-Trois, deux, un... zéro! -Aitana paró el cronómetro de su móvil y los niños soltaron los lápices, algunos entre quejas.
Ese día, la chica había decidido hacer un juego para sus alumnos que consistía en hacer un mismo dibujo en treinta minutos, tres minutos y treinta segundos. Había recomendado a los niños elegir dibujos sencillos para que no les jugaran una mala pasada al llegar a la fase de los treinta segundos. Por eso, mientras revisaba los dibujos de todos, no puedo evitar echarse a reír cuando llegó al de Andrés.
-Madre mía, Andrés -dijo entre risas, un poco apenada por lo avergonzado que parecía el pequeño-. Es un pájaro un poco...
-...mierdoso -adivinó el niño.
-...deforme -lo corrigió ella, abriendo bien los ojos, mientras trataba de apaciguar su risa-. Aún así, tengo que decir que el primero de los tres es una preciosidad. Enhorabuena. -El niño enrojeció más aún, esta vez halagado, y Aitana le sonrió con dulzura antes de volverse para el resto de la clase-. Bon, on a fini. Vous pouvez partir.
Se dirigió a la puerta y la abrió, donde una fila de padres y madres esperaba para recoger a sus hijos. Saludó a todos según iban llegando y se despidió de los niños que se iban marchando.
Al final solo quedó Andrés en la clase, que se estaba demorando en recoger sus materiales. Como Aitana no tenía prisa, dejó la puerta abierta y se adentró en la clase para recoger sus cosas también. Pronto, una cara conocida asomó por la puerta.
-¿Se puede? -Aitana alzó la vista y le sonrió a un divertido Roi, que le sonreía también-. Te traigo una sorpresa.
-¿A mí? -preguntó Andrés, feliz, al mejor amigo de su padre.
-A ti también, pero hablaba con la señorita Ocaña. -Una risa dulce sonó por detrás del moreno y, acto seguido, el menudo cuerpecito de Nerea apareció en el umbral de la puerta, saludando a la morena con una sonrisa.
-¡Hola! -saludó Aitana, súbitamente emocionada. Se acercó a ellos con una sonrisa de oreja a oreja y se tomó la confianza de abrazar a Nerea después de darle un beso en la mejilla. Para disimular, hizo lo mismo con Roi.
-¿Y mi sorpresa? -preguntó el niño poniendo un puchero. Las chicas rieron, y Roi se sacó del bolsillo una piruleta que el niño recibió muy contento.
-Bueno, nosotros nos vamos -anunció el chico-. Hasta otra, chicas.
-¡Adiós! -se despidieron ellas. Una vez se quedaron solas, Aitana se volvió hacia Nerea.
-Esta era mi última clase. Si me das un momento para terminar de recoger mis cosas, ¿te apetece que merendemos juntas?
Nerea pareció debatirse entre aceptar o rechazar la propuesta.
-Bueno, es que... no quiero que te gastes más dinero en mí -confesó.
-Había pensado en merendar en mi casa -se encogió de hombros la otra-. Tengo chocolate caliente.
-En ese caso... vale. -La rubia sonrió, y el corazón de Aitana latió un poco más rápido.
Terminó de recoger sus cosas, se despidió de la secretaria de la academia y salió a la calle junto con Nerea. El frío viento de principios de diciembre las golpeó en cuanto salieron y Aitana se encogió sobre sí misma.
-Tengo que decirte una cosa -anunció Nerea. Aitana la miró con atención-. Creo que ya sé en qué puedo trabajar.
-¿Sí? -sonrió Aitana.
-Sí, pero necesito tu ayuda...
-Claro, lo que tú quieras.
-He pensado que, como el español no es el idioma oficial aquí, podría dar clases de refuerzo. A niños, claro, porque tampoco tengo un gran nivel de lenguaje. ¿Tú sabes de algún sitio donde podría conseguir clientes?
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Where the ocean meets the sky | iFridge
Fiksi PenggemarA la corta edad de seis años, Aitana Ocaña tuvo claro qué era lo que le gustaba hacer: dibujar. Concretamente, dibujar sirenas. Hasta que conoció a Nerea y empezó a dibujarla a ella, creyendo que había dejado de dibujarlas.