Capítulo XIII

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16 de diciembre de 1932



Valentín y Desirée soñaban con una Argentina distinta, con una democracia que había sido herida de muerte en el treinta tras la revolución de Uriburu y años después rematada con el fraude que llevó a la presidencia a Agustín P. Justo. Pero ahora una esperanza ardía en su corazones, cálida como la pasión de los amantes en la flor de la juventud, como su amor, como la fe en la nueva revolución que en secreto se venía gestando.

Esa mañana el cielo de Santa Rosa presagiaba un día exquisito, aunque caluroso.

Valentín despachaba en los almacenes los últimos panes de la mañana. La parada final era la casa de don Rafael, en donde el muchacho siempre tomaba unos mates con el hijo del estanciero, Francisco Resch, y admiraba el único Ford A que había en Santa Rosa.

—Ayer le di un beso a Paulina, me animé y se lo pedí —contaba Francisco, con el pecho hinchado; hacía un tiempo que venía pretendiendo a la dama.

—Me alegro, Fran. Qué complicado es todo esto, ¿no? —dijo Valentín.

—Supongo que no tenemos alma de galanes.

Francisco era un joven de diecinueve años, de porte fornido y personalidad más bien tímida, de pocas palabras.

»¿Vos cómo le pediste el primer beso a Desirée?

—No se lo pedí.

—¿No?

—No, me lo dio ella en el cementerio, sin preguntarme.

Francisco rio, Valentín también.

—Paulina también es una mujer de carácter, no se me pasaría meterle un beso sin preguntarle primero, a menos que quiera una puteada de vuelta.

—O un sopapo.

Volvieron a reír.

—Amigo mío —dijo Francisco, levantando el mate como si fuera una copa—, un amargo por los novios de La Pampa.

Después de dos rondas más, Valentín continuó su día. Con el final de las clases las tareas se habían multiplicado pues, con Feliciano en Buenos Aires inmiscuido en una revolución, Valentín se había involucrado a tiempo completo en la panadería de Desirée, incluso Inés solía ayudar. Aunque lo cierto es que también era un buen motivo para estar con ella. La mayoría de las veces comía con sus padres y, luego de una siesta, comenzaba la tarde entre los hornos de la cocina.

Para las cuatro de la tarde el día había dado un cambio de rumbo impensado; apenas una calle cruzó Valentín al salir de su casa cuando sintió las primeras gotas sobre sus mejillas. En lo más bajo del horizonte, los destellos silenciosos amenazaban con una tormenta que se aproximaba desde el este. Le pareció que el cielo se oscurecía más y más con cada segundo. Sintió pavor.

Aceleró el paso, luego corrió un par de calles cuando el viento y la lluvia estuvieron encima.

Llamó a la puerta de la casa de Desirée pero nadie respondió, insistió con golpes más fuertes e incluso intentó simplemente pasar. Nada.

Ya estaba empapado de pies a cabeza cuando la entrada se abrió y frente a él apareció una Desirée que le sonrió entre los mechones de pelo que caían sobre su cara. Pero antes de que pudiera tan siquiera saludar, una luz intensa invadió el interior de la casa iluminándolo todo, como si por un segundo el infierno se apoderara del lugar. Los ojos de Desirée se encendieron y en seguida se apagaron.

Todas las muertes de DesiréeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora