Capítulo X

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—Mi sobrina es una chica muy linda. —Germaine revolvía los tomates del cajón buscando los mejores mientras Valentín sostenía la bolsa. Hacía unas semanas que una enfermedad fulminante se había cobrado la vida de su cuñada, por lo que estaba feliz de no tener que cruzarla en la verdulería nunca más—. Sé que es un poco inmadura, pero casi tiene diecisiete, yo pienso que va a ser una buena esposa. ¿Cuántos años dijiste que tenés?

Germaine era, sin dudas, una mujer peculiar. A veces tenía fuertes ataques de ira y otras veces era el ser más encantador del universo. Aunque no podía quejarse, en los dos meses que llevaba de conocerla, a pesar de sus desquicios bastante habituales, Germaine había sido amable y atenta con él, de una forma en la que no lo era ni siquiera con Desirée o Feliciano. Por esa razón le guardaba especial afecto, a pesar de algunas situaciones vergonzosas que le había hecho pasar en público por no poder cerrar la boca.

—En realidad, nunca me lo preguntó. Tengo diecisiete. Coincido en que su sobrina es una mujer muy linda, pero sobre todo inteligente.

—Sí, sí. —Agarró un tomate y lo observó con detenimiento, parecía más interesada en la piel machacada de este que en las palabras de su acompañante—. Siempre alguno podrido, después se contaminan los otros.

Valentín se preparó para el berrinche del día de Germaine, como cuando vio un gusano en el cajón de manzanas y le hizo saber a todos los presentes que comían fruta podrida, aun cuando las manzanas estaban en perfecto estado. Sin embargo, para su tranquilidad, esta vez solo devolvió el tomate al cajón y se fueron sin decir ni comprar nada.

»No entiendo a tu familia, Valentín, ¿por qué dejarían Córdoba teniendo todo allá?

—Mis padres sintieron que debían ayudar en Santa Rosa. De todos modos, pienso estudiar derecho allá, como mi hermana. —Su hermana era una abogada mucho más grande que él, sus padres la habían adoptado en Rosario, cuando asumieron que concebir hijos era un imposibilidad para ellos; sin embargo, un día se encontraron con que la señora Aráoz estaba embarazada, y tiempo después llegó Valentín.

El tráfico aquella tarde hacía imposible caminar sin detenerse cada tanto para no ser atropellados; los Araóz eran importantes hacendados y Valentín creció, hasta los catorce años, jugando con los hijos de los jornaleros en las tierras de la estancia y recorriendo las calles de El Destierro, un pueblo pequeño al pie de las sierras cordobesas, un lugar tranquilo cuyas calles distaban muchísimo de ser como las de Santa Rosa.

—Desde que puse un pie acá, nunca más salí de La Pampa. Mi papá viajaba todos los años a Buenos Aires a visitar a su hermana —comentó Germaine—, pero yo sé que había algo más, todos piensan que soy tonta pero no lo soy, yo sé que lo mataron, a él y a Annette, y ¿te cuento algo más?, Feliciano va por el mismo camino. Nos van a matar a todos Valentín, acordate, con los militares no se jode.

Aunque aquellas palabras parecían los delirios paranoicos de la mente inestable de la mujer, lo cierto es que no sonaron del todo descabelladas para Valentín, con quien Feliciano compartía sus pensamientos durante las horas de mateada, ideas en su mayoría heredadas de su difunto suegro francés. El triunfo fraudulento de la Concordancia dejó caldeado el plano político argentino, y la Unión Cívica Radical yrigoyenista se levantó como una fuerte oposición; Feliciano encontró, de alguna manera, un compañero de ideales en Valentín y los Aráoz, aunque todo se hablaba por lo bajo y con mucho cuidado, pues el miedo a la persecución por parte de los militares había tendido un manto de desconfianza en la sociedad, acompañada de cierta paranoia, especialmente sobre la facción radical yrigoyenista... la amenaza. Valentín, incluso, había escuchado a Feliciano hablar con otro sujeto sobre la necesidad de una posible revolución. Es cierto, Germaine estaba loca pero no era tonta, por ello no le sorprendía que supiera más de lo que su esposo imaginaba que era capaz de comprender, aunque también era cierto que su cabeza era un mundo en el que podía suceder cualquier cosa.

Todas las muertes de DesiréeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora