ARDIENTE TEMPESTAD

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―Bueno... esta es mi casa ―anuncié aparcando frente a ella.

―Pensé que vivías más lejos ―pensó en voz alta mientras miraba la humilde fachada de mi hogar. Estaba lejos de parecerse a la Casa Blanca, pero para mí era el mejor lugar del mundo― Me gusta.

―Eres pésimo mintiendo. Seguramente tu casa es mil veces mejor que esto.

―Soy arquitecto, Amelia. No podría comparar tu casa con la mía porque yo diseñé la mía ―Odiaba cuando hablaba con esa displicencia y no me esforcé en ocultarlo.

―Ok, mejor te callas o no entras.

―De todas formas, tienes algo que la mía no tiene ―suspiró.

― ¿Moho? ―ironicé.

―Familia ―disparó haciéndome sentir la peor sin piedad alguna.

Nos miramos en silencio y sentí la necesidad de disculparme por ser tan poco delicada con mis comentarios, pero él lo evitó a toda costa.

―Anda. Entra.

― ¿Y tú? ¿No piensas entrar?

―Sí, claro. Pero al menos déjame tocar el timbre. Así me sentiré como una visita normal. No como una que obligaste a traer.

―Oh, ya veo ―Entorné los ojos― Si la policía pregunta, entraste por tu propia voluntad.

― ¡Lo atrapas rápido! ―Se burló.

―Bien ―suspiré― Ya voy.

Ambos bajamos de su auto ‒porque el mío seguramente seguía inservible‒, él cargando los dos ramos de flores que había comprado y yo llevando mi mochila con ropa sucia y otros menesteres. Una cosa era pasar unos cuantos días en la Casa Blanca y otras muy diferente era creerme la ama y señora.

― ¡Ya estoy en casa! ―anuncié lanzando mi mochila sobre el sofá al llegar y dejando a Carter atrás― ¡Feliz día, mamita!

― ¡Bienvenida, mi amor! ―Me abrazó cariñosamente― ¡Pensé que no venías!

―Sabes que no me lo perdería por nada, mamá ―dije tratando de zafarme de su apretuje― ¿Dónde está papá?

―En la cocina con el pavo.

― ¡Ya lo metiste al horno! ―ironicé y no puede evitar imaginar a mi pobre padre bien dorado en el horno― Te traje un regalo.

― ¿Además del que me enviaste temprano?

―Espero que te gusten las cremas para las arrugas ―Tuve que contener la risa apenas lo mencioné y su cara de deformó.

― ¡Que falta de respeto! ―Cruzó los brazos sobre su pecho, falsamente indignada― ¡No las necesito!

―Sí, si las necesitas ―intervino mi padre entre risas, acercándose para saludarme con un beso en la mejilla. Estoy segura de que si no hubiese venido con el delantal de cocina y un par de implementos en las manos, me hubiese abrazado hasta asfixiarme, como siempre― ¡Ocupa cientos de ellas! ¡Que no te engañe!

―Ya lo sé ―Ambos reímos con lo que decía, con la cara de odio que puso mi madre y con el latente recuerdo de su rostro cubierto de aguacate todas las noches de su vida

― ¿Qué regalo mejor que ese podrías darle? ―Como si lo hubiese invocado, el timbre sonó.

―Ah, ya verás. Tendrás que contenerla.

Dándole un poco de dramatismo, puse mi mano sobre la manija de la puerta y haciendo un ruido absurdo, en un fatal intento de imitar un redoble de tambores con la boca, la abrí.

MR. PRESIDENT - Trilogía Cómplices I [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora