LONDON [New York Pluss]

11: ¡Corre!

Playlist #8: ♪♩"¡Corre! Jesse y Joy" ♪♩

(...)

Nos graduamos la última semana de abril, aunque no pudimos presentarnos a la ceremonia ya que fue el último día en el que Margaret estuvo con vida.

Un doctor nos vino a avisar a la sala de espera. Christopher y yo estábamos vestidos de traje, pues si habíamos tenido intención de llegar a la ceremonia de la escuela, pero habíamos cambiado la dirección de nuestro destino en cuanto Darren llamo a Chris para decirle que estaba llevando de emergencia a Margaret al hospital.

Mi madre me llamó minutos después para decirme que ella estaba cuidado del pequeño Andrew, quién no dejaba de llorar.

Nos quedamos en la sala de espera toda la noche. Claro que yo no iba a irme a ninguna parte. Solo habíamos tres personas ahí. Chris, mirando fijamente al suelo, y el novio de su madre. Darren, quién era un alfa regordete y de barba abundante, estaba comiéndose las uñas y mirando insistentemente hacia todos lados. Levantándose constantemente a preguntar si había alguna noticia.

Hubo el momento de una visita a media noche. Chris se negó a pasar, así que Darren fue el último quién la vió con vida. Pues pocas horas después, el doctor se acercó con el rostro serio y con compasión en sus ojos.

Lo cierto es que Christopher no lloró nunca.

Ni cuando se prepararon las cosas para el funeral, ni cuándo el ataúd de su madre bajó hasta su lugar en la tierra. Andrew miraba todo en silencio. El niño tampoco dijo ni una sola palabra. Pero yo nunca solté su mano. Tampoco la de su hermano mayor. Y así es como esa mujer que alguna vez brillo como un diamante, se redujó a nada.

Christopher no pasó mucho tiempo conmigo la semana entrante. Quiso quedarse con su hermano y estar ahí para él, pues era el único que de verdad iba a extrañar a Margaret, incluso cuando ella ya no fue una madre como lo fue para Chris, el niño no tenía ni idea. Y estaba claro, Darren también estaba destruido. Así que por lo menos habían dos almas en el mundo que iban a llorar su muerte por un tiempo. Ya que Chris... a Chris no le importó.

(O tal vez si, pero nunca me lo dijo.)

Y yo miraba por la ventana, esperando que él viniera a verme cuando estuviera listo.

(...)

Ese día no tardó mucho en llegar.

Fue, de hecho, dos semanas después. Yo estaba en el jardín trasero de mi casa. Ahí también teníamos una mecedora como la de frente. Un sillón columpio que mamá había puesto exclusivamente para las gemelas cuando comenzaron a crecer. Pero ahora que ellas pasaban la mayor parte del tiempo en casa de Robert, ese columpio pasaba sus días bajo las hojas del árbol que lo soportaba.

Tan grande era mi soledad, sin necesidad de ir a la escuela, sin tener ningún otro amigo, que decidí acostarme en la tarde de un jueves con los audífonos a tope, mientras reproducía la misma lista de reproducción que llevaba escuchando desde dos años atrás.

Miraba hacia arriba, hacia las ramas del árbol del patio trasero, cuando escuché un golpe. Decidí erguirme para ver cómo Chris bajaba del porche del patio y se acercaba a mí.

El día se iluminó de repente.

Quise correr hasta él para abrazarlo. Pero lo cierto es que todavía no sabía de qué humor estaba. Así que decidí ser cauteloso y esperar a que él diera el primer paso. Lo miré hasta que estuvo un metro frente a mi.

-Hola. -saludó. Tenía la pose desgarbada de siempre, el cabello platino peinado hacia atrás, con un solo mechón cayéndole de relleno en la cara. Su piel bronceada gracias a la primavera. Ese día llevaba puesta una camiseta de tirantes y sobre esta, una camisa azul que le iba un poco grande, arremangada hasta los codos con algunas manchas de pintura por el pecho. Había usado esa camiseta el día que me pidió enseñarle a pintar... eso fue el verano pasado.