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-¿Recuerdas cuando me fui unas semanas a Barcelona estas Navidades? -comentó Aitana una tarde, mientras tomaban algo en una terraza de la avenida.

-Sí. -Nerea esbozó una sonrisa triste y la miró-. ¿Por qué? ¿Me vas a abandonar otra vez?

-No, en realidad iba a decirte que si querías venir conmigo.

La morena se encogió de hombros y la rubia abrió sus grandes ojos como platos.

-¿Qué dices? ¿A tu casa?

-Sí, bueno, a ver... En principio tendríamos que ir a casa de mis padres y pasar algo de tiempo con ellos. Pero he pensado que podríamos ir al apartamento que tenemos en Castelldefels, al lado de la playa, ¿te acuerdas? A ti te vendría mejor.

-Jo, Aitana... -Sonrió de oreja a oreja y Aitana la imitó involuntariamente-. ¿Cuánto tiempo?

-No sé. El que tú quieras.

Aitana no necesitó mucho más para convencer a Nerea, y así, una semana después, ambas se estaban subiendo a un avión con una maleta con ropa para dos personas y una mochila transparente con un buen puñado de piedras.

Lo que Aitana pretendía, en realidad, era presentar a Nerea a sus padres de manera formal. Ambas lo habían hablado y no estaban conformes con que, para sus padres, la sexualidad de Aitana se hubiera quedado en un accidente del pasado que solo había generado tensiones y tabúes en la familia. Su sexualidad era parte de ella, y hasta que sus padres no la aceptaran como lesbiana, no la habrían terminado de aceptar como hija.

Por ello, una histérica Aitana y una también nerviosa Nerea que intentaba aparentar tranquilidad se presentaron en Sant Climent y tocaron a la puerta de la casa de la morena.

Abrió la puerta la madre de Aitana, y la hija sonrió nerviosa.

-Hola, mamá...

-Aitana... -La mujer apenas le dedicó una sonrisa antes de asomarse por encima de su hombro para mirar a Nerea. Sin embargo, Aitana le dio un abrazo más rápido de lo que habría querido en otras circunstancias y habló casi atropelladamente:

-Mamá, ella es Nerea. Nerea -se giró hacia la rubia y señaló a su madre-, Belén. -Volvió a mirar a la mayor-. Mamá, Nerea y yo estamos juntas.

-Oh...

Por suerte, Nerea estaba preparada para aquello y no pareció dolida ni ofendida por la fría reacción de su madre. En vez de eso, sonrió ampliamente y se adelantó a darle dos besos, aportando la naturalidad que le faltaba a la mayor.

-Encantada, Belén.

-Igualmente -contestó la mayor, aún desconcertada-. Aitana...

-¿Podemos pasar?

-Sí, claro -suspiró finalmente, haciéndose a un lado-. Voy a buscar a tu padre.

-Oye, ¿qué es eso de que estamos juntas? -susurró la rubia una vez se quedaron solas en el recibidor.

-¿Cómo me iba a tomar en serio si te presentaba como mi amiga?

Nerea sonrió negando con la cabeza. Aitana, terminando de arrastrar la maleta hacia dentro de la vivienda, se acercó a darle un beso silencioso en los labios, que fue interrumpido por un carraspeo.

Ambas chicas miraron hacia el lugar de donde procedía el sonido y se encontraron con un señor entrado en años que se agarraba a la barandilla de la escalera.

-Papá -el temblor en su voz era casi más evidente que el rubor de sus mejillas-, esta es Nerea. -Miró a la rubia y señaló a su padre con el pulgar-: Mi padre, Cosme.

Where the ocean meets the sky | iFridgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora