5: La Pick Up Azul.

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Treinta y dos pasos.

Treinta dos pasos eran los que se necesitaban para llegar hasta la cochera de la casa de enfrente.

Bueno, estaba seguro de los primeros 19, pero calculaba que eran otros trece de la acera hasta el lugar donde la vieja Pick Up azul estaba estacionada. Nunca había ido a esa casa y mucho menos había contado los pasos hasta su cochera, pero he pasado semanas mirando por la ventana, tratando de calcular el camino. Incluso había memorizado la placa, pero una de las cosas en las que más pensaba, era en la camioneta. Americana, ¿Cómo había terminado en Londres?

Aunque lo que me importaba más, claramente, era el conductor. O más bien, el muchacho que pasaba sus tardes ensimismado en el motor abierto de esta. Trabajando en ella, siempre corriendo al volante e intentando darle marcha. (Siempre fallaba.)

Yo había pasado casi dos semanas suspirando frente a la ventana, mirando con impaciencia hacia la cochera, en espera de que aquel muchacho levantara la cabeza para poder admirar su rostro.

Me daba miedo acércame.

Yo, que había sido toda mi vida, el omega rechazado, el olvidado. El juguete con el que siempre juegan pero nunca conservan. ¿De dónde iba a sacar el valor para acercarme? Además se trataba de un chico alfa. Un muy intimidante chico alfa.

No hablaba con nadie, no se juntaba con nadie.

Desde que se mudó, y había entrado en el mismo instituto al que yo (incluso compartíamos clases), nunca lo había visto rodeado de una sola alma. Y es que era raro, porque el chico era guapo. (Bueno, yo pensaba muchas otras cosas más, pero no voy a decir ninguna.) ya que, la verdad reside en que a mi nunca me había gustado un chico...

Porque bueno, si, soy omega hombre, pero claro que aún me podían gustar las chicas... bueno no, en absoluto. No.

A mi me gustaba ese chico.

Era alto y guapo. Tenía facciones duras y sospechaba que tenía ojos azules.

Nunca lo había oído hablar, pero sabía que tenía una hermosa voz, y es de esas voces que se ven bien. Por sus labios, grandes y carnosos; verlo hablar podía ser mi perdición.

Tenía que tenerlo.

Y solo eran... treinta dos pasos.

La verdadera pregunta era... ¿cómo?

Me levanté de mi escritorio. Mi habitación estaba sola y un poco desorganizada, no podría importarme menos. Había acabado la tarea hacía media hora, nada especialmente complicado. Y aunque mi corazón latía desbocado en mi pecho, mi cuerpo lucía normal y neutro. Pero me ardían las ansias... preguntarle su nombre, su apellido, porqué no hablaba con nadie, de dónde salió su camioneta, qué tenía y porqué no encendía...

...Si le gustaba el arte, si quería posar para un cuadro, si quería hablar conmigo, si quería ser mi amigo...

Honestamente, estaba desesperado por la atención de alguien.

Salí de mi habitación, la casa estaba sola aquella tarde; desde que mis hermanas tenían sus mil actividades de repente, o que las gemelas no estaban en casa... Había muchas veces que solo el eco de mis propios pasos resonaba por toda el lugar. Tal vez sería uno de esos días.

Pero había música sonando en la habitación contigua, tal vez ese era de esos otros días, en los que no estaba completamente solo.

Abrí la puerta.

Charlotte estaba tirada sobre la cama, se pintaba las uñas de los pies de un tono amarillo muy chilliante. Y un par de revistas de adolescente estaban abiertas por la mitad. Mi hermana, que rara era... muy distante a mi. ¿Cómo ella no se sentía sola? ¿Cómo ella podía gozar estar sola?

LONDON  [New York Pluss]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora