DÍA DE LA INDEPENDENCIA

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Estaba tan, pero tan ofuscado, que por primera vez en mucho tiempo, había abierto la boca solo para expresar cada idea que pasaba por mi cabeza y cada sentimiento que me desbordaba el alma, todo sin filtro alguno. Por primera vez, desde que había comenzado mi improvisada carrera política, no pensé si lo que iba a decir estaba bien o no o si era correcto decirlo o no. Simplemente lo dije y ya.

Entiendo que no hayan sido los mejores sentimientos e ideas que haya tenido en la vida para expresar, pero la honestidad ya era un paso. ¿O no?

El único problema es que también era la primera vez que me enojaba tanto y ahora tenía que lidiar con una agobiante sensación de ira que no tenía como sacarme de adentro.

No, no iría donde Amelia para desahogarme, porque eso solo le daría más posibilidades para poder defenderse e insistir con la idea de la renuncia. Y no, no sé de dónde había salido la dichosa carta anónima, pero muy en el fondo, quien la envió tenía un poquito de agradecimiento de mi parte.

Solo con eso pude evitar que Amelia se largara, así que por más que me molestara el hecho de que habían logrado traspasar todos los niveles de seguridad extrema existentes en la Casa Blanca, también les debía una, aunque dudo que esa haya sido la intención del remitente.

De pronto, la idea de que tal vez mi padre tenía algo que ver con el asunto, me hizo sentido, pero preferí obviarlo porque mientras más tiempo pasara sin que descubriéramos de dónde venía la amenaza, más tiempo permanecería Amelia en su trabajo. La fortaleza de las decisiones como una renuncia, son inversamente proporcionales al paso del tiempo. Confiaba en que con el transcurso de los días, esa idea desaparecería de su mente.

Seguía encolerizado y estaba seguro de que nada me pondría dentro de mis casillas otra vez, a menos que fuera demasiado bueno.

¿Disparar en un polígono de tiro, tal vez? ¿Golpear cualquier cosa que se me cruzara con un bate de baseball? Todo el mundo dice que ese tipo de cosas reducen el estrés, pero yo no había tenido oportunidad de comprobarlo. Tal vez ya era hora de hacerlo.

Llegué hasta la cocina del área residencial con la sola intención de obtener un vaso de agua fría, que lograra al menos reducir la temperatura de la central termonuclear en la que se había convertido mi cerebro gracias al mal rato que acababa de vivir, pero lo único que me encontré en ella, fue a Grace poniendo la mesa con esmerado cuidado.

"Sexo" Pensé automáticamente, completando la lista de cosas que el mundo dice que disminuyen el estrés y mirando a la chica como si hubiese encontrado el Santo Grial en mi cocina.

―Grace ―Me apresuré a advertirle mi presencia y ella se volteó rápidamente, mirándome sorprendida― Acompáñame, por favor.

―Sí ―Limpió sus manos sobre su ropa― Claro, señor presidente.

No me detuve a esperarla, pero podía escuchar sus pasos tras los míos, así que caminé raudo, ansioso y diligente en dirección a mi habitación.

Al parecer todo lo que había ocurrido con Amelia en Camp David y también en su despacho, habían alterado totalmente mi juicio de realidad. No estaba siendo capaz de identificar el momento en el que mi imaginación se fusionaba con la realidad y hacía vívidas circunstancias que ni en mis sueños podrían ocurrir. Pero lo hacía y de tal manera, que incluso mi cuerpo se manifestaba frente a ellas.

Estaba perdiendo la cabeza y necesitaba recuperar mi equilibrio mental.

Entré a la habitación exasperado, profundamente confundido y necesitando urgentemente recuperar la cordura. Amelia estaba causando estragos y confieso que estaba buscando formas poco convencionales y muy poco prudentes para mantener la crisis bajo control.

MR. PRESIDENT - Trilogía Cómplices I [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora