse vociferar y reír a las personas. Ahora todo se había vuelto desoladamente inmenso. Lo único que no había cambiado era el aroma de los cedros que se colaba por la ventana. Apoyó una mano sobre el borde y sintió la brisa fresca de la mañana, cerró los ojos y se dejó llevar al pasado por el olor. Escuchó la voz de su madre detrás de sí, decía, con cierto énfasis, algo que no alcanzaba a comprender, luego las carcajadas de varias personas, luego silencio otra vez. Solo el zumbido del viento. Abrió los ojos y contempló la inmensidad del patio, todavía estaba el arco de fútbol que le había hecho Álvaro, cuando el mundo era más fácil. Pero ahora él era el padre, ahora era su turno de construir un nuevo arco, en otro patio, en un nuevo mundo.
—¡Valentín! —gritó Catalina. Él se giró, mordió la torta y volvió hacia la mesa.
—¿Qué pasa?
—Te está hablando la abuela, ¿no la estás escuchando?
—Te decía que busco unas mantitas para Gustavito y ya estoy —agregó Inés, antes de desaparecer por una puerta.
—Te noto un poco ido, ¿te pasa algo? ¿Está todo bien con Desirée? —preguntó Catalina.
—Suena cursi, pero nunca fui tan feliz como con Desirée.
—Avisale a tu cara.
—Me preocupa Gustavo, ¿y si no soy un buen padre? Digo... no soy como papá. Siento que todavía soy un pendejo pelotudo. Yo ni siquiera sé hacer un arco de fútbol.
—¿Un arco?... —preguntó Catalina, confusa—. Verdad, sí, no sos como papá, y papá no era como el abuelo. Sé que no soy la más indicada para decirlo porque no soy madre y no pienso serlo jamás, pero estoy segura de que no hay una forma ideal de ser padre, Valentín, sos una buena persona, solo tenés que ser vos.
—¿En serio pensás no tener hijos?
—Sí, además, vos me vas a dar muchos sobrinos, yo nací para ser tía, no madre. —Rieron—. Yo te conozco bien, hermano, Gustavito no pudo tener mejor papá, en serio.
La palabra de su hermana había significado para Valentín, desde que tuvo uso de razón, una voz confiable. Catalina era el refugio en el que siempre terminaba cuando no había donde más ampararse, ya porque rompió un florero importante de la madre, ya porque salió a jugar cuando su padre le ordenó hacer la tarea de la escuela, ya porque hasta ayer era un niño y hoy debía enfrentar la vida como un adulto. Si lo decía Catalina, aunque las inseguridades no se irían, al menos tenía la tranquilidad de que todo estaría bien.
—¿Vamos? —dijo Inés, que apareció de pronto con dos bolsas de tela grandes.
—¿No te estás olvidando de nada? —preguntó con sarcasmo Valentín, al ver que la mujer arrastraba a duras penas los sacos repletos—. Dejame a mí —continuó, sonriendo.
—¡Vos reíte! Pero los bebés necesitan estar bien arropados, además, acá hay frazadas para ustedes también, después andás con dolor de garganta por enfriarte.
—¿Por qué todos me repiten eso? —Catalina solo se encogió de hombros y le guiñó un ojo a Inés, mientras el joven caminaba hacia la salida con las bolsas al hombro.
—¿Necesitás algo?, corazón —preguntó Inés, esta vez preocupada por Catalina.
—No, abue, andá tranquila, yo en un rato ando por allá también.
Los ojos del pequeño Gustavo, a diferencia, de los de sus padres, eran oscuros y brillantes como una noche estrellada. Valentín decía que el niño era igual a Feliciano, y lo cierto es que sí, se parecían bastante, pero Desirée encontraba que los ojos los había heredado de Valentín, pequeños y apenas perceptibles, especialmente cuando reía, y eso también era una verdad innegable. «Podemos llamarlo "Chinito"» mencionó una vez ella, y Chinito fue entonces.
Valentín y Desirée se casaron cuando el niño tenía cinco meses, un mes antes de su bautismo. La boda no había sido mucho más llamativa de lo que podía ser una cena navideña, al fin y al cabo, les importaba menos los rituales religiosos que darle el gusto a Inés, cuya formación católica era muy importante para ella.
—¿En qué nos modifica como personas? En nada—le había dicho en su momento a Desirée, Valentín—. Vamos a comer rico, en nuestro casamiento y en el bautismo del nene.
—Dale, si es tan importante para ella, que haya festejo entonces.
El día del bautismo de Gustavo, una tormenta azotó El Destierro. Primero viento, después truenos que se hicieron eco en el interior de la capilla casi vacía. Allí estaban los padres cuyas manos encimadas sostenían al hijo, Catalina —la madrina— e Inés. Tras unas palabras, Aurelio Wagner volcó con delicadeza el agua bendita sobre la cabeza del niño, en el mismo instante en el que un diluvio ensordecedor rompió la armonía del ritual contra el techo de chapas de la iglesia.
Valentín miró en todas direcciones. Desirée lo notó, estaba aterrado. Entonces, sin dejar de ser un sostén para Gustavo, ella colocó su mano sobre la de su esposo y la presionó con la fuerza suficiente para captar su atención... para contenerlo y alejar sus temores, como solía hacerlo.
—Tranquilo —dijo Desirée—, es solo una tormenta.
—Por favor, no me digas eso. —Aquellas palabras golpearon en su pecho como un déjà vu, como una vieja sensación que no necesitaba rememorar.
—Mi amor, estamos acá con vos, eso no va a cambiar nunca. Te lo prometo.
ESTÁS LEYENDO
Todas las muertes de Desirée
RomanceEn medio de un país políticamente convulsionado, los caminos de Desirée y Valentín se cruzaron por casualidad. Ella, una joven de bajos recursos económicos que se gana la vida vendiendo pan; él, un muchacho de buena posición que sueña con hacer del...