EPÍLOGO

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La obscuridad del cielo, una gélida brisa y la nieve que comenzaba a acumularse en las orillas de la acera, incubaban el ambiente perfecto para ese secreto encuentro.

Había sido inesperado y no hubo tiempo de planificarlo. Simplemente acordaron verse en aquel lúgubre lugar alrededor de las seis de la tarde, cuando la poca luz del sol que le quedaba al día, comenzaba a perderse entre los recovecos de la ciudad.

Esa atmosfera era perfecta para una reunión de la que nadie más que los presentes se podían enterar.

Poco antes de las seis, el crepitar del taco de unos lustrosos zapatos, fue el único anuncio de su llegada.

Miró a todos lados solo para corroborar que a quien esperaba, aún no había llegado y al encontrarse prácticamente en medio de la nada, el vaho que emanaba de su boca y sus dedos temblorosos era lo único que le acompañaba.

Dos minutos de intenso frío le bastaron para no tener intenciones de esperar un segundo más y luego de meter sus manos en los bolsillos de su enorme abrigo de lana negro, se dispuso a regresar por donde había llegado.

No había dado más de dos pasos cuando las luces altas de un automóvil que daba la vuelta para entrar al discreto callejón, cegaron sus ojos brevemente, por lo que alzó su mano y se cubrió el rostro.

Aquel misterioso y lujoso auto negro no tardó en detenerse a su lado y poco después, el cristal de la ventana posterior al asiento del copiloto descendió, acompañado del tan típico sonido que hacía el alza vidrios eléctrico.

―Pensé que no vendrías ―Se escuchó de una voz casi espectral que provenía del interior del auto y que conocía perfectamente.

―Creí exactamente lo mismo ―respondió con sus labios temblorosos de frío― Casi me congelo.

―Sube ―ordenó en el preciso momento en que la puerta se abrió.

Obedecer era la única alternativa si morir por congelación no estaba dentro de sus planes, así que simplemente lo hizo y mentalmente agradeció el hecho de que la calefacción estuviese al máximo, porque el ambiente dentro era mucho más placentero.

― ¿Por qué llamaste? ―interrogó sin rodeos― No esperaba noticias tuyas tan pronto.

―Me pediste que te informara ―dijo metiendo la mano en uno de sus bolsillos y rebuscando en él― Edwards se fue.

Finalmente logró sacar un sobre de papel amarillo y se lo entregó a quien había solicitado y pagado por sus servicios.

― ¿Cuándo? ―Abrió el sobre y sacó un juego de fotografías en los que se podía ver a la mismísima Amelia Edwards llevando una maleta en el área de abordaje del aeropuerto.

―Ayer, a primera hora ―afirmó con plena convicción― Parecía estar escapando de algo.

― ¿Renunció? ―preguntó con grata sorpresa.

―Eso parece.

― ¿Cuál era el destino? ―No quiso dar crédito y miraba las fotografías una y otra vez.

―Londres.

―Me alegra oírlo ―Sonrió con satisfacción― Pero no cantaría victoria.

― ¿A qué te refieres? ―Arqueó una ceja.

―Nuestro objetivo sigue en pie. El presidente no se va a conformar con eso y va a buscarla hasta debajo de las piedras. De eso no tengo duda alguna.

―No podremos deshacernos de ella tan fácilmente.

― ¿Por qué no?

―Porque ya no está en el país ―Alzó los hombros― Una cosa es cortarle el cuello en Estados Unidos y otra muy distinta es matar a alguien fuera de aquí. Si la quieres muerta, te va a salir caro ―soltó despreocupado, como si estuviesen hablando de cualquier tipo de trabajo que no incluyera la muerte de absolutamente nadie.

― ¿¡Caro!? ―escupió como si le hubiesen propinado el peor de los insultos― ¿¡Te parece poco todo el dinero que te he dado!?

―Tendrás que poner al menos el doble de eso.

― ¿¡El doble!? ―exclamó con furia― ¡No voy a pagarte el doble! ―gruñó perdiendo la calma― ¡Tuviste dos oportunidades para acabar con esto! ¡Y las dos veces fallaste!

―El accidente salió bien ―afirmó― El auto quedó destrozado. Pero no contábamos con que la chica tenía más vidas que un gato.

―Ni siquiera me hagas recordarte que la que se quemó fue la casa del vecino y no la de ella ―Eso había sido casi una burla― Sin contar que el presidente estaba ahí y él no era el objetivo.

―Pues tienes dos opciones ―dijo despreocupadamente― O confías en que no se le ocurra regresar o pagas el doble. Tú decides.

―Eres miserable.

― ¿¡Tú te atreves a decirme eso!? ―carcajeó― ¡Por favor! Me estás pagando para que mate a una mujer desarmada y ojalá que sea por la espalda. No tienes derecho a hablar de miserias. Este es mi trabajo y trabajo por dinero, no por amor al arte. Así que tú me dices. ¿La quieres muerta o no?

―De acuerdo ―resopló con resignación― Te daré el doble, pero solo cuando el trabajo esté hecho. No antes.

―Con todo respeto ―dijo entre risas― No confío en personas como tú ―Abrió la puerta del auto― Así que no hay trato.

― ¡De acuerdo! ¡De acuerdo! ―exclamó para detenerle― Te daré el doble, pero no quiero más equivocaciones. No más errores.

Con el macabro acuerdo cerrado, bajó del auto que se marchó a la brevedad.

El objetivo estaba marcado y el destino de una mujer inocente sellado... ¿o no?

― ¿No le temes a la oscuridad? ―interrogó una voz que se coló por los rincones, pero que no logró descifrar de donde provenía― Porque deberías.

― ¿Quién eres? ―preguntó mirando a su alrededor mientras desenfundaba su arma, pero la falta de luz no le permitió advertir aquella presencia― ¿Qué quieres?

―Lo mismo que tú.

―No sé a qué te refieres ―dijo con susto, apuntando su arma a un lado y luego al otro, como si intentara anunciar que no estaba sin de defensa― ¡Sal de ahí!

― ¿Tienes miedo? ―rio― Ahora sabes lo que se siente.

― ¿Quién eres?

―Soy tu consciencia ―afirmó con convicción― ¿Cuánto pediste por la primera dama?

― ¡Ese no es tu asunto! ―gritó.

―Te equivocas ―Sin previo aviso, un golpe seco le dio en la cabeza y cayó inconsciente al suelo― Es asunto mío todo lo que tenga que ver con ella... ―Le susurró al cuerpo inerte que yacía en el suelo― ...y no te dejaré con vida para que vuelvas a verla. Lo siento, pero no habrá un último trabajo. No para ti. 

MR. PRESIDENT - Trilogía Cómplices I [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora