PRIMEROS CIEN DÍAS

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No le di muchas vueltas al hecho de que el día anterior, había concretado un pacto de colaboración con el que creí que sería mi peor enemigo al menos en los próximo cuatro años.

Sí, me había ofrecido a brindarle al mismísimo Carter McKellen, todo mi apoyo en la prácticamente imposible misión de convertirlo en el mejor presidente de la historia de Estados Unidos.

¿De verdad había dicho eso? ¿No pude sugerirle algo menos pretencioso? ¡Es Carter McKellen! ¡Por Dios! ¡Como si no supiera que esa tarea era imposible desde el mismo momento en el que me comprometí a ella!

Pero lo admito, mi sed de venganza pudo más.

No mentí cuando le dije a Carter que la política era mi vida y que el servicio público era la mejor forma de ayudar a las personas ‒siempre y cuando lo uses para eso y no para llenar tus malditos bolsillos‒, pero en honor a la verdad, mi intención de poner a Christopher McKellen en su lugar era mi principal objetivo.

Díganme feminista, porque no es ninguna mentira. Digan que me estoy metiendo donde no me llaman, porque no puede ser más real. Díganme que convertí a Carter y a la Casa Blanca en una especie de plan maestro para aportar al menos en un grano de arena, en que esos seres repugnantes que maltratan a las mujeres ‒y que no merecen ser llamados hombres, porque les faltan cojones‒, reciban algún tipo de castigo, porque es exactamente lo que hice. Y de una u otra forma lo lograría, aunque fuese lo último que hiciera en la vida.

A primera hora de la mañana ‒y como casi siempre‒, la señora Klein me dio los memos que debía llevar hasta el Despacho Oval para que Carter los firmara y apenas llegué a la puerta ni siquiera me molesté en tocar. Después de todo había recibido la orden directa del presidente de no hacerlo, o tal vez solo fue su venia, pero para tomarme atribuciones estaba yo. Nada que un pacto de colaboración secreta con el hombre más poderoso del planeta no pudiera solucionar, ¿verdad?

Al ver a Charlie Truman, su "mano derecha" ‒que a mi más bien me parecía la izquierda porque no me daba buena espina‒, sentado frente a él en el escritorio Resolute, decidí ser prudente y mantenerme de pie junto a la puerta, esperando a que Carter me hiciera algún tipo de gesto o seña con el que me autorizara ingresar.

―Esta es la lista de las medidas que pretendemos concretar en tus primeros cien días ―dijo extendiéndole un documento que Carter comenzó a leer con atención― Sabes que los primeros cien días son realmente importantes al momento de evaluar tu administración y buscamos algo ambicioso, que te transforme en un presidente con mucha proyección.

―Sí, eso veo ―Noté un dejo de ironía en su voz― Bastante proyección.

Fue en ese momento en el que bufó como si estuviese lidiando con demasiado y alzó la vista, encontrándome justo donde me había quedado al entrar.

Al parecer, nuestra conversación del día anterior nos había brindado una especie de conexión que ninguno esperaba, porque apenas nos vimos ambos nos sonreímos y finalmente levantó la mano empuñada, con su dedo índice y el medio extendidos y me llamó haciendo el gesto que yo esperaba.

―Buenos días, señor presidente ―Me acerqué rápidamente.

―Buenos días, Amelia. ¿Lo mismo de siempre?

―Lo mismo de siempre ―confirmé poniendo los memos frente a él sobre el escritorio― Buen día, Charlie

―Buen día, Amelia.

Por un momento hice contacto visual con el tipo, pero la verdad es que hubo algo mucho más importante que llamó mi atención y eso fue la lista interminable de medidas que pretendían que Carter llevara a cabo en los próximos cien días.

MR. PRESIDENT - Trilogía Cómplices I [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora