- ¿Has hablado con Richard? -me preguntó. Me giré a verla y sentí cómo mi frente se arrugaba ante la exasperación que ella ya me había provocado.
- ¿Me ves cara de haberle preguntado? -le dije. Ella puso los ojos en blanco ante mi mala respuesta.
- ¿Estás con abstinencia, no? -me dijo y volvió a teclear en la computadora.
Teníamos que terminar un trabajo para Richard y apenas íbamos por la mitad. Creo que ya llevaba fumándome cinco cigarrillos, la nicotina que contienen logra calmarme.
Sea Carter, ella es de esas amigas que ya no se encuentran fácilmente. Llevamos viviendo juntas aproximadamente dos años, nos conocimos en la universidad y desde ahí hemos estado juntas en todo. Ahora conseguimos un empleo en el centro de New's Corporation y no debemos desaprovecharlo.
- ¿Podrías mover tu lindo trasero y ayudarme, no? -me dijo.
La miré y tiré la colilla del cigarro al bote de basura. Me puse de pie y me acerqué a ella, miré hacia la pantalla blanca y brillante de su computadora.
- Los números del consumidor final están mal - dije apretando los dientes. Ella suspiró frustrada.
- ¿Puedes hacerlo tú? No doy más. -me dijo y se levantó de la silla. Me senté, miré bien aquellos números y comencé a hacer cuentas en mi cabeza.
¿Qué necesidad tengo yo de pasar por todo esto? Soy una mujer exitosa, que con sus pocos años tiene todo para ser grande en la vida. ¿Qué necesidad tengo de rebajarme a hacerle trabajitos idiotas a un gordo panzón que apenas puede verse la punta de los pies de lo gordo que es? Creo que estoy demasiado estresada. Hace aproximadamente veinticuatro semanas que no tengo sexo. Básico y muy necesario para la vida. Es capaz de sacarme los dolores de cabeza más intensos. Y no lo tengo, estoy más sola que la una.
- Terminé. - le dije a mi amiga. Ella se incorporó del sillón y dejó a un lado el cigarrillo.
- Gracias a Dios Lauren. -dijo y se acercó a mí.
Lauren. Mi nombre completo es Lauren Baker. Tengo 24 años, soy una mujer independiente, sociable, algo testaruda, atrevida y sobre todo una mujer bastante sensual. No es que sea egocéntrica pero todos los hombres con los que he estado me lo han dicho. Y el día de hoy se me cruzó por la cabeza algo para mi bien, algo para mí.
Voy a venderle mi alma al diablo a cambio de tener todo en la vida.
- ¿Sea? - la llamé. Mi rubia amiga se giró a verme.
- ¿Qué pasa? -me preguntó y sonreí levemente.
- ¿Qué pasaría si un día decido venderle mi alma al diablo? -le pregunté
Sea tomó una cruz que colgaba en su pecho. Debo decirles, ella es muy creyente y esa clase de temas la alteran un poco. Tanto así que después termina rezando tres rosarios y como veinte padres nuestros.
- ¡Que tu boca se haga a un lado Lauren Baker! -me dijo y tocó su pecho izquierdo.
- ¿Qué tiene de malo? -le pregunté divertida.
- Sabes lo que pienso sobre eso, prefiero tener la parca frente a mí antes que al señor rojo. -dijo y reí por lo bajo. Me puse de pie y la miré bien.
- Pues -dije y levanté mis brazos hacia mis costados. - Le vendo mi alma al diablo, por algo que no sé bien aún. - dije elevando un poco mi voz.
- ¡Cállate! -me gritó y reí con ganas.
- ¡ Ay Sea! Por el amor de Dios, ¿qué puede pasar? ¿Se me va a aparecer en un callejón o algo? -le pregunté divertida. Mi amiga negó con la cabeza.
- Nunca subestimes a lo que no conoces Lauren, nunca. -me dijo y se fue a la cocina.
- Perseguida. -dije en voz baja y terminé de acomodar todo.
La noche se hizo larga y vivir en el centro de Los Ángeles no es lo más recomendado dado que es una zona muy ruidosa y por ende algo peligrosa. Vivimos en la calle 87 en un lindo apartamento el cuál se está volviendo algo pequeño.
Me desperté al sentir el sonido del maldito tren que pasa todas las mañanas a la misma hora, a unos cinco metros de nuestra casa. Entré al baño y me di una refrescante ducha, desperté a mi amiga y partimos hacia el trabajo. He de decir que estar entubada dentro de un vestido de oficina es lo más incómodo del mundo, los zapatos los tolero, se ven lindos.
- Tengo que ir por Richard, nos vemos en la oficina. -me dijo y se despidió de mí con un beso.
Mi amiga cruzó la calle y yo seguí de largo, antes de continuar me detuve en un Starbucks a comprarme mi rico café de todas las mañanas. Mis amados zapatos de tacón hacían un ruido muy molesto dado que la calle estaba bastante desolada a esa hora. A los pocos segundos mi corazón empezó a latir más rápido al sentir que alguien estaba siguiéndome. Me di la vuleta pero no había nadie. Seguí mi camino apurando mis pasos dado que esto se estaba volviendo algo malo.
Doblé por un callejón creyendo que así cortaría el camino pero mi respiración se agitó al sentir la presencia de alguien allí. Me di la vuelta para mirar atrás de nuevo pero no había nadie. Giré y...- ¡ POR EL AMOR DE DIOS! -grité espantada al chocarme con alguien al girarme.
- ¿Por qué siempre lo nombran a él? -preguntó y me alejé un poco para mirarlo bien.
Ese hombre era un dios en vivo y en directo. Iba vestido completamente de negro, su cabello era rubio y sus ojos eran de un precioso azul.
- ¿Quién eres? -le pregunté después de unos segundos observándolo.
- Hola preciosa, me dijeron por ahí que ayer me estuviste nombrando. -me dijo. Fruncí el ceño y él sonrió de costado al ver mi expresión haciendo que ardiese completamente ante ese gesto.
Demasiado calor hacía en ese callejón y más mirándolo.- ¿Qué? -le pregunté. Y de una manera inexplicable para mí, él se colocó a un paso de mi cuerpo.
- Un gusto, soy el Diablo.
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Boy of hell | Paulo Londra
Hayran Kurgu¿Nunca pensaron en venderle su alma al Diablo por conseguir todo lo que quieren en la vida? Yo sí, lo pensé y lo hice. Pero, ¿Qué pasa cuando te terminas enamorando de él? No sólo se lleva tu alma, sino que tu corazón también.