14. Aguirre

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Altagracia llegó en casa completamente destrozada por adentro y llena de rabia hacia la Altagracia de hace quince años

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Altagracia llegó en casa completamente destrozada por adentro y llena de rabia hacia la Altagracia de hace quince años.
¿Cómo había podido abandonar un ser tan pequeñito e indefenso y además con tantos problemas de salud? Pero esa niña, su hija, le había dado una gran lección de nobleza y bondad, decidiendo ayudarla a pesar de todo y sin siquiera conocerla personalmente. Estaba contenta que por lo menos a esa niña le había tocado una gran madre adoptiva; la mejor quizás. En ese instante apreciaba mucho a Verónica y le estaba sumamente agradecida.

Abrió una botella de whisky y se sirvió una copa, sentándose sobre la cama y empezando a tomar, mientras las lágrimas inundaban sus mejillas.
No fue solamente una, sino dos hijas a las que abandonó. ¿Qué clase de madre hace algo así? Una como ella: la Doña.
Altagracia recordó con dolor las palabras de Yesenia: "Hasta una hiena tiene más instinto materno que tú."
En ese periodo eran acertadas, pero ahora ya no. Ella ahora sabía que amaba a sus hijas y que hubiera dado la vida por las tres en cualquier instante si fuese necesario.
Se acordó de otras palabras de Yesenia, que ella le dijo el último día en el cual se vieron: "De eso de trata la maternidad: de sacrificio, de entrega. De darlo todo por ese pedacito que vas a dejar en el mundo cuando tú ya no estés."
Y ella estaba decidida a recuperar el perdón de Ariana, compartir momentos con ella y con Mónica y estar siempre para sus hijas, haciendo cualquier tipo de sacrificio por ellas.

Las dos copas de whisky habían logrado embriagarla lo suficiente.
Aún estaba sumergida en sus pensamientos cuando una suave caricia sobre la espalda la hizo pegar un brinco de susto.

"¿Qué tienes, por qué lloras?"-se escuchó una voz de hombre.

"¡Saúl!"

Él se limitó a sonreírle y borrarle una lágrima con el pulgar.

"¿A qué viniste? Pensé que había sido clara contigo."
Intentó hacerse la dura aunque en ese momento estaba muy debilitada y lo que más necesitaba era un abrazo capaz de recomponer sus piezas rotas.

"Yo también fui muy claro, y hablaba seriamente cuando te dije que te buscaría cada noche hasta que me perdones."
Ella se mantuvo en silencio y él le apartó un mechón de cabello para después acariciarle suavemente la mejilla.
"Dime, ¿Por qué lloras?"

Ella suspiró, borrando las últimas lágrimas.
"Abrázame ¿sí? Lo necesito."

Saúl la envolvió en un fuerte y sincero abrazo, muy necesitado por ambos. Quedaron así pegados por varios minutos. Al final Altagracia se separó y lo miró fijamente en los ojos.
"¿Sabes? Podrías hacerme tuya ahora mismo y no me opondría."

Saúl abrió los ojos como platos, mientras que el deseo ya iba creciendo dentro de él, pero intentó no ilusionarse demasiado.
"Altagracia, has tomado. Está hablando el alcohol por ti."

Altagracia rió con un sonido nasal.
"Ya sabes que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad."
Sin darle tiempo de contestar se aventó sobre sus labios y empezó a devorarlos con avaricia.
Entrelazaron sus lenguas en un beso cálido pero extremadamente pasional.
Ella empezó a abrirle la camisa.

"¿Estás segura?"-le preguntó titubeante.

Ella accedió.
"No quiero cambiar idea. Cuatro años han pasado y yo no dejo de pensar en ti, Saúl. Eres mi vicio, mi perdición...No sé si te perdono y no sé que va a pasar más adelante. Lo único que sé en este momento es que necesito sentirte dentro de mí ¡ya!"

Él rió y mordió su labio inferior con provocación.
"No se diga más, mi Doña."

La desvistió con rapidez, ansioso por verla nuevamente desnuda después de tanto tiempo.
Quedó fascinado, observándola por un minuto que pareció eterno.
"Eres una diosa..."

"Cállate y bésame."-ordenó ella, atrayéndolo hacia sus labios.
Cayeron sobre la cama, empezando un juego de besos y caricias sin fin.
Él se entretuvo un buen rato jugando con sus grandes senos y luego devorando su parte femenina, para después meterse de una sola estoncada en ella, provocando que de su garganta saliera un fuerte grito que fue sellado con un profundo beso.
La cama se movía en sincronía con sus cuerpos que bajaban y subían con rapidez, conducidos por el placer y el deseo.

Lo hicieron repetidas veces y llegaron a varios orgasmos esa noche, para después caer rendidos sobre el colchón.

"Te había extrañado mucho."-le susurró él en el oído, acariciándole la espalda desnuda.

"¿Qué haré contigo, Aguirre?"

 Vino Leticia (La Doña 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora